FIESTAS PATRIAS
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Por Rafael Rojas Colorado
Las fiestas patrias finalizaron, pero nos dejaron momentos de emotividad, de regocijo y logramos plenamente visualizar nuestras raíces en el colorido de sus mosaicos folclóricos. La música, el canto, el vestido y todo aquello que confiere a una época de nuestra historia. El grito de Dolores lo acercaron los presidentes de cada localidad espetándolo a todo pulmón. Los héroes que nos dieron patria se hicieron presentes en nuestro corazón, un sueño consumado, el de la libertad ¿Será verdad?
Los centros históricos de la nación, en su mayoría, bellamente iluminados por las luces artificiales –palacios, catedrales, edificios públicos y el pueblo apretujado irradiando calor humano–. El cielo dibujado de mil colores, en esa textura parecía resplandecer la esperanza, la justicia y la armonía social. La textura luminosa parecía subir en dirección al cielo, como si adoptara la forma de la alegría y la paz de la nación, por esta razón deseaba mantener el mayor tiempo posible su colorido natural y no ser una luz efímera. Miles de ojos humanos admiraban el espectáculo artificial, olvidándose por un instante de la tensión que nos agobia en el diario vivir. Implícitamente se aspiró un halo de lo que significa vivir en sana paz, siendo partícipes de la felicidad, la misma que empaña el acónito cotidiano que, a cada momento, intenta envenenarnos el alma.
Elegantes colores iluminaron el cielo del país, la libertad y la justicia que clamaron los Hidalgo, Allende, Abasolo, Morelos y todos los que intervinieron en el movimiento insurgente, dio la impresión de al fin alcanzarnos, así parecía expresarlo esa atmósfera luminaria y de alegría que nos regaló las fiestas patrias, al menos por escaso minutos eso fue lo que la mayoría de gente respiró, la paz y la tranquilidad ocuparon nuestro corazón.
¿De qué manera perpetuar esta delicia espiritual? tal vez reencarnando la fuerza interior y el valor de esos hombres que soñaron con la libertad de una verdadera nación.