LA AGENDA DE LAS MUJERES
LA AGENDA DE LAS MUJERES
Mónica Mendoza Madrigal
Las cartas han comenzado a develarse porque
los tiempos políticos no esperan, aunque para las elecciones de 2024 aún falten
22 meses.
Será la madre de todas las elecciones, lo
sabemos, pero para nosotras las mujeres es mucho más que eso.
Logrado, defendido y arrebatado será ese el
primer proceso electoral en la historia de este país en el que los partidos
deberán postular candidatas a la Presidencia de la República cumpliendo con la
Paridad Total que hace valer el principio constitucional en éste, que es el más
alto de todos los cargos unipersonales a elegir.
Hasta este momento, en México solo hemos
tenido cinco mujeres candidatas presidenciales, una de ellas en dos ocasiones:
Rosario Ibarra de Piedra fue candidata primero en 1982, repitiendo la odisea en
1988; en ambas ocasiones abanderada por el Partido Revolucionario de los
Trabajadores; mientras que Cecilia Soto fue candidata por el Partido del
Trabajo en 1994, año en el que también contendió Marcela Lombardo postulada por
el Partido Popular Socialista. Ya en este siglo, Patricia Mercado fue candidata
del Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina en 2006, y Josefina Vázquez
Mota fue la abanderada del Partido Acción Nacional en 2012. Ambas hoy son
senadoras de la República.
Es importante señalar que cuatro de las cinco
fueron postuladas por partidos de izquierda, pequeños, sin posibilidades reales
de triunfo electoral, mientras que la última fue la primera en ser postulada
por uno de los llamados “partidos grandes”, mismo que no obstante su tamaño, en
ese momento no tenía cifras de preferencia que le auguraran un potencial
triunfo. Por cierto, en los análisis de esa elección existe la versión no
confirmada de que a Vázquez Mota su propio partido le habría jugado en
contra.
Así que 61 años después del
reconocimiento al derecho al sufragio femenino en este país, tendremos al fin
mujeres contendiendo en mejores circunstancias que los hombres, por la silla
presidencial.
Adelantándose a los tiempos –y violando
la ley, hay que decirlo– los recientes meses han dejado más que claro lo que se
veía venir desde 2018: Claudia Sheinbaum busca ya ser la candidata de Morena a
la Presidencia.
Pero las mujeres no ganamos la Paridad en
Todo para allanarle el camino a la candidata del presidente. Éste es un triunfo
de las mujeres para las mujeres, así que lo deseable es que haya más mujeres en
posibilidad de presentar su candidatura y contender en las circunstancias más
competitivas que sea posible.
En ese contexto, la segunda en levantar la
mano y decir “yo quiero” es Beatriz Paredes Rangel, mujer que en política lo ha
sido todo y cuya aspiración pronto encontró cobijo entre segmentos convencidos
de acuerpar a una candidata con capital político sólido, en un contexto
–también hay que decirlo– en el que el único “pero” que se le encuentra es que
el partido en el que milita, que atraviesa el peor de los momentos de su
historia y eso lo hace difícilmente competitivo.
Fue en el momento de hacerse pública la
aspiración de Beatriz Paredes que pensé en escribir esta columna, que me he
tardado varias semanas en concretar.
Aunque la ex gobernadora de Tlaxcala ha
despertado una reacción positiva con su aspiración en varios círculos, sobre
todo en aquellos que se han mostrado reacios a la postulación de la jefa de
gobierno de la Ciudad de México, que no acaba de convencer afuera de su propio
partido precisamente por su cercanía con el presidente, en algunos espacios he
escuchado ciertas voces que señalan los puntos que consideran negativos en la
trayectoria de Paredes Rangel y ahí es donde es necesario que las mujeres seamos
más estratégicas y menos idealistas.
Lo que necesitamos son mujeres competitivas
que puedan hacer campañas dignas, recordando que si postulamos a quienes no
tienen esa posibilidad, el patriarcado se reirá de nosotras con el consabido
“se los dije”, pues les habremos dado la razón de que no podemos gobernar
porque la ciudadanía no vota por nosotras, porque el poder es masculino.
Así que no queramos modelos de perfección
como candidatas. Busquemos y abracemos mujeres con las que se pueda competir y
con las que se pueda negociar una agenda progresista de derechos para las
mujeres.
Del momento en que Beatriz Paredes levantó la
mano al día de hoy, ya hay otras mujeres que han dicho querer contender o
voceros a modo han salido a decirlo. Así se han sugerido los nombres de Lily
Téllez y Margarita Zavala, ambas del ala conservadora, o la empresaria Carmen
Armendáriz, cuyas agendas no significarían un avance en materia de derechos
para las mujeres, aunque –también es necesario decirlo– es difícil estar peor
que como ya estamos hoy en éste renglón específico, como lo revela la
emergencia nacional en materia de violencias y la cada vez mayor disminución de
recursos a los programas que atienden mujeres.
Ojalá haya muchas más. Que se postule de
nuevo Patricia Mercado, que quiera hacerlo Martha Tagle, que Rosario Robles
haga del dolor su causa y contienda, porque ésta será una elección que definirá
la forma en que la sociedad mexicana ve a las mujeres políticas. Sentará
precedentes. Después de que haya varias mujeres compitiendo por el más alto
cargo del Poder Ejecutivo en este país, la realidad para las otras cambiará
para siempre.
Pero necesitamos ponernos de acuerdo. Dejar
de exigirles ser perfectas. Queremos que sean elegibles, no santificarlas. No
romanticemos el poder político. Seamos estratégicas y eso incluye desacreditar
el agotado esquema de los partidos y las alianzas políticas. Se trata de
construir los puentes que aguanten la tormenta.
El acuerdo debe incluir nuestro deber de
defenderlas, a todas. Nuestra exigencia por erradicar la violencia política en
razón de género no puede ser exclusiva solo para nuestras preferidas y sumarnos
al ataque de las que están en el bando opuesto.
Decidamos con nuestro apoyo fáctico a quién
apoyaremos y demostremos ese respaldo en las urnas, no en las redes, que no
pueden seguir siendo el caldero donde un día sí y otro también, se hace la
quema de las brujas postmodernas.
Propongo hacer un pacto sororo, uno
feminista, uno necesario. El único que nos brinda una posibilidad para
aprovechar esta coyuntura y hacer historia.