LA CATRINA CAFETALERA
René Sánchez
García.
Con motivo de la
celebración de las festividades de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, el
H. Ayuntamiento de Coatepec, colocó en el parque “Miguel Hidalgo” una serie de
las ya legendarias y famosas “catrinas”, que se le atribuyen a la mente y mano
creativa de José Guadalupe Posadas, quien allá por los años finales del siglo
XIX y principios del XX, retrató con su lápiz, a todas las mujeres y a todos
los hombres (se incluye niñas y niños) pertenecientes a la clase más adinerada
del país, así como a todos aquellos y aquellas que se sentían libre de todo
pecado y que se merecían los favores que la iglesia y la religión prometían.
Debemos todos recordar, que por aquellos años
el mando nacional y sus tres poderes estaba a cargo de Porfirio Díaz, quien,
para sostenerse por más de 30 años, concedió a sus más allegados las mejores
tierras y haciendas en todo el país. Hacendados, terratenientes y caciques,
quienes de forma inhumana explotaron no sólo la tierra, las minas y los mares,
sino que apoyados por muchísimas compañías extranjeras que llegaron por el auge
del petróleo y la plata, explotaron también la mano de obra de los campesinos,
los obreros, los indígenas y toda la demás gente pobre. Situación anterior que
sirvió de motivo para el levantamiento en armas de la gente del campo en el año
de 1910.
Siguiendo el slogan del gobierno de Veracruz, la verdad me llena de orgullo que
nuestro Ayuntamiento local erigiera esa catrina gigante y fuera dedicada
especialmente a las recolectoras (también llamadas cortadoras) del café en esta
región, que desde hace más de 200 años es mundialmente conocido por la calidad
de dicho aromático. Sólo que deseo aclarar que dichas mujeres pobres coatepecanas
que se dedican aun al corte, así como todas aquellas que fueron denominadas
“desmanchadoras del café”, nunca fueron ni se consideraron ellas mismas como
catrinas. Las verdaderas catrinas que retrata Posadas eran las mujeres ricas de
la época en que le tocó vivir y que se paseaban después de misa, por los
parques y alamedas de la ahora Ciudad de México.
El pintor y grabador Posadas se burló
irónicamente de ellas. Por ello las retrató a manera de calacas con sus
elegantes vestidos y adornos, al igual que lo hizo con los hombres adinerados
del porfiriato. Cuando niño viví tres años en una casa en la calle de 16 de
septiembre, allí fui testigo que entre los meses de noviembre a enero llegaban
a pernotar cientos de mujeres de los estados vecinos (Oaxaca, Puebla, Chiapas e
Hidalgo) y al salir al corte de café, se vestían con lo que traían (las
recuerdo ya con pantalón de hombre), sin faltar su reboso negro que servía para
cargar a su bebé o para soportar el frío, ellas igual usaban sombrero de palma,
así como su inseparable mandil. Sus zapatos eran guaraches o los tradicionales
suecos que hacían ruido al caminar.
Insisto, esas mujeres que conocí allá por los
años de 1956 a 1960 no eran catrinas, eran verdaderas mujeres de campo;
iletradas todas ellas, pero trabajadoras; sucias y mugrosas, pero madres de
verdad; almas sociales olvidadas, aunque explotadas a la vista de todos;
creyentes de la fe cristiana que aportaron su fuerza para los ricos de aquellos
tiempos aportaran puntualmente el diezmo. Que bueno que hoy las recuerdan en
Coatepec, aunque como catrinas.
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