Gritería y soberbia
Entre Columnas
Por Martín Quitano Martínez
Pareciera que inexorablemente,
la discusión política y pública solo puede plantearse en una lógica de
dualidades absolutas, “la bebes o la derramas”, “si no estás ciegamente a favor
es porque eres un enemigo”. En el actual panorama político no caben las
reflexiones, los matices, el análisis de escenarios. La interpretación de los
sucesos cotidianos del acontecer político y gubernamental solo tiene dos
posibilidades en cada una de las dos trincheras: eres bueno o eres malo; solo
resta meterse en alguna de esas dos trincheras y desde allí se tiene la
obligación de disparar a todo lo que esté fuera de ella.
Es necesario argumentar
contra esa condición reducida de interpretar en negro y blanco los ejercicios
políticos. Las opiniones que se puedan situar en medio de las alambradas, son
vistas con profundo desprecio y desconfianza desde ambas trincheras, porque en
ellas solo se distinguen enemigos, sin más ideas que la descalificación de
aquello que es distinto.
Están cerrados los espacios
para la reflexión o escucha que voluntaria y necesariamente abriría puentes de
diálogo, más allá de las intransigencias. En ambos bandos abundan los
argumentos que respaldan una realidad de maniqueísmo político, de gritos,
vituperios y enfrentamientos airados, de ruido descalificador.
Los que con sus opiniones se
plantan en medio de los extremos irreconciliables, se arriesgan a señalamientos
de moderaciones ruines, falaces o de incómodas tibiezas que, a decir de los
referentes extremistas, son sospechosas para ambos bandos, pues tan solo
reflejan los mensajes engañosos de los contrarios.
La falta de voluntad para la
conciliación de posiciones comunes, la inmediata anulación del contrario, sospechar
y menospreciar todo lo que se haga o se piense de forma distinta porque
equivale a traiciones a la patria, consolida una ruta de desencuentros y malas
prácticas, originadas en el desconocimiento del quehacer político o público,
donde no hay enemigos sino adversarios de diversa índole, donde no caben las ideas
de aniquilación, sino las de convivencia en la diferencia.
La falta de reconocimiento a
las diferencias y diversidades existentes, asumir que el poderío de número sirve
para eliminar al contrario, creer que mi versión debe imponerse a todos porque
poseo la verdad absoluta, porque me asiste la razón histórica, la superioridad
“moral”, son posiciones que se alejan de la esencia democrática, como el
espacio político donde subsisten y conviven los diferentes y las
contradicciones.
Los malos y deficientes ejercicios
públicos y políticos abonan al hartazgo. Han puesto desde hace décadas y ponen
actualmente en riesgo, el reconocernos en valores democráticos, pues nos
obligan a mirarnos en espejos que reproducen y multiplican nuestros problemas,
generando insatisfacción, golpeando la esperanza y abriendo la puerta a la
opción de las visiones autoritarias.
Las élites políticas, todas,
han quedado a deber para asumir las responsabilidades que tienen en los
derroteros de nuestro país en los años de transición y alternancias
democráticas. Los malos resultados y pendientes, mancharon el periodo que abría
las oportunidades para crear esperanzas, de cara a los logros de una lucha democrática
que proponía expectativas mejores para nuestro país.
Los diálogos, los debates
serios, están ausentes en las mesas oficiales y formales. Porque no se dan en la
soberbia del monólogo matutino, ni en el griterío de las redes sociales, utilizados
como cajas de resonancia, no de argumentos, sino del ruido, de la gritería que
aísla propuestas, que anula escuchas, donde se hace visible la burla, el denuesto
que justifica la pelea, la soberbia que arrolla cualquier posibilidad de debate
de posiciones e opiniones argumentadas; en lugar de ideas, aparecen jactancia y
reproches, que cierran en lugar de abrir oportunidades.
La soberbia y la
intransigencia de quienes hoy detentan el poder, junto con la incompetencia y
nulidad de las oposiciones, solo acumulan daños y profundizan los desencuentros,
rompiendo los asideros de un diálogo que asuma la convivencia democrática y permita
enfrentar nuestros agobiantes problemas.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Pues
parece que el precepto juarista de que “entre los individuos como entre las
naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” no es válido de aplicar para
la canciller panameña.
Twitter: @mquim1962
La
soberbia no es grandeza sino hinchazón y lo que está hinchado parece grande
pero no está sano.
San Agustín