GOLPE DE ESTADO EN CHILE: ENTRE LA TRAICIÓN Y LA ATROCIDAD
GOLPE DE ESTADO EN CHILE ENTRE LA TRAICIÓN Y LA ATROCIDAD
Roberto
Gutiérrez Alcalá
Fotos:
Reuters.
Sep 11,
2023
· Hubo represión contra el pueblo y una
ruptura del tejido social
El 4 de noviembre de 1970, luego
de haber ganado las elecciones presidenciales realizadas dos meses antes con el
36.6 % de los votos emitidos, Salvador Allende asumió la presidencia de Chile,
con lo cual se instaló en este país el primer gobierno socialista elegido por
la vía democrática de la historia.
Sin embargo, el proyecto socialista de Allende apenas duraría poco menos
de tres años, pues el martes 11 de septiembre de 1973 –hoy justo hace medio
siglo–, quien había sido nombrado comandante en jefe del Ejército de Chile, el
general Augusto Pinochet, encabezó un violento golpe de Estado que le arrebató
el poder.
¿Qué consecuencias tuvo este hecho atroz en la sociedad chilena? Rubén
Ruiz Guerra, director del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el
Caribe de la UNAM, responde: “En primer lugar trajo llanto, dolor, terror,
desarraigo, muerte…; en segundo lugar, la cancelación de los procesos
democráticos, los cuales habían imperado ininterrumpidamente en esta nación a
lo largo de 42 años; en tercer lugar, no sólo la desaparición de quien había
sido elegido democráticamente para dirigir el destino de Chile, sino también la
suspensión del Congreso, la represión salvaje del pueblo, el férreo control de
la prensa, la radio y la televisión, y, sobre todo, la ruptura brutal del
tejido social. En esto último, por cierto, no se ha puesto suficiente énfasis.
La instauración de la dictadura de Pinochet implicó que hermanos se pelearan
con hermanos, amigos con amigos, compañeros con compañeros, y que quienes eran
considerados revolucionarios o militantes de la izquierda fueran denunciados
ante las autoridades militares, detenidos, torturados y, no pocas veces,
ajusticiados… Y en cuarto lugar trajo la implantación de lo que conocemos como
el modelo neoliberal, el cual se basa en la reducción del Estado y el dominio
del mercado. Así, ciertas tareas que habían sido responsabilidad de éste, como el
cuidado de la salud o la jubilación de los trabajadores, pasaron al ámbito de
la iniciativa privada”.
Intromisión estadunidense
Salvador Allende era un político de izquierda muy relevante que antes de
ganar las elecciones de 1970 ya había sido candidato a la presidencia de su
país en tres ocasiones (también fue diputado, ministro de Salubridad, Previsión
y Asistencia Social, cuatro veces senador y presidente del Senado).
Obviamente era visto con un enorme recelo por la oligarquía chilena,
pero también por el gobierno estadunidense, que en ese entonces encabezaba el
republicano Richard Nixon.
Cuando Allende ya había ganado las elecciones presidenciales, pero aún
no asumía el poder, Nixon entendió que, en ese momento, uno de los principales
objetivos de su nación era impedir que aquél se convirtiera en presidente de
Chile. La reciente desclasificación de los documentos del Archivo de Seguridad
Nacional de Estados Unidos que contienen las transcripciones de llamadas
telefónicas entre Nixon y su consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger,
así lo confirma.
“Por supuesto, esto significó la canalización de recursos y la búsqueda
de aliados dentro de la oligarquía chilena, el primero de los cuales fue
Agustín Edwards, dueño del periódico El Mercurio. Así pues, Nixon
financió una corriente de pensamiento y de acción crítica contra Allende.
Recordemos que apenas había pasado poco más de una década desde el triunfo de
la Revolución Cubana, la cual causó mucho miedo, tanto a las oligarquías
latinoamericanas como al gobierno estadunidense, y que, a principios de los
años 60 del siglo XX John F. Kennedy había impulsado la Alianza para el
Progreso, que establecía la necesidad de hacer reformas estructurales y
económicas en América Latina. En esa época, las sociedades de dicha región eran
tan desiguales o más que ahora… En Chile, entonces, se llevó a cabo una reforma
agraria que buscaba, por una parte, evitar que el pensamiento de izquierda tuviera
más seguidores y, por otra, impedir que se formara una masa crítica de
campesinos y que ésta apoyara a los movimientos armados de izquierda”, dice
Ruiz Guerra.
