INFANCIA FRENTE A LA PANTALLA
INFANCIA FRENTE A LA PANTALLA
En más de una ocasión, ya sea en una terminal de
autobuses o mientras reviso el menú en algún restaurante, he observado una
escena repetida: un niño o niña, con notable inquietud ante el escenario que le
rodea, quien recibe en sus manos un celular o tableta, como quien recibe un
tranquilizante de rápido efecto.
Sorpresiva e inmediatamente, se hace el silencio
dejando libre el camino para las necesidades adultas, encantado al infante con
la herramienta de luces y sonidos, por lo que nuestro menor en turno se sumerge
en la pantalla hasta nuevo aviso. Este gesto —aparentemente inofensivo o
incluso práctico— nos habla de algo más profundo: la creciente presencia de los
dispositivos tecnológicos en el desarrollo infantil. ¿Qué implicaciones tiene
esto?
Desde la psicología del desarrollo, se sabe que
los primeros años de vida son fundamentales para la construcción del lenguaje,
la autorregulación emocional y el desarrollo de vínculos seguros. Estas
habilidades no emergen de manera espontánea y mucho menos en solitario, sino
que se cultivan en el contacto directo con el otro… ¿quien es este otro?
En primer lugar, el otro es el rostro de la madre,
el padre o quien ocupe el lugar de su cuidador/a, quien desde la mirada
afectiva, la escucha atenta, el juego compartido y el sostén emocional aportará
habilidades y cualidades que le permitirán a un niño/a hacer frente a la
frustración. Con estas líneas no pretendo acribillar el uso de la tecnología,
pues no es en sí misma un enemigo para el desarrollo; sino que planteo su uso
problemático cuando se vuelve sustituto de lo humano.
Para esclarecer el fenómeno al que hago alusión
les invito a imaginarse en este momento como aquel pequeño/a que usaba
pantaloncillos y calzado pequeño, cuya estatura apenas les permitía mirar por
encima del comedor. Ya siendo niños/as otra vez, de pronto se encuentran en un
espacio que tiene juguetes y materiales a su disposición, prestos para usarse
libremente… ¿tentador no? Pero algo pasa, de pronto no saben qué hacer.
Bien, esto es cada vez más común en consulta
clínica, cada vez es más frecuente recibir a niños/as que, ante la consigna de
jugar con el material del consultorio, se bloquean o piden un dispositivo para
“divertirse”. En contraste, hay un incremento en las solicitudes de los padres
y madres, que se preocupan por la “hiperactividad” de sus hijo/a, consultan al
especialista sin advertir que el uso indiscriminado de pantallas puede genera
una sobreestimulación que afecta los procesos atencionales, el sueño y la
regulación emocional.
Con esto nos invito a mirar más allá de los
síntomas, a preguntarnos por el deseo y el lugar que ocupan hoy en día los
niños/as en el mundo. Cuando el celular aparece como el “objeto calmante”, no
es solo una herramienta, sino también un mensaje: “no tengo tiempo para ti”,
“prefiero evitar tu llanto”, “no sé cómo lidiar contigo”. En estos casos, la
tecnología no solo entretiene sino que también desplaza el encuentro, silencia
la demanda y, en ciertos contextos, anestesia el malestar que toda crianza
supone.
Con esto último me refiero a crecer no es tarea
fácil, podría decir que es la más compleja de las tareas de la vida y los
niños/as requieren ser sostenidos en la angustia que esto conlleva, si logramos
que un pequeño/a transite con tranquilidad por los avatares de la vida
estaremos formando al adulto que podrá afrontar la vida con mayor paz en su
interior.
Ahora seguro me dirán: “Si mi hijo/a me lo pide
¿cómo le digo que no?”. Al respecto diría es es innegable el goce que produce
el uso de los dispositivo, no olvidemos que están creados para ser consumidos y
exitosamente lo logran. Las pantallas, con su algoritmo personalizado, nos
ofrecen justamente eso: un goce sin pausa, sin espera, sin falta.
Para un niño que aún no ha elaborado la noción de
límite, esta experiencia puede ser adictiva. La inmediatez se vuelve regla y el
aburrimiento, intolerable. Sin embargo, es precisamente en el aburrimiento
donde nace la creatividad, el juego simbólico, la capacidad de pensar y de
imaginar.
Tan sólo haría falta recordar nuevamente nuestra
propia infancia, desprovista de dispositivos electrónicos, en la que el
aburrimiento se hacía presente de manera recurrente y era confrontada con la
interacción social con los amigos/as del barrio, con las actividades domésticas
en compañía de la familia o con el poderoso ejercicio de la imaginación que
siempre involucra a otros que han sido incorporados en nuestro psiquismo de
manera exitosa.
Como sociedad, podríamos preguntarnos: ¿estamos
acompañando el crecimiento emocional de nuestros niños o simplemente buscamos
que no nos interrumpan? ¿Qué lugar damos al silencio, al aburrimiento, a la
conversación? ¿Cuándo fue la última vez que un niño tuvo una tarde libre, sin
plan, sin pantalla, sin clases de música o deporte, solo con sus juguetes y su
imaginación?
Escuchar al niño/a implicará también al adulto que
está detrás, a sus miedos, a su cansancio, a sus necesidades. A veces, la
entrega del dispositivo no es solo por comodidad, sino también por
desesperación, por exceso de trabajo, por no tener tiempo para uno o por falta
de recursos simbólicos para sostener el vínculo.
En un mundo cada vez más acelerado, defender
espacios de pausa y presencia es un acto revolucionario, pues tal vez no
podamos evitar que nuestros pequeños/as crezcan en un mundo lleno de
tecnología, pero sí podemos elegir qué lugar queremos que ocupe en su
desarrollo. Que la pantalla no sea la “nana digital” que todo lo calma, no
deleguemos el vínculo a un algoritmo.
Nos leemos en el próximo Café desde el Diván.
Paulo César Soler Gómez
Contacto: psoler@live.com.mx
Youtube: : https://youtube.com/@paulosoler