Evolución patrimonial, la clave
EL ARTE DE GOBERNAR
Evolución patrimonial, la clave
Por Daniel
Badillo
Ahora que finalmente las instancias de procuración
de justicia han decidido actuar –por fin- contra uno de los principales
secuaces del gobierno de Javier Duarte de Ochoa como lo es Gabriel Deantes
Ramos, personaje siniestro que se suma a otros impresentables de esa camarilla
de rufianes provenientes del norte, centro y del sur del estado, que despojaron
a los veracruzanos de los recursos públicos y se hicieron de fortunas
incalculables y bienes mal habidos, convendría tener presente que es fácil
identificar a ladronzuelos de poca monta como éstos, con el simple hecho de dar
seguimiento a su evolución patrimonial.
Traigo esto a colación, porque prácticamente en los
gobiernos de todos los partidos, tanto a nivel federal, como estatal y
municipal, existen personajes voraces que creen que el presupuesto público es
de su propiedad y se solazan robando a manos llenas sin la menor vergüenza; no
obstante, es muy fácil identificar a dichos personajes que meten la mano, el
pie y el cuerpo entero al cajón, con sólo observar cómo vivían antes de
ingresar al “servicio” público y cómo viven después de dejar los cargos.
Conozco, en lo personal, a varios personajes de tan
baja ralea que cuando incursionaron por primera vez en la actividad política y
gubernamental, no tenían ni para los pasajes ni para los taxis; mucho menos
para adquirir un traje de regular calidad, y ahora son unos verdaderos
potentados propietarios de placas de taxi, enormes mansiones, incluso en el
extranjero, gasolineras, camionetas de lujo, etcétera, que difícilmente podrían
haber obtenido de manera lícita sólo con su sueldo.
Y es que, al hablar de la evolución patrimonial, me
refiero a la congruencia que debe existir entre los ingresos y gastos de los
servidores públicos y en quienes tienen una función gubernamental o de
representación popular; es decir, con qué patrimonio ingresaron a la actividad
pública, y con qué patrimonio dejan el cargo, aunque dicho sea de paso muchos
de ellos nunca dejan los cargos pues se vuelven rémoras del sistema brincando
de un cargo a otro sin pena ni gloria, pero eso sí, forrados de dinero sucio.
Usted, caro lector, respetable lectora, seguramente conoce a alguno de estos
nefastos personajes que empezaron sin un peso en la bolsa como funcionarios
públicos o como representantes populares, y ahora hasta la forma de caminar
cambiaron, pues el poder y el dinero los vuelve locos.
Y aquí vuelvo a insistir, basta con analizar la
evolución patrimonial de los servidores públicos y representantes populares
para conocer los bienes –tanto muebles como inmuebles- que tenían previo a su
labor pública, e identificar si sus ingresos corresponden con sus bienes, y la
verdad nos vamos a sorprender de cómo, en unos cuantos meses, se hacen de
propiedades que no se justifican con su ingreso público.
Hay, desde luego, políticos y servidores públicos
que tienen antecedentes en la iniciativa privada o que son empresarios
exitosos, cuyos ingresos son plenamente justificables para tener un tren de
vida diferente al común denominador; pero no es a ellos a quienes me refiero en
esta colaboración, sino a personajes que nunca en su vida fueron emprendedores
ni echaron a andar un negocio lícito, y que luego de incursionar en las
actividades públicas se vuelven traficantes de influencias, como dice el
presidente Andrés Manuel López Obrador todos los días.
Esos hombres y mujeres, porque en la viña del señor
de todo hay, son los más nocivos para la vida pública y democrática del país,
ya que se acostumbran a hurtar el dinero que es de todos. Vaya como anécdota,
el diálogo sostenido en una mesa contigua a la mía en un restaurante donde un
ladronzuelo, de esos que abundan en todos los gobiernos, confesaba a su
contertulio: “el problema fue cuando me
chingué el primer millón porque me hice adicto al dinero; y después fui por dos
y luego por tres millones más”.
Esa es, precisamente, la naturaleza infame y ruin
de los corruptos y rateros que pululan en los tres órdenes de gobierno, y en
los tres poderes públicos, muchos de los cuales se encuentran agazapados y sin
figurar públicamente, pero que desde abajo trafican con plazas, con placas de
taxi, y con contratos para beneficiar a empresas que son de papel, como quedó
demostrado con las empresas “fantasma” durante el gobierno del siempre nefasto
Javier Duarte de Ochoa.
Así que aplaudo en todo lo que vale, que las autoridades
judiciales por fin se hayan decidido a actuar en contra de personajes de muy
escasa valía, quienes apuradamente tenían para pagar la renta y una vez
encumbrados en el poder por compadrazgo o complicidad con la autoridad estatal,
se hicieron de riquezas que ni en sus sueños anhelaban tener. Ojalá
verdaderamente los veamos tras las rejas y regresen cada peso que hurtaron al
erario estos cínicos.