La llorona
La llorona
La otra versión:
René
Sánchez García
En
los pueblos y culturas mesoamericanas existió la leyenda de la llorona, una
mujer joven que deambulaba cerca de algún río y que sufría grandemente por la
pérdida de uno de sus hijos. Se trataba de una aparición nocturna llena de
espanto al ver su figura anatómica, su largo y sucio vestido blanco que la
cubría hasta sus pies, pero sobre todo por ese grito aterrador que hacía al
llamar a su hijo perdido, asunto que hacía que las personas que la llegaban a
ver o escucharla se llenaran de miedos y temores.
Dicha leyenda existe desde antes
de la llegada de los españoles a nuestras tierras y se ha venido modificando su
versión hablada y escrita con el paso de los tiempos, las regiones geográficas
y principalmente con la influencia de las religiones, las culturas y las
tradiciones que se mezclan. Aunque se habla de la llorona en cualquier momento,
se le relaciona últimamente con la fiesta de todos los santos y los fieles
difuntos que se celebra en los últimos días del mes de octubre y los primeros
de noviembre.
La leyenda es tan famosa que
se ha llevado a cine, a la televisión, al teatro, a la novela, al cuento, a la
fábula, a la poesía y se han escrito infinidad de páginas que se han convertido
en famosos libros o revistas. Bien se menciona, que para que “haya subsistido
hasta hoy dicha leyenda, la llorona ha tenido que adaptarse, pero su clamor es
el mismo”. Aunque hay diferentes versiones de dicha leyenda, todas coinciden
con el dolor de esa mujer por la pérdida de uno de sus hijos.
Los estudiosos de los mitos
y las leyendas coinciden en que “el destino final de los cuerpos de pobladores
comunes o pobres era ser envueltos en hojas y amarrados con piedras para no
flotar después de que los arrojaran a los canales, acequias, ríos o lagos de la
población, por lo que no era extraño, aunque siempre tenebroso, encontrarse con
cadáveres en descomposición que, debido a una tormenta o a la simple agitación
de las aguas, emergían a la superficie”. Recordemos que fue hasta el siglo
XVIII cuando fueron creados los panteones, pues antes se sepultaba a la gente
de dinero y fortuna en los terrenos de las iglesias.
Igual, aseguran dichos
estudiosos, que quienes contaban con los recursos necesarios, otorgaban desde
un té o un pan, así como algunas monedas, para que mujeres llamadas lloronas,
se dedicaran a lloriquear y suspirar a fin de causar sollozos y lamentos entre
los asistentes al velorio cristiano, hasta producir un fuerte escalofrío. Esta
fue una práctica que duró mucho tiempo para despedir el cuerpo de los difuntos.
Idea bastante distinta encontrada en los códices indígenas, “donde los gritos
provenían de Cihuacóatl, madre de nuestros ancestros que emergían de las aguas
del lago para advertir a sus hijos de la suerte que correrían con la llegada
desde occidente (o sea los españoles), quienes destruirían su mundo”.
La leyenda de la llorona no
es cuestión de miedo o espanto, se trata ya no de un grito de advertencia,
“sino de un grito de lamento con el que hoy continúa su peregrinaje a orillas
de los ríos”. Debe tomarse ese grito como un tributo a todos nuestros muertos, que,
aunque no los podamos ver, están dentro de nosotros mismos y es por ello que
cada año vienen a convivir con todos los vivos. Nosotros somos esa luz
ancestral que no debemos permitir se apague nunca.
sagare32@outlook.com