Ars Scribendi

Feliz aniversario

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Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

 

 

 

 

Una fecha como esta, pero hace cuarenta y cuatro años, en domingo, esperaba impaciente a Elena en la iglesia de San Jerónimo. Ella caminaba lentamente del brazo de su padre por las calles, vitoreada por los curiosos que presenciaban su paso ante ellos. Mi alegría se desbordó cuando la vi vestida de blanco cruzando con alegría el atrio del santuario. Minutos después, en el umbral del templo su padre me la entregaba; era la costumbre de aquel ayer.

El sacerdote Salomón Lemus inició solemnemente la ceremonia religiosa. Nuestra familia y amistades atestiguaban el ritual de una pareja de diecinueve años de edad que se comprometía ante Dios a amarse durante toda la vida. La música, los cantos, los anillos, las arras y el lazo complementaban aquel instante litúrgico. En ese momento flotaba una atmósfera en la que el amor, las ilusiones y el deseo de aprender a vivir como pareja nos persuadían el alma. El vino y la hostia, sellos espirituales de nuestra fe en Cristo, fueron signos vitales en nuestra unión a través del sacramento del matrimonio.

De aquel ayer han transcurrido cuarenta y cuatro años durante los que hemos sido agraciados con la dicha de los hijos y nietos, y en los que diariamente luchamos por buscar la tarea nada sencilla de la comprensión familiar. Cultivar siempre los más simples detalles ha sido como dejar caer nuevas semillas en tierra fértil que mantienen vivo nuestro enamoramiento de pareja. Es inevitable que la vista se empañe al mirar aquellos momentos sustanciales en nuestra existencia, aquellos rostros que fueron cómplices en la realización de nuestra boda y que ya no están presentes porque se les extinguió la vida, y si alguno queda, está mermado por la enfermedad. A aquella edad el tiempo la hizo robusta, pero también el tiempo la envejeció.

Ha sido una aventura de cuarenta y cuatro años en la que hemos recorrido todos los problemas que aquejan a un matrimonio, pero con el amor, el diálogo y la comprensión hemos superado estos obstáculos de diferencias de parecer. A estas alturas el recorrer con el alma los sueños compartidos –y aún los anhelos no alcanzados, los cuales, sin embargo, no han sido impedimento para seguir amándonos y caminar de la mano desafiando los problemas que la vida nos ha presentado– sigue siendo un bello pasatiempo.

Aquella misa del dieciséis de mayo de mil novecientos setenta y uno, oficiada por el presbítero Salomón Lemus a las ocho de la mañana, fue el inicio de una historia de vida matrimonial que aún está viva en nuestro recuerdo y las notas del ‘Canon’ de Pachelbel  en estos momentos siguen conservando su musicalidad, dulcificando nuestra alma.

A través de estas líneas le brindo a mi esposa Elena mi reconocimiento y gratitud por tantos años de comprensión y de amor y por consagrar su vida a mi lado. Dios la guarde por siempre en su regazo.

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