EVOCANDO EL AYER
EVOCANDO EL AYER
Rafael Rojas Colorado
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx
Nadie duda de que el tiempo vaya transformando en
nostalgia aquello que se quedó atrapado en las reminiscencias del ayer, cuando
el pueblo parecía una ensoñación y su entorno se pintaba con los tibios colores
de la provincia.
Algunas de las costumbres y modos de vida de esos
años se distinguen notablemente de la actualidad, sometida inmisericorde a la
llamada “era tecnológica”. Aquel paisaje poseía luz y naturalidad; en efecto,
también vivía el modernismo que correspondía a ese calendario y esa fue su moda
que hoy evocamos como plácida.
En los días santos, por ejemplo, las creencias
religiosas y la fe cristiana conducían a la gente a la visita de las siete
iglesias (rememorando las estaciones que Jesús recorrió desde su aprensión
hasta el monte Calvario), dejando la limosna y aceptando una palma trenzada con
algún dibujo alusivo a los actos litúrgicos. Al finalizar estos eventos
piadosos algunas personas pasaban al parque a disfrutar un momento de recreo.
Las muchachas se tomaban del brazo y comenzaban a dar vueltas alrededor de la
alameda. Los jóvenes lo hacían en sentido contrario; esto provocaba que se
encontraran en algún punto de cada vuelta, y así continuaba el paseo: a veces
se sonreían y se detenían y principiaba el romance. Las luces del alumbrado público
débilmente comenzaban a iluminar tal escenografía. En esas fechas fue popular
hacer sonar una matraca de madera. El evocar dichas resonancias nos conduce a
esos inolvidables instantes en los que fuimos infantes o tal vez adolescentes
formando parte de ese folclor pueblerino. Tampoco faltó el vendedor de globos,
la kermés con sus típicos antojitos para darle gusto al paladar y algún
improvisado negocio de cerveza.
Las ventanas de la evocación nos permiten volar por
los andenes del pasado apreciando las carpas que se unían al kiosco para
albergar la clientela que en esas fechas de semana santa se incrementaba. En
ese ensoñador espacio se servía nieve de limón, cacahuate, mantecado y otros
deliciosos sabores que los clientes disfrutaban. Para degustar la nieve se
ofrecía una hojita de naranjo que servía de cuchara. Escuchábamos decir que las
ricas masafinas las preparaba doña María; y don Gabriel, siempre atento, de vez
en vez se dejaba ver para saludar cordialmente a los clientes y amigos.
Las muchachas que trabajaban en ese ensoñador
espacio fueron Mauricia y María Gabriela García Campos; atendían con verdadero
esmero a los parroquianos, mientras en la parte alta la Banda Municipal emitía
bellas melodías que alegraban y hacían suspirar a quienes las escuchaban. En el
kiosco estaba una sinfonola y, entre muchos artistas y canciones que en ese
pasadiscos se seleccionaban, predominaba “Arrepentida”, “Nuestro
juramento”, “Te odio y te quiero” de Julio Jaramillo.
En fin, fue una época en la vida de Coatepec, cuando
el apacible pueblo poseía el candor de la magia provinciana que el mismo tiempo
se encargó de desvanecer.
Publicado originalmente el 7 de septiembre de 2015