Ars Scribendi

LA ARENA

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Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

 

En reciente festejo los músicos entonaban una melodía que reza, “La arena estaba de bote en bote, y la gente loca de la emoción, en el ring lucha los cuatro ídolos de la afición, el santo el cavernario, Blue Demon y el Bulldog, la gente enardecida gritaba sin cesar…Los invitados bailaban mientras las evocaciones fluían.

Esas notas musicales son destellos que avivan aquella inolvidable época, cuando la lucha libre estaba en boga, y nos sitúa en esos escenarios en los que los gladiadores al subir al ring eran ovacionados por los fanáticos que abarrotan la arena y la enardecían con desbordada pasión.

Regularmente el aficionado provenía de colonias, barrios y arrabales, es decir el corazón del pueblo. Todos ellos estaban pendientes de los programas de Box y lucha libre que eran difundidos por los voceadores quienes unidos a las diversas actividades de ese ayer conformaban un mosaico provinciano que aún acerca la nostalgia. Los aficionados iban llegando a la arena para formarse en las filas que los acercaban a la taquilla del coliseo. A algunos los acompañaba la suerte y lograban ver llegar a sus ídolos y no desaprovechaban el momento para estrecharles la mano, quizá un autógrafo o una fotografía que en ese ayer era difícil de conseguir.

Antes de la función por las bocinas instaladas en el recinto deportivo, fluían las canciones de moda, el aficionado se acomodaba en las butacas o en las gradas, siempre buscaba el mejor ángulo para presenciar la función. El aficionado paladeaba algún refresco o antojito en general. La tensión comenzaba cuando apagaban las luces y se encendía el reflector que bellamente iluminaba el cuadrilátero. De pronto, espectacularmente, subía el primer luchador, acto después aparecía el rival y antes de sonar la campana que anunciaba el inicio del combate, saludaban al respetable público que lanzaba un alarido de emoción haciendo cimbrar la Arena.

Volar por los aires para dar un tope, las patadas voladoras, llaves, candados, quebradora, tapatía y una gama de movimientos espectaculares que mantenía de pie a los aficionados, conformaba el arte de la lucha libre. Dichas emociones llenaban de alegría el corazón de los niños que junto a sus padres presenciaban el espectáculo.

Máscaras, cabelleras, sudor, la sangre, el dolor, el orgullo y la frustración fueron protagonistas dentro del ring. Los luchadores fueron verdaderos profesionales que le brindaron lo mejor de sí mismo al aficionado, quienes retribuían con aplausos la actuación de sus ídolos; el bello placer de dar y recibir.

Esa época fue marcada por el espíritu de la lucha libre que escribió su nombre para que las generaciones futuras la evoquen visualizando en la nostalgia a esos verdaderos exponentes

de dicho deporte, atletas que legaron un estilo, una técnica, un nombre, además de la rudeza que de alguna manera los identificó y que fueron capaces de penetrar en el corazón del aficionado de esa provinciana época que se quedó dormida en la distancia, pero dichas resonancias, aún se dulcifican en el corazón, acercando la niñez y la emoción que experimentamos cuando tuvimos la oportunidad de estar presentes en una arena apoyando a nuestro luchador favorito.

Implícitamente toda esta resonancia poética la acerca las estrofas de la canción, “ARENA” al tiempo que los invitados de la fiesta bailaban a placer mostrando sus cualidades de baile.

La época de oro de la lucha libre está contenida en un halo de nostalgia cuyos destellos nos hacen suspirar por aquel ayer que ya no volverá.

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