Ars Scribendi

EVOCANDO AL VIEJO BARRIO

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Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx-

 

                Chonita vivía en el callejón de Ayuntamiento. Setenta años de experiencia en la vida le acompañaban. Entregada al ajetreo del hogar y al cuidado de las necesidades de su único nieto, Gaudencio. Con el compartían el mismo techo ahuyentándose un poco la soledad, en el barrio todos lo nombraban con el mote del galencho, con cierto respeto por su fama de brabucón.

Chonita aparte del quehacer de la casa, dedicaba algunos momentos para curar de espanto a los niños y a los adultos, a Aniceto Neyra lo salvó de morir, solo quedaban los huesos y un color pálido en su rostro. La causa de su mal fue que cierta noche, atravesaba el puente de la bola de oro. Abajo corrían las tenebrosas aguas de Suchiapan, brillaban con el reflejo de la luz de la luna, minutos antes ingirió algunas copas de aguardiente, naturalmente, esto le proporcionaba valentía. El valor se le escapó del espíritu al momento de asegurar que vio a una mujer vestida de blanco lavando ropa en el río, también afirmó el haber escuchado el lastimoso grito, -en donde están mis hijos-, sentía sus piernas desmayar, aún en ese estado le permitieron correr como un conejo. Con la piel erizada llegó hasta el callejón de Zamora, su casita colindaba con la de su tío, él señor Genaro y con la de doña Luz. Recibió de parte de Chonita, tres curadas con yerba de maltanche, y vino de súchil, en poco tiempo el mal desapareció.

Un fin de semana frente a la casa de chonita, la pandilla de jóvenes jugaba quincito y rayuela, una costumbre de los jóvenes de aquella época, así solían matar el tiempo, en cada tirada apostaban cincuenta centavos, mecuque, y su hermano el toñal eran muy buenos en esas especialidades; en segundo lugar estaba el pirri, seguido por Chelino, todos ellos calzando huaraches de correa, salvo, galencho, que trabajaba como peón de albañil, siempre traía buenos zapatos. Galencho, deseando hacer pasar un grato momento a sus amigos, con risa bufona, comenzó a platicarles una de tantas anécdotas e historias que atestiguaba en el trabajo de su abuelita.

La otra tarde, después de satisfacer el apetito que me mataba de hambre, me recosté sobre un petate en la sala para disfrutar la siesta, a pesar de que el suelo es de tierra descansaba a pierna suelta. De pronto llegaron buscando a mi abuelita. Le solicitaban un servicio, claro está, y ustedes lo saben, ella jamás se niega cuando de trabajo se trata, porque es incapaz de dejar escapar un peso, fíjense, ja, ja, ja, en silencio me puse de malas pensando en el chiquillo que curaría mi santa abuela, seguramente se soltaría a llorar a todo pulmón. Con viva risa se dirigía al patrón, era el otro apodo del mecuque, hay tú, cuando veo aparecer al güero Villa, y a doña concha llevaban en parihuela al kilitos quinqui, ya hasta con los bigotes retorcidos y los ojos llenos de lagañas el puto chiqueón.  El grupo de amigos no dejaba de reírse con los comentarios de Galencho, quién proseguía su chisme con suficiente gracia, pinche escuincle como hizo sudar a mi pobre abuela, cada vez que le soplaba al corazón, el desgraciado mocoso lloraba como si lo estuvieran madreando, escuché que al puto chiqueón lo espanto una culebra que vio como a un kilometro de distancia en el plan de minas, en la finca de don Felipe. El grupo se moría de risa.

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