La liturgia y la impericia
Pedro Peñaloza
“El pueblo me silva, pero yo me aplaudo”.
Quinto Horacio Flaco
1. Los fuegos fatuos al poder metaconstitucional del presidente. Si se analiza la película del evento realizado el pasado 2 de septiembre en Los Pinos, quedará palmariamente demostrado que la cultura del presidencialismo, de la abyección y de la adulación sigue intacta. Las crónicas periodísticas nos ayudaron a confirmar esta pestilente y oprobiosa concepción de abordar y entender la política. En realidad, el evento se realizó sin ningún fundamento constitucional, por lo cual, a todos los funcionarios asistentes, incluido el presidente, se les debe de descontar el día de salario.
La Carta Magna, en su artículo 69 no deja lugar a dudas de cuál es el sentido y sustrato del llamado informe presidencial. A la letra dice: «En la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo de cada año de ejercicio del Congreso, el presidente de la República presentará un informe por escrito, en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país…»
Es decir, el acto de autocomplacencia que se realizó en la casa presidencial, sólo es, el reflejo de la añeja cultura de la carrera de búfalos y del culto al poder. Desde 1824 y hasta 1923 nuestras constituciones establecían que los presidentes inauguraran y clausuraran todos los periodos de sesiones del Congreso. Benito Juárez lo hizo en 29 oportunidades entre 1861 y 1872, excepto durante la intervención francesa; y en sus treinta años de gobierno Porfirio Díaz informó al Congreso 61 veces. En 1923 ese deber se contrajo sólo a inaugurar los periodos ordinarios, y en 2008 la asistencia de los presidentes fue sustituida por la presentación de un informe escrito (Diego Valadés. REFORMA. 03/sep/2013).
2. Poco qué informar y mal informado. Peña Nieto padece un serio problema para transmitir sus prioridades políticas, y no se trata solo de estilos comunicacionales, aunque los hay, no es lo central. El meollo está localizado en la construcción de la ruta de la gobernabilidad. El inquilino de Los Pinos nos lanza un chantaje y promete lo que no podrá cumplir. Decir que «la transformación de México está en marcha» y que depende de «concretar las reformas financiera, energética y hacendaria», implica dar un salto sin red a un futuro impredecible, sujeto a los múltiples vaivenes de los volátiles y engañosos mercados financieros y energéticos, que como se sabe, para su aplicación práctica se requieren plazos que superan sexenios, o al menos que el joven imberbe pretenda mudarse de la lógica sexenal y orientar su discurso a variables que no podrá controlar.
Asimismo, el titular del Ejecutivo lanzó una frase típicamente demagógica y llena de efectismo. Decir que «…en México la educación de calidad, la riqueza y las oportunidades ya no deben seguir siendo privilegio de unos cuantos». ¡Caramba! Ahora sí Peña se excedió en sus desplantes para el aplauso fácil. Sí, cuestionar a esos «unos cuantos», es, por lo menos, insostenible, puesto que son esos «unos cuantos» quienes lo llevaron a la presidencia.
Los trazos que plantea Peña muestran a un gobierno improvisado y sujeto a proyectos «estructurales» que tendrán que inscribirse en la competencia internacional de un capitalismo depredador y excluyente, con lo que las posibilidades de salir airoso son de baja probabilidad, sobretodo si nos atenemos a nuestras taras sistémicas y graves deformaciones en el modelo de desarrollo.
Epílogo. Los límites de los desplantes. En esta dualidad, entre discurso y realidad, un ejemplo del forcep que ejerce la clase dominante será la propuesta de reforma hacendaria, que se perfila como «no agresiva», que generará una recaudación adicional de 1.6 por ciento. Es decir, será sustancialmente recaudatoria, puesto que Hacienda está buscando recursos para cumplir sus compromisos, para ello, vendrán alzas en impuestos como en el ISR, pero la alta burguesía seguirá gozando de un paraíso fiscal.
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