Inestabilidad
No obstante, Allende logró llegar a la silla presidencial y poner en
marcha una serie de medidas que permitieron al Estado ejercer una clara
preponderancia en la regulación de la vida económica del país, por lo que el
gobierno estadunidense, en consonancia con la oligarquía chilena, aumentó sus
empeños para detener este giro hacia la izquierda.
“Por eso se incrementaron los ataques de la prensa al gobierno de
Allende y surgieron movimientos de derecha muy significativos, y, para colmo de
males, los movimientos de izquierda entraron en un diálogo no democrático con
ellos. Además –y esto es esencial–, la oligarquía empezó a usar sus recursos
para generar no sólo inestabilidad política y social, sino también crisis
económicas, y los militares chilenos se fueron dando cuenta y convenciendo poco
a poco de que, en esas circunstancias tan inestables, ellos podrían intervenir
para resolver las cosas”, refiere Ruiz Guerra.
A pesar de esa situación de inestabilidad política, social y económica,
el 4 de marzo de 1973, la Unidad Popular –la coalición de partidos políticos de
izquierda que lideraba Allende– obtuvo más votos de lo esperado en las
elecciones parlamentarias: el 44 %, lo que supuso un respiro para el presidente
y sus seguidores.
Con todo, ese respiro se tornó en miedo, agonía y muerte el 11 de
septiembre de ese mismo año, cuando los aviones de la Fuerza Aérea de Chile
bombardearon el Palacio de La Moneda, sede del poder ejecutivo de esa nación, y
empujaron a Allende a suicidarse.
“Es necesario subrayar que el golpe de Estado en Chile fue ejecutado por
los militares chilenos, sí, pero con el apoyo ideológico y económico del
gobierno estadunidense.”
Persecuciones, allanamientos…
Hablar del golpe de Estado en Chile y de los 17 años de dictadura de
Pinochet es hablar de persecuciones, allanamientos, detenciones arbitrarias,
torturas y asesinatos.
“En varios pronunciamientos, la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos ha afirmado que estas acciones no fueron eventuales, sino sistemáticas
y aprobadas por Pinochet. Ahora bien, según información oficial, del 11 de
septiembre de 1973 al 11 de marzo de 1990, cuando la dictadura chilena llegó a
su fin, hubo entre 3,300 y 10,000 personas asesinadas y desaparecidas (aunque
Nathaniel Davis, embajador estadunidense de entonces, escribió alguna vez que
esta cifra podría oscilar entre 3,300 y 80,000), así como 40,000 torturadas y
250,000 exiliadas”, indica Ruiz Guerra.
Un argumento que esgrimen muchos chilenos para defender la dictadura que
se instauró en su país durante 17 años es que el 11 de septiembre de 1973
estalló una guerra, un conflicto armado.
“Después del golpe de Estado sí hubo algunos focos de resistencia en
Santiago y otras ciudades, pero si tomamos en cuenta que para calcular el nivel
de letalidad y violencia en un conflicto armado se recurre a la ratio (relación
cuantificada entre dos magnitudes que refleja su proporción), y que por cada 48
simpatizantes del gobierno de Allende que fueron asesinados por las Fuerzas
Armadas de Chile se contabilizó únicamente un soldado muerto, se puede ver que
en realidad no estalló ninguna guerra, lo cual desmiente también la idea de que
la Unidad Popular estaba planeando una revolución y acaparando armas.”
Sin justicia
En opinión de Ruiz Guerra, de todas las dictaduras latinoamericanas de
los años 60 y 70 del siglo pasado, la chilena es la que, con el paso a la
democracia, ha sido objeto de muy pocos esfuerzos para impartir justicia a
quienes la padecieron.
