LA ELECCIÓN EN CIFRAS Y DATOS
LA ELECCIÓN EN CIFRAS Y DATOS
Mónica
Mendoza Madrigal
Dijimos
del 2 de junio que sería la elección más grande de la historia y hoy –una
semana y un día después– la resaca sigue sabiendo muy amarga.
Con
una participación total del 61 por ciento, esta nada despreciable cifra no
llegó a la estimación esperada por muy distintos factores, todos ellos
importantes: un alto número de personas indecisas que de última hora
prefirieron no ejercer su sufragio, hasta personas que se retiraron de las
filas por la larga demora en la instalación de muchas casillas que comenzaron a
recibir votos hasta dos horas después de lo indicado, generando una pérdida de
votantes no estimada aún.
Para
mí, lo más significativo de la elección presidencial fue que 2 de 3 opciones
postuladas fueran mujeres.
En
nuestro país hasta antes de esta elección, solo hubo seis candidatas mujeres
que contendieron en siete ocasiones, que son: Rosario Ibarra de Piedra (dos
veces), Cecilia Soto, Marcela Lombardo, Patricia Mercado, Josefina Vázquez Mota
y Margarita Zavala.
El
triunfo de Claudia Sheinbaum era ya previsible luego de sus tres años de
campaña política, usando para promocionarse recursos oficiales y con todo el
aparato de gobierno usado sin descanso en su favor; mientras que Xóchitl Gálvez
logró hacer en tan solo unos meses, lo que los partidos que la postularon
difícilmente habrían logrado por sí mismos: inspirar a un segmento de la
población, ávido de tener la posibilidad de construir otra realidad posible.
No le
menoscabo su triunfo a Claudia, que con ello se convertirá en la primera mujer
en presidir este país luego de 73 hombres, que desde Guadalupe Victoria hasta
el actual mandatario, lo han gobernado. Pero es también necesario reconocer el
esfuerzo realizado por Xóchitl, candidata que atrajo la participación de una
sociedad civil que suele mantenerse al margen de los procesos electorales.
Un
análisis por demás interesante es el que hizo el periódico El País sobre la
forma en cómo la ciudadanía votó por las tres opciones presidenciales y algunos
de los datos que resaltan es que por Claudia votaron más hombres que mujeres,
mientras que por Xóchitl lo hicieron al revés, teniendo un porcentaje más o
menos equilibrado en el voto que recibió Máynez; mientras que las personas
adultas mayores fueron quienes más votaron en favor de Claudia, siendo que por
Xóchitl votaron más personas arriba de los 45 años, mientras que Máynez recibió
mayor apoyo en las juventudes, a las que enfocó su campaña.
Sin
querer entrar al elitismo que ha imperado en muchos de los discursos post
elección que han circulado los recientes días en forma por demás irresponsable,
hay factores importantes en la votación que hay que hacer notar: por Claudia
votaron más personas con educación básica, con ingresos menores a los 10 mil
pesos y aunque tuvo un fuerte respaldo por prácticamente todas las profesiones,
obtuvo menor respaldo entre patrones y empleadores; mientras que Xóchitl tuvo
más respaldo de personas con educación superior, ingresos mayores a 50 mil pesos
y llama la atención que entre las actividades productivas ella obtuvo más
respaldo entre las personas desempleadas –mismo porcentaje que Claudia, por
cierto. Respecto a Máynez, obtuvo un respaldo más o menos homogéneo en todos
los segmentos analizados, teniendo un pico considerable entre el estudiantado.
Aún
para quienes somos opositores, esa campaña quedó atrás y el país nos necesita
más que nunca a todas y a todos para ser el contrapeso que podría perderse,
ante la posibilidad de que procedan las reformas propuestas por el hoy
presidente y que en caso de aprobarse, serían el más pesado lastre jamás
heredado.
Debo
decir que me han preguntado mucho esta semana transcurrida en qué se le exige a
la primera mujer presidenta y ahí debo ser muy clara: debe exigírseles a ellas
lo mismo que se les exige a ellos, gobernar bien, tener integridad,
responsabilidad pública, actuar como estadistas. Subir la vara es generar una
discriminación que sería desigual.
Pero
algo que ser mujer en tan alto cargo sí debe estar en la prioridad, es gobernar
con perspectiva de género. Hay una agenda urgente de temas pendientes que se
perdieron en esta administración, que es urgente recuperar.
