JUSTICIA O VENGANZA
JUSTICIA O VENGANZA
Por
Mónica Mendoza Madrigal
La Ley
de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia reconoce como tipos de
violencia a la psicológica, física, sexual, patrimonial, económica y obstétrica
y como modalidades a la violencia de género, familiar, laboral o escolar,
comunitaria e institucional.
A
todas estas, en los años recientes se han añadido otras que, por su alta
incidencia, han obligado a que sea necesario tipificarlas como delitos, para
que haya un esquema claro de sanciones a quienes las cometen: la violencia
digital, la violencia política contra las mujeres en razón de género y la
violencia vicaria.
El andamiaje legal
con que las mujeres contamos es robusto al grado que, es referente de
protección de derechos en la América Latina nuestra y pese a ello, la
organización de la sociedad civil Impunidad Cero señala que en México el 88.3%
de los delitos denunciados quedan impunes, lo que representa la parte más
pequeña de la enorme cantidad de casos de violencias que se registran, como lo
demuestra la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), que muestra
que el 98.6% de los casos de violencia sexual no se denuncian.
Si solo en el 11.7%
de las violencias que son denunciadas por las mujeres se “hace justicia” pues
se trata de una justicia muy pírrica, porque se convierte en un privilegio de
unas cuántas, mientras que la mayoría debe seguir viviendo con una o muchas
formas de estos comportamientos que las vulneran a grado tal que invade todas
las facetas de su vida cotidiana.
¿Por qué las mujeres
no denuncian? Es la más reiterada pregunta que se les hace desde el privilegio
para cuestionar su “voluntad” al mantenerse dentro de relaciones de poder que
son abusivas, revictimizándolas una y otra vez por eso que desde el sillón de
la superioridad moral se considera un insano gusto “por la mala vida”.
La corrupción, la
ignorancia, la precariedad, la sumisión, el miedo, la esclavitud de los
cuidados y muchas razones más hacen que las mujeres no tomen la decisión de
hacerlo, tarea en la que nada ayuda la falta de sensibilidad del personal que
labora en las Fiscalías y que presume sus muchas horas de capacitación
recibida, que no han servido para nada porque siguen cuestionando a las mujeres
su corresponsabilidad en la comisión de los delitos de los cuales ellas son las
víctimas.
Así pues, para
muchas resulta más fácil, más tangible, más inmediato el exhibir a sus
agresores en redes o en los tendederos que ya no son exclusivos de los entornos
escolares, sino que los hay también en la vía pública y en algunos espacios
laborales. Dañar la reputación pública de los agresores es cada vez más
recurrente, pero como en las enfermedades, ese no es el problema sino el
síntoma que evidencia la falta de confianza que existe en la justicia, lo que
lleva a las agraviadas a exhibir a los violentadores, agresores y deudores en
las distintas redes.
Siempre que alguna
mujer me pregunta qué es lo que pienso que ella debe hacer en el caso de
violencia que padece, lo primero que le pregunto es si ella quiere venganza o
justicia. Si quiere venganza, tal vez le alcance el recurso digital, pero si lo
que quiere es justicia no es esa la vía y en realidad, exhibir a su agresor
puede llegar a significar que la propia ley acabe defendiéndolo a él.
Ah pero qué difícil
es confiar en la vía de la justicia. Nat tiene años en un proceso de divorcio
con un exmarido que no paga pensión alimenticia de la hija de ambos y hasta ha
querido despojarla de la casa que se compró con dinero de ella en el matrimonio
y hoy lucha con no caer ante las provocaciones de la nueva novia de su aún
marido, que no tan solo ejerce contra ella violencia digital, sino también lo
hace en contra de su hija, afectando el interés superior de la niñez con la
complacencia del sujeto de cuya psicopatía claramente aún no se libra. Y Myriam
es víctima de violencia política en razón de género por parte de un sujeto que
tiene varias denuncias en su haber –una de ellas de tipo sexual–, que, sin
embargo, tiene el poder para truncar su andar dentro de un entorno que
legítimamente ella ha construido. O Sofy, que me rompió el corazón hace unos
días cuando me confesó que no ha habido un solo día de los últimos 4 años que
no haya sido violentada en redes y todo porque ella muestra su cuerpo, lo que
para algunos es el pasaporte para creer que pueden disponer y de él y lucrar.
Lo más terrible de
todo es que las tres son mujeres públicas, y al menos dos de ellas hacen
acompañamiento y defensa a otras mujeres que son violentadas, lo que da cuenta
cabal de una de las más graves realidades que la violencia nos demuestra: es
difícil escapar de ella.
Quizá mis amigas no
se hayan planteado hasta este momento el profundo significado que entraña la
palabra que yo he usado para referirme a ellas: son víctimas, pero no enfrentan
los agravios en su contra desde la victimización sino desde la valentía que
encontraron luego de haber dejado sentir el enojo y la frustración. A ellas y a
cada mujer que ha vivido alguna forma de violencia en su contra les digo algo
muy claro: no es su culpa y tienen todo el derecho del mundo a buscar erradicarla
de sus vidas y a exigir justicia.