ESTÉN SIEMPRE ALEGRES
ESTÉN SIEMPRE ALEGRES
Pbro. José
Manuel Suazo Reyes
Arquidiócesis
de Xalapa
El tercer domingo de Adviento
se conoce en la liturgia de la Iglesia católica como el DOMINGO DE LA ALEGRÍA.
En efecto la antífona de entrada contiene esta invitación del apóstol Pablo:
Estén siempre alegres en el Señor, les repito, estén alegres. El Señor está
cerca (cfr. Flp 4, 4.5).
El profeta Isaías por su
parte, lo aborda de esta manera: “Que se le alegre el desierto y se cubra de
flores… que se alegre y dé gritos de júbilo… he aquí que su Dios viene ya para
salvarlos (Is 35, 1-6). En ambos casos la razón de esta alegría es la cercanía
o proximidad del Señor. Dios es la fuente de la alegría. En el contexto del
tiempo del Adviento, la invitación del apóstol Pablo como la del profeta
Isaías, coincide con la cercanía de la Navidad. Debemos estar alegres porque ya
vamos a celebrar la Navidad.
La expectativa de la Navidad
genera en nosotros una actitud de alegría interior. En efecto, nos encontramos
ya a unos cuantos días de la celebración del nacimiento de Jesús. Jesús es
nuestro salvador y nosotros nos estamos preparando para recibirlo. Esa es la
razón por la que debemos estar siempre alegres. La llegada de Jesús por lo
tanto es motivo de alegría para todos los que creemos en él. La contemplación
del portal de Belén nos permite darnos cuenta de lo que Dios ha hecho por
nosotros.
La imagen tierna de un recién
nacido nos hace pensar en el amor de Dios por nosotros. Dios se hace pequeño
para engrandecernos; se acerca a nosotros para transformar nuestra vida.
Ciertamente este ambiente cristiano de alegría por la cercanía de la Navidad se
contrasta con la realidad que la gente de nuestro pueblo vive todos los días; y
es que no hay reunión, encuentro o conversación donde el pueblo no lamente la
situación de crisis que estamos viviendo; se observa mucho desconcierto e
incertidumbre, hay un ambiente de desánimo y descontento social, aunque en los
discursos oficiales se diga lo contrario.
La alegría cristiana se
produce principalmente de la experiencia de encuentro con Dios a través de su
Palabra, los ejercicios de oración, la participación en los sacramentos y las
prácticas de caridad. La oración fortalece nuestro espíritu; Siempre que
hacemos un bien experimentamos un gozo interior que nada ni nadie nos puede
robar. Estamos llamados a experimentar la alegría de Dios.
Esta se produce aún en los
momentos difíciles o de obscuridad, en tiempos de tribulación o incluso de
persecución como nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Los
apóstoles después de haber sido azotados, salieron del sanedrín contentos de
haber sido considerados dignos de sufrir por Jesús” (Hech 5, 40-41).
La alegría cristiana se
produce cuando cultivamos la comunión con Dios; cuando la misericordia divina
toca nuestra vida y desde dentro nos transforma. De ahí la súplica del salmista
“devuélveme la alegría de la salvación” (Sal 51, 14). Esta alegría es fuente de
paz, de armonía y de serenidad. Vivir con alegría es vivir en comunión y en
gracia de Dios. Como María de Nazareth a quien el arcángel Gabriel saluda de
esta manera “Alégrate María, llena de gracia”.
La alegría de María es porque
está rebosante de gracia. Las experiencias de incertidumbre y de miedo que
producen las situaciones externas que estamos viviendo, no deben robarnos la
alegría ni la paz interior. Recordemos que Dios está siempre cerca para
guiarnos, para consolarnos y para fortalecernos. Mantengamos la alegría porque
Dios está cerca.