La Camarista (Lila Avilès, 2018)
Por: Manuel Duran
El cine, en muchas ocasiones, funciona como una ventanita a la vida de otras personas y culturas que no conocemos, también nos funciona como un universo alterno en el que somos quien vemos en pantalla, sufrimos y sentimos con esa persona. En este caso, para mí como espectador, cumplió la segunda función.
La camarista es un retrato de la gente con sueños, de la gente que lucha por conseguir más de lo que tiene, de la gente que se esfuerza todos los días para terminar recibiendo malos tratos y puertas cerradas, con la esperanza de que todo habrá valido la pena en un futuro.
La camarista es la breve historia de Eve, una camarista de un hotel lujoso en la Ciudad de México. Eve tiene un hijo, el cual no ve por estar todo el día trabajando en las recámaras del piso 21, pero se acaba de inaugurar el lujoso piso 42 del hotel, el cual supone gente más adinerada y una mejor paga para la camarista a quien le sea asignado el piso.
Durante toda la película vemos a Eve trabajar muy duro para conseguir el ascenso al piso 42, la vemos hablar por teléfono con su hijo menos de un minuto para seguir trabajando, la vemos salir cansada en la noche con un camino largo a casa por delante, la vemos llegar temprano a prepararse para salir adelante, la vemos no dejar el hotel en ocasiones en que es demasiado tarde y no hay ya transporte público disponible; la vemos luchar.
La lucha de Eve es una lucha de muchas, es una historia que no para de contarse, incluso el final es un final muy triste, pero al mismo tiempo esperanzador. Como Eve hay muchas, en México y en el mundo, y esta película sirve como retrato, pero al mismo tiempo homenaje, a quienes se sienten identificadas con la historia y con Eve. Pero que, al igual que ella, ya están hartas.
La película fue ganadora del Ariel (Premios otorgados por la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas) como Mejor Ópera Prima. Es ahora obligación contemporánea del cine mexicano.