LA ADICCIÓN A LOS VIDEOJUEGOS
LA ADICCIÓN A LOS VIDEOJUEGOS
Salvador
Farfán Infante
De qué trata la adicción a los videojuegos
En junio de 2018 por primera vez la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó a la adicción a los videojuegos como un trastorno mental. Así se recoge en la última Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11), donde se define como un desorden psicológico. Si bien no es una de las adicciones comportamentales más comunes, el gaming disorder amenaza con tornarse un
problema de salud mental público.
Aunque este trastorno mental se asocia mucho
con los adolescentes, comienza a ser un problema de salud presente en la
población adulta.
Sin duda el desarrollo de las tecnologías
informáticas y las redes sociales propició una mayor facilidad para caer en
esta dependencia. Y es que simplemente con disponer de una conexión a internet
se puede acceder a numerosos juegos online. Ya ni siquiera es necesario tener
que salir de casa para comprarlos ni depender de amigos físicos para compartir
las sesiones.
Este hecho repercutirá en decisión de reclusión
y la soledad voluntarias del jugador, lo que termina agravando su desorden
psicológico.
Las personas adictas a los videojuegos paralizan sus intereses y actividades diarias para destinar todo su tiempo a los juegos. En este aspecto, si bien la adicción a los videojuegos puede ser considerada una suerte de ludopatía, se trata de una dependencia más acusada. Pues el individuo puede pasar horas seguidas jugando a videojuegos hasta el punto de pasar meses o años sin salir de casa. Por eso también se halla muy relacionada con la adicción a las nuevas tecnologías, dado que suele desarrollarse frente a un ordenador.
Sea como fuere, la compulsión por gastar mucho
tiempo jugando se traduce en un absentismo social. Esto es, una necesidad
irrefrenable que aleja al adicto de la interacción social y del cumplimiento de
sus responsabilidades personales.
Muchos adictos a las videoconsolas o los juegos
de ordenador se recluyen en sus casas durante mucho tiempo.
SÍNTOMAS DE LA ADICCIÓN A LOS VIDEOJUEGOS
No es cierto que jugar con frecuencia y entusiasmo a los videojuegos produzca dependencia. Pero sí es verdad que una minoría de personas ven en esta actividad un modo —obsesivo— de evadirse de la realidad. Por tanto, los rasgos personales o ciertas predisposiciones biopsicológicas pueden influir a la hora de desarrollar una adicción.
Según se desprende de estudios recientes, un 10% de los jugadores termina cayendo en el juego patológico. El perfil promedio es el de adolescente varón, introvertido y con escasa empatía.
Ahora bien, ¿cómo saber cuándo una afición se convierte en compulsión? En principio, cuando se da una prioridad excesiva a la actividad. Además, cuando durante el tiempo en que no se realiza la acción adictiva aparece malestar psicológico, inquietud. No obstante, otras señales cuya presencia en la vida de una persona indican una adicción a los videojuegos son:
Distanciamiento en las relaciones familiares y
sociales. En los jugadores abusivos, el juego es su mayor prioridad. Por ende,
se dejan de lado las relaciones familiares, las actividades con los amigos o
pareja y aparece absentismo estudiantil.
Aislamiento social. Muchos adictos a las
videoconsolas o los juegos de ordenador se recluyen en sus casas durante mucho
tiempo.
Cambio en las rutinas. La persona va modificando sus actividades diarias para dedicar cada vez más tiempo al juego. Es común que los adictos trasnochen porque son incapaces de controlar su afición.
Inestabilidad emocional. En aquellos períodos en que debe abstenerse de los videojuegos puede aparecer irritabilidad, impulsividad, euforia, depresión, ansiedad social, etc.
Deterioro físico. Debido a la ausencia de rutinas saludables, vida activa y alteraciones del sueño. La dejadez en el aspecto físico es habitual en los jugadores que pasan largo tiempo sin salir de casa.
Falta de concentración. Debido, sobre todo, a que la atención se enfoca solo en jugar. Ello también se traduce en un bajo rendimiento académico, laboral y de la vida social.
Fuente: Instituto Castelao. Madrid, España