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La Cueva de San Jerónimo en Coatepec, Veracruz

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Por Dr. Jesús J. Bonilla Palmeros

Hasta la fecha es posible escuchar entre los habitantes de la ciudad de Coatepec, una serie de relatos en torno a San Jerónimo entidad tutelar de la ciudad. En varias de las versiones se hace referencia a su estancia en el sitio de “Coatepec Viejo” y sobre todo a su permanencia en una cueva, desde donde derrama sus bienes y protección a los habitantes de la ciudad. A fin de entender la importancia de las historias que hasta la fecha perviven y se transmiten oralmente entre las diversas generaciones, haremos un breve acercamiento conceptual en torno a las cuevas en la época prehispánica, a fin de que usted amable lector, pueda sopesar la importancia y sobre todo comprender la carga simbólica de la reproducción de la cueva como elemento arquetípico en el templo parroquial de San Jerónimo.

En la sociedad Olmeca se desarrollan las recreaciones simbólicas de mayor antigüedad en relación con las cuevas, las cuales son registradas a partir de representaciones zoomorfas, en las que se combinan rasgos de ofidios y jaguares, cuyas naturalezas simbólicas se superponen al espacio terrestre y la cueva. De tal manera que podemos detectar en los antiguos glifos simbólicos de las cuevas, una serie de referentes vinculados con la dualidad, el desarrollo cíclico y la interacción con el nivel inferior, así como en su acepción de espacio oscuro y frio donde se gesta la vida, en sí la connotación simbólica de matriz terrestre. Rasgos icónicos que convierten a la cueva como el espacio idóneo para llevar a cabo los rituales; en relación con la liberación de fuerzas fecundadoras, el desarrollo cíclico y la interacción de los niveles cósmicos.

Durante el periodo Clásico, las sociedades mesoamericanas elevan a su máxima expresión conceptual a la cueva, al grado de que se construyen importantes edificios relacionados con dichos espacios subterráneos, y quizá uno de los principales ejemplos lo sea la Pirámide del Sol en Teotihuacán. Imponente construcción que fue levantada sobre una cueva, a la cual le hicieron modificaciones en su momento y presenta una forma de flor con cuatro pétalos, elemento fitomorfo que para los teotihuacanos debió de tener una connotación de plenitud en relación con el desarrollo cíclico de la vegetación.

Hacia el mismo periodo Clásico, los grupos que habitaron la península de Yucatán, desarrollaron una serie de construcciones que como característica distintiva presentan portadas zoomorfas, cuyas fauces enmarcan los pórticos de los edificios centrales. Manifestaciones plásticas que nos remiten a la integración de la escultura a la arquitectura, con el fin de crear espacios sacralizados en los que se superponen las concepciones simbólicas del cerro-cueva-adoratorio. De tal forma que la serie de referentes icónicos en torno a la cueva se amplían, a la vez de que se mantienen las formas simbólicas de las fauces de oficio en relación a las oquedades y su integración a los pórticos de los templos.

En la obra de fray Toribio de Benavente “Motolinia”, encontramos una interesante mención cuando refiere que algunos pórticos de los templos en Tenochtitlan, presentaban bocas de serpiente, algunos de ellos con los colmillos modelados en bulto. De igual forma en el sitio arqueológico de Malinalco, se encuentra un templo excavado en la roca, el cual presenta la boca de una serpiente grabada en el pórtico. Ambos ejemplos permiten suponer que entre los grupos nahuas del Altiplano Central, se construyeron edificios con las fauces de ofidio integradas a los accesos, y sean claros ejemplos de la superposición de las cargas simbólicas entre cuevas y templos como puntos de interacción entre los niveles cósmicos: cielo, tierra e inframundo.

En el caso de la iglesia de San Jerónimo en Coatepec, lo tardío de su manufactura y el hecho de que los religiosos franciscanos que atendieron originalmente a la población indígena, ya habían abandonado la región por la presión de los diocesanos. Propició que la sociedad indígena local, integrara una serie de elementos sincréticos a la construcción del edificio católico. De entrada le dieron una alineación al templo parroquial, similar a la de los antiguos edificios prehispánicos, cuyo acceso lateral derecho presenta una desviación de trece grados con treinta minutos al Este del norte, y la nave central sigue un eje de 103° 25´ SE. Rasgo que deriva de las alineaciones entre las salidas del sol por el Cerro Tepeapulco y el templo parroquial, los días 14 de febrero y 27 de octubre. La primera marcando el inicio del ciclo agrícola y la segunda como referente de la conclusión del mismo, con un total de 255 días transcurridos entre una y otra alineación, a la cual le sumamos los cinco días de la “Festividad de Todos Santos” en Coatepec, y da como resultado la cantidad de 260 días, el equivalente a la duración del antiguo calendario prehispánico conocido como “Tonalpohualli, cuenta de los días”. Cuyo uso local pervivió en los registros parroquiales de bautizos y casamientos hasta la segunda mitad del siglo XVII, caso único en la región, debido a que fue erradicado su uso en otras regiones culturales desde la segunda mitad del siglo XVI.

En el caso de la asignación de San Jerónimo como entidad tutelar del pueblo de Coatepec, debió de ser reinterpretado por los indígenas, sobre todo cuando les fue informado que el santo vivió como ermitaño en una cueva cerca de Belém, pasaje de su vida que es ampliamente referido en la iconografía católica. De tal forma que los indígenas coatepecanos recrearon la cueva de San Jerónimo, con base en la antigua iconografía prehispánica, poniendo los colmillos de la culebra a manera de fauces esquematizadas en el pórtico lateral derecho del templo parroquial. Rasgo icónico que se fundamenta en la versión oral de que San Jerónimo habita en una cueva del cerro de “Coatepec Viejo”, y a su vez permite establecer un enlace simbólico entre el antiguo asentamiento de los coatepecanos y el pueblo fundado en el año de 1702. Pero la mayor relevancia del pórtico con los colmillos del ofidio, se sustenta en un fenómeno de luz y sombra que tiene lugar durante varios días del mes de junio, en relación al solsticio de verano, cuando a las doce del día (13:00 del horario de verano) empieza a proyectarse la sombra de los colmillos, primero el del lado izquierdo y conforme se reduce la sombra del contrafuerte derecho, empieza a desarrollarse el colmillo del mismo lado. De tal forma que la sombra de ambos colmillos se proyecta  hacia abajo, en una alegoría simbólica de apertura de las fauces, en el momento preciso en el que el sol empieza su descenso después de cruzar el meridiano. Tal y como lo concibieron las antiguas sociedades prehispánicas, quienes pensaban que el sol después de cruzar el cenit, empezaba a descender y era devorado por las fauces terrestres del Oeste.

El hecho de que durante varios días de junio, se observe el crecimiento de la sombra de los colmillos, probablemente tenga una connotación de carácter agrario, sobre todo si tenemos presente que la mayor proyección de luz y sombra se presenta en el solsticio de verano, a la mitad del desarrollo del ciclo agrícola, cuando las plantas se encuentran en la plenitud de su desarrollo.

 

 

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