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LA CASA DE LA PALABRA ES TAMBIÉN NUESTRA CASA

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LA CASA DE LA PALABRA ES TAMBIÉN NUESTRA CASA

Pbro. Juan Beristain de los Santos

 

La Palabra de Dios tiene voz, rostro y una casa donde habita. La sabiduría divina, según el libro de los Proverbios, puso su morada entre las personas y edificó su casa en la ciudad de los hombres y de las mujeres, sosteniéndola sobre sus siete columnas (Cfr. Pr 9, 1). Un documento importante del Concilio Vaticano II, Luz de la gente, refiere que existe una casa para la Palabra de Dios: La Iglesia posee su modelo en la comunidad-madre de Jerusalén; la Iglesia, fundada sobre Pedro y los apóstoles y que hoy, a través de los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, sigue siendo garante, animadora e intérprete de la Palabra (Cfr. LG 13), para que todos busquemos el desarrollo integral de la persona y para todas las personas. Desarrollo que inicia con el reconocimiento de la dignidad de los más excluidos de nuestra sociedad, cuya principal fuerza al servicio de este desarrollo integral es la caridad cristiana.

 

El autor del libro de los hechos de los Apóstoles, san Lucas, ha esbozado también la arquitectura de la casa de la Palabra basada sobre cuatro columnas ideales: La Palabra divina, la eucaristía, la vida de oración y la vida en comunidad (Cfr. Hch 2,42). En la casa de la Palabra Divina encontramos también a los hermanos y las hermanas, en la fe o en la descreencia, para que, reunidos por la fe en Cristo, aprendamos a superar cualquier circunstancia que nos impida vivir en plenitud la caridad, la justicia y la paz.

 

La Iglesia como casa de la Palabra, estando al servicio de Dios, debe estar también al servicio del mundo en términos de amor, justicia y verdad. El Papa Benedicto XVI, de feliz memoria, resume, en su encíclica Caridad en la verdad, el servicio de la casa de la Palabra con dos verdades: “La primera es que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. La segunda verdad es que el auténtico desarrollo del


 hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones” (Número 11). La vida de fe, para todos los que la deseen, se incluye también como un aspecto esencial en el desarrollo integral de toda la persona. Eliminar la vida de fe de la persona es un mal inicio de cualquier tipo propuesta de desarrollo que se presente como auténtica y realizable a corto y a largo plazo.