ESTADISTA O POPULISTA
ESTADISTA O POPULISTA
Tal vez la principal
diferencia entre un hombre de Estado y un líder populista es que, el primero,
prioriza al colectivo, mientras que el segundo es el centro de todo. El
Estadista se asume como parte del Estado, puede ser un Presidente fuerte y popular,
pero respeta los contrapesos y auspicia a la sociedad civil. Es un político de
diálogo y consensos, por lo tanto, valora la pluralidad. Se rodea de un equipo
donde estén los mejores, se apoya en los datos técnicos y toma decisiones sobre
la planeación. Cumplen su período y se marchan a la vida privada, excepto donde
existe la reelección. El Estadista es garantía democrática y genera certeza en
general; los efectos de su labor se reflejan en desarrollo. El populista tiende
a concentrar el poder, le estorban los otros poderes, la sociedad civil y los
órganos autónomos. No quieren críticas ni otras opiniones. Son de elevado
narcisismo con aires redentores. Suprimen la pluralidad y ejercen monólogos.
Son profundamente autoritarios. Su fin, el que sea, envuelto de heroísmo,
justifica todos sus medios, desde todo tipo de ilegalidades hasta la abierta
corrupción. Pretenden que todo gire en torno a ellos. Fundan una religión
política, mezcla de ocurrencias y lugares comunes, que les da cierta identidad.
Trabajan obsesivamente en su popularidad, hacen un culto de su personalidad.
Hay mecanismos para eso. Deslavan o degradan a las instituciones para dar lugar
central a su figura. Viven del aplauso y la idolatría. Son megalómanos. Usan,
no quieren a la gente. No dialogan. Se creen salvadores. Su popularidad se
fabrica y la utilizan para tener más poder. Le comparten una poca a sus líderes
menores, cuya función es potenciarla a nivel social. Los seguidores únicamente
tienen la función de difundir la imagen y las posturas del líder. Es un círculo
vicioso: a más culto hay más popularidad; a más popularidad hay más culto. No
tienen convicción democrática ni visión moderna del mundo. Las ideas, la
reflexión y la crítica les son repelentes. Es alto el costo que pagan las
sociedades para sostener la popularidad de un líder mesiánico o seudo
revolucionario. Se pierde unidad, armonía y reconciliación en los países donde
se inventan utopías o cualquier aventura política. Es un desperdicio hacer
girar a las instituciones y la gente en torno a la imagen y el ego de un líder
populista. Otro problema es que no se quieren ir nunca, no quieren soltar el
poder. Por fortuna en México no existe la reelección. En otros países ese tipo
de líderes sólo se han retirado por causas naturales o por levantamientos
populares. Es elevadísimo el costo político, económico y social de las
aventuras populistas. La alternativa es la democracia, elecciones libres, la
división de poderes, el federalismo, la ciencia, la cultura, el diálogo, la
pluralidad y , sobre todo, la libertad.
Recadito: ¿La
política veracruzana siempre fue teatro?…