“No ha habido juicios como los de Argentina, por ejemplo. El dictador
Jorge Rafael Videla y otros militares implicados en torturas y asesinatos
terminaron sus días en la cárcel. En cambio, si bien Pinochet fue capturado en
el Reino Unido por una orden del juez español Baltasar Garzón, no se le
enjuició y regresó sano y salvo a su país. Y en términos de memoria histórica
tengo la impresión de que tampoco se ha hecho justicia. En una gran cantidad de
naciones que han sufrido un golpe de Estado se reconoce que hubo una ruptura de
la democracia, violaciones a los derechos humanos y muertes. En cuanto a Chile,
la aprobación de Pinochet y su gobierno ha crecido en los últimos 10 años. Hay
diversas razones que explican esto. Una de ellas es que, a pesar de los cambios
positivos que ha habido desde 1990 no ha sido posible establecer una pedagogía
que recuerde el tema de la dictadura como condenable. La derecha reivindica la
figura de Pinochet y considera que fue necesario el golpe de Estado que
dirigió; incluso algunos dicen que, si se dieran las circunstancias, habría que
volver a hacer algo así… Es importante que cobremos conciencia de que procesos
como éste no pueden –no deben– tener lugar en una sociedad civilizada del siglo
XXI. El recurso para dirimir diferencias ideológicas o relacionadas con el
modelo de sociedad y nación que queremos construir no puede –no debe– ser el
uso de la violencia, sino el diálogo y, en el ámbito de las definiciones
políticas, la democracia”, finaliza.
EN LA PLUMA DE JOSÉ EMILIO PACHECO
En el texto de Edith Sebastián Cerrado por inventario publicado
en la revista Punto de partida se recupera la opinión de José
Emilio Pacheco sobre el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile:
“José Emilio Pacheco logra resumir, con una mirada crítica y bien
documentada, siglos de historia del pueblo chileno: habla de su economía,
política, sociedad y cultura, dando santo y seña de los personajes y líderes
que lucharon por una nación libre. Pero hay algo en particular que me sorprende
de esta columna, fechada el 15 de septiembre de 1973, cuatro días después del
golpe de Estado: el autor afirma, de manera contundente, que a Salvador Allende
lo mató quien después sería un dictador y tirano, y declara abiertamente su
postura política y apoyo al pueblo derrocado:
‘En 1970 Salvador Allende triunfó en las elecciones y quiso liberar a
Chile de su dependencia del imperialismo y de su atraso socioeconómico mediante
la construcción de una sociedad socialista, implantada gradualmente por la vía
de la legalidad constitucional y sin derramamiento de sangre. Cercado y
boicoteado, tuvo el apoyo de las masas obreras y campesinas y de grandes
sectores de las clases medias. No armó a sus partidarios en milicias defensivas
para evitar enfrentamientos que pudieran desatar la guerra civil, y porque
confiaba en la lealtad incesantemente proclamada del ejército. Dentro y fuera
de Chile se tramó sin descanso su destrucción. Se le imputaron todos los
problemas causados por sus antecesores y sus enemigos: inflación enloquecedora,
agitación, descenso de la producción industrial. La itt y la cia, como los
inversionistas ingleses en tiempos de Balmaceda, se unieron a sus aliados
naturales chilenos y lograron al fin que —en un acto de ignominia que supera la
traición huertista de 1913— una fracción mayoritaria de las fuerzas armadas
derrocara y asesinara a Allende el trágico martes 11 de septiembre. Al enviar
estas líneas a la imprenta todo indica que lo único logrado por el vil asesino
Pinocho Pinochet fue desatar la guerra civil que Allende dio su vida por
impedir. El pueblo chileno se levanta en armas contra los traidores. No se
establecerá el eje Washington-Brasilia-Santiago. Los fascistas no pasarán’”.
Sebastián, Edith, “Cerrado por
inventario”, Punto de partida 214 Mirada, 7a. época,
marzo-abril, Ciudad de México, 2019 (http://www.puntodepartida.unam.mx/index.php/1103-punto-de-partida/no-0214/2142-0214-carrusel-cerrado-por-inventario-edith-sebastian)