IDEAS, IDEAS, IDEAS E IDEAS
IDEAS, IDEAS, IDEAS E IDEAS
Por Uriel Flores
Aguayo
Hemos conocido las narrativas
dominantes en México. Desde la de “la revolución mexicana” hasta las de la
alternancia panista que no terminó de configurarse. La del PRI y sus
antecesores fue la más larga y contundente. Todo lo que se hacía, Estatismo y
neoliberalismo, estaba justificado por esa revolución; cambiaba el rumbo
económico pero la política era casi inamovible a nombre de la revolución. Ese
movimiento social, complejo, obtuvo en los grupos dominantes una explicación
plana y romántica. Identificarse con él era suficiente para hacer lo que se
quisiera. Fusionaron al Estado con su partido, rindieron culto al Presidente,
corporativización a la sociedad, simularon elecciones, volvieron privados los
recursos públicos y reprimieron sanguinariamente a la disidencia. Esa fue la
etapa “revolucionaria”. Llegó el momento en que la pluralidad del país, la
influencia mundial y los anhelos libertarios simplemente ya no cabían en ese
sistema cerrado y arcaico. Poco a poco cedió terreno hasta derrumbarse para dar
paso a la alternancia panista en dos sexenios en los que cambió poco y a la
reciente sacudida Obradorista.
La narrativa es clave y, digamos, se
abre paso naturalmente. Es el discurso dominante que define actos e
intenciones, reforzado por la propaganda. Una vez encaminada la narrativa se
genera una lucha por imponerla y vencer las resistencias que provoca. El
problema va más allá de la lógica que supone que un gobierno maneje su discurso
y éste se vuelva hegemónico; más bien lo importante es que tanto refleja la
realidad y como concilia a la verdad. En las palabras vueltas mensaje radica un
elemento esencial de los cambios. Si el dicho no pasa a los hechos, queda en
retórica. Es regresivo cuando los actos se pierden en la propaganda porque se
limita la deliberación pública para volverse una competencia de consignas. Es
exigible, a la luz de nuestro pasado y las experiencias internacionales, que
haya transparencia discursiva y que los hechos reflejen escrupulosamente lo que
se dice y piensa.
Lo mejor es aportar ideas, en cualquier
momento y circunstancia. Abordar los debates con tolerancia, datos y
evidencias. No fulminar al otro con supuesta superioridad moral o
descalificaciones de algún tipo. Sin ideas y argumentos solo quedan las
consignas y las ocurrencias. Venimos del abuso seudo ideológico y el
pensamiento único, de estilo soviético; y del culto a la personalidad. Eso más
o menos se estaba superando a pesar de las desviaciones de nuestra transición
democrática. No tendría sentido volver a algo similar en las condiciones
actuales. Obviamente habrá mil justificaciones para las tentaciones
restauradoras. Se podrá aducir el reciente pasado corrupto y violento; pedir
licencia para hacer y deshacer a nombre de una regeneración de papel. Ojalá se
venzan las tentaciones autoritarias y despóticas. Debería inhibirse desde el
poder toda manifestación de culto personal y fanatismo. Labrar una estatua en
vida llena egos pero distorsiona los cambios necesarios.
Hay varios tipos de fanatismo, me
interesa detenerme en el político, en ese apasionamiento que prescinde de la
razón y se vuelve ciego. Es duro y lamentable para quienes se instalan en esa
condición. Sufren. Ocurre en ellos un fenómeno de tipo integrista: mucho o todo
de lo que piensan y hacen con su vida se explica a partir de su simpatía con
una causa o un personaje. Eso es peligroso además de ocioso. De fanáticos se
nutrió el fascismo y el comunismo realmente existente. En aras de algún tipo de
utopía justificaron todo tipo de excesos y atrocidades. Los fanáticos se van a
los extremos, brincan la mesura y a la armonía. Hay fanáticos comunes,
auténticos, y otros que simulan para manipular y obtener beneficios. Siempre
hay que dudar de los más exaltados, casi siempre son de mentiras. Podría haber
algunos de verdad, y de esos hay que cuidarse, son peligrosos.
El cambio que concibo como positivo, o
verdadero para estar a tono, es el que dice lo que hace, respeta al que dice lo
contrario, pone los datos por delante, siempre parte de evidencias y crea un
ambiente incluyente. Si hay tolerancia al otro, se conducen con decoro y
respetan escrupulosamente la dignidad de las personas, entonces podríamos
hablar de cambios.
Recadito: no pido que sean de izquierda sino
que, al menos, tengan escrúpulos y decoro.