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LA GRANDEZA DE ESTAR BAUTIZADO

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LA GRANDEZA DE ESTAR BAUTIZADO

Arquidiócesis de Xalapa

Este domingo, en la liturgia de la Iglesia Católica, celebramos el bautismo de Jesús y con ello se cierra el periodo de la navidad. El bautismo de Jesús es un signo más que manifiesta el misterio de la encarnación. Jesús no tenía necesidad de ser bautizado ya que él es Santo y es el Hijo de Dios por naturaleza; su bautismo se presenta entonces como un signo de su inserción en la realidad humana, una forma más de solidarizarse con el ser humano, herido por el pecado para elevarlo a la dignidad de hijo de Dios.

Con el bautismo, Jesús nos ofrece un anticipo de su misterio pascual. El signo de sumergirse en el agua y surgir de ella es una señal que anticipa su muerte en la cruz y su resurrección. En la cruz Jesús carga sobre sí los pecados de todos los seres humanos, los pagará con su vida y nos dará la posibilidad de una vida nueva.

En el bautismo de Jesús, es el mismo Padre celestial quien presenta a su Hijo: “tú eres mi hijo, el predilecto; en ti me complazco”. Esta expresión nos recuerda uno de los cantos del siervo sufriente del profeta Isaías que dice así “he aquí a mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco” (Is 42, 1). De esta manera, a imagen del siervo sufriente, Jesús viene presentado como el hijo único de Dios, como el mesías prometido que llevará a cabo su misión en el mundo asumiendo el sufrimiento y la humillación de la Cruz para echar sobre sus espaldas los pecados de la humanidad. El bautismo de Jesús nos revela entonces su identidad y su misión salvífica.

Estamos viviendo momentos de mucha obscuridad que están generando incertidumbre, temores y miedo a la gente. A las amenazas de la llegada de una cuarta ola de COVID, ante la que no estamos blindados, se agrega ahora un ambiente de horror y de muerte que deja una estela de dolor, luto e indignación. Los afectados siguen siendo los ciudadanos. Las familias temen por sus hijos y los hogares se sienten en la orfandad.

El 6 de enero pasado, mientras en muchos hogares los niños disfrutaban alegremente por los regalos de los reyes magos, una muy lamentable y triste noticia empezó a circular. El hogar de una familia xalapeña fue allanado y una pareja de adultos de la tercera edad que ahí vivía, fue terriblemente agredida. El saldo que quedó fue el de una mujer brutalmente asesinada a golpes y su esposo con heridas mortales. Por otra parte, al sur de Veracruz, tan sólo un día después, dejaron 9 cadáveres a la orilla de una carretera. Esto es sólo una muestra de muchas otras cosas.

Estos lamentables hechos ponen en evidencia la triste y lacerante realidad que en todo el Estado de Veracruz estamos viviendo; de norte a sur y de este a oeste se sabe de historias dramáticas que la gente está viviendo y que la mantienen en la total indefensión. No saben a dónde acercarse ni quien les brindará protección y seguridad.

Necesitamos tomar conciencia de que el ser humano tiene una dignidad que debe ser respetada desde que es concebido hasta su muerte natural. La cultura de la muerte no puede imponerse, aunque tenga muchos promotores y aplaudidores. La cultura de la muerte sólo nos lastima y nos denigra.

Esta realidad obscura es la que ha venido a sanar el Hijo de Dios. La respuesta a los signos de la muerte es la presencia del hijo de Dios que con su bautismo nos recuerda que cada persona está llamada a ser un hijo predilecto y una morada divina.

Ante esta desafiante realidad, el bautismo de Jesús nos recuerda la grandeza de estar bautizado. Como nos narra el evangelio de lo que sucedió con Jesús, también para cada bautizado se han abierto los cielos. Dios nos ha mirado con misericordia y nos adopta como sus hijos muy amados. También sobre cada bautizado se ha posado el Espíritu santo y por lo tanto hemos renacido a la vida de gracia y esa es nuestra vocación, no la cultura de muerte que tanto daño nos hace.

 

¡Que el bautismo de Jesús nos lleve a vivir como Hijos de Dios en quien él se complace!