Y yo
sí tengo una petición especial que hacerle. Dejar de maquillar las cifras de
las violencias. Solo se podrá actuar con responsabilidad pública teniendo
certeza del tamaño del problema. Y la manipulación de datos solo genera
confusiones que hacen daño.
Y
también hay algo más: las mujeres somos constructoras de paz. Ya va siendo hora
que termine esta deliberadamente construida polarización que nos ha fragmentado
hasta rompernos. Nadie puede apostarle a que a la presidenta le vaya mal en su
gestión, porque eso implicará desear que al país le vaya mal y esta patria es
nuestra. Ha sobrevivido guerras, invasiones, saqueos y pobreza y aún con ello,
sigue siendo grande.
La
aplanadora morenista que ni Echeverría habría soñado tiene una presencia
significativamente mayor en el Senado y Cámara de Diputados en sus legisladores
y legisladoras que arribaron por voto directo y está abierto el debate de la
asignación de plurinominales, cifra final que habrá de esperar a que concluyan
las impugnaciones.
En
todo caso, es imperativo cuidar que no se incurra en sobrerrepresentación,
primero porque ello sería de facto ilegal y luego porque desaparecerían los
pocos equilibrios que podrían tenerse en un poder que ha perdido sus
contrapesos.
Y ahí
también hay que cuidar otro factor de enorme relevancia: que se cumpla la
paridad –como lo mandata la ley– y trascender a la paridad, para que las
mujeres legisladoras logren empujar iniciativas urgentes en la agenda de
género, que resulta impostergable.
La
misma presencia mayoritaria de personas postuladas por Morena y sus partidos
coaligados se hará presente en el Congreso veracruzano, en donde 16 mujeres
obtuvieron el triunfo por mayoría, estando aún pendiente la asignación de
plurinominales. En todo caso, ojalá la nueva Legislatura no incurra en la
omisión cómplice en la que ha incurrido la actual, que pasa a la historia como
la peor de todas, sin una sola iniciativa en favor de las mujeres aprobada y
con la peor productividad legislativa de esta clase política que mantiene su
control.
Por lo
que respecta a las nueve gubernaturas disputadas en esta elección, en cuatro de
nueve obtuvo el triunfo una mujer, siendo que –al menos en el caso de Veracruz–
se impugnará el proceso ante la serie de anomalías suscitadas durante la
jornada y que han sido consignadas como inconsistencias.
De tal
manera que los nombres de Clara Brugada, Libia García Muñoz Ledo, Margarita
González Saravia Calderón y –en todo caso– el de Rocío Nahle, habrán de sumarse
a los de Marina del Pilar Ávila, Indira Vizcaíno, Delfina Gómez, Evelyn
Salgado, Lorena Cuéllar, Layda Sansores, Maru Campos, Mara Lezama y Tere
Jiménez. La nueva circunstancia política que la paridad ha traído a nuestro
país hace que estas 13 mujeres rebasen la lista de las nueve que antes de hoy
han gobernado entidades federativas en nuestro país y cuyos nombres han pasado
a la historia como pioneras de la participación política, siendo ellas:
Griselda Álvarez, Beatriz Paredes Rangel, Dulce María Sauri Riancho, Rosario
Robles, Amalia García Medina, Ivonne Ortega Pacheco, Claudia Pavlovich
Arellano, Claudia Sheinbaum Pardo y Martha Érika Alonso Hidalgo, que aunque no
gobernó pues murió en un accidente aéreo, fue electa para gobernar Puebla.
La
elección del pasado domingo también rompió otros techos de cristal importantes.
Se eligió a siete mujeres alcaldesas que gobernarán ciudades principales, entre
las que destacan seis capitales estatales, lo que supera aquella constante en
la que las mujeres gobernaban fundamentalmente ciudades pequeñas, con poca
población y escaso presupuesto.
Otro
hito es que por primera vez la Ciudad de México tendrá al frente de sus 16
alcaldías a ocho mujeres.
La
gran pregunta a formular es la que constituye el gran reto que tenemos en este
momento. ¿Qué hay más allá de la paridad? Lo que necesitamos es que implementen
políticas públicas con perspectiva de género, con enfoque interseccional y en
apego a los derechos humanos, todo ello en pos de alcanzar la igualdad
sustantiva. En palabras llanas, que las mujeres a las que se gobierna,
disminuyan la desigualdad que padecen, dejen de ser víctimas de violencia y
tengan acceso pleno al desarrollo.
Aquí
el problema es que –como bien sabemos– “cuerpo de mujer, no garantiza
conciencia de género”.