La peste económica
Por Aurelio Contreras Moreno
Ya no cabe duda alguna sobre los gravísimos efectos que la pandemia del coronavirus Covid-19 tendrá –que ya tiene, de hecho- sobre la economía mundial y en particular, sobre la de México.
El cierre obligatorio de comercios y el paro de actividades en sectores considerados como no esenciales significará hacer trizas a las pequeñas y medianas empresas (Pymes), que a diferencia de las transnacionales y de los grandes corporativos sobreviven prácticamente al día y muy difícilmente podrán soportar un mes –en los cálculos más optimistas- sin generar ingresos.
Según estimaciones de la Confederación de Cámaras Industriales de México (Concamin), cerrarían más de un millón de empresas a causa del paro de actividades económicas. Y si tomamos en cuenta que aproximadamente 99 por ciento de los negocios en México son Pymes, y éstas emplean a cerca de 70 de la población económicamente activa, el escenario es de terror.
La situación se vuelve aún más grave si se deja de lado el optimismo y se hace caso a las proyecciones que indican que la recuperación de la normalidad durará bastante más tiempo del que se ha dicho.
Según los escenarios estimados por los contagios por Covid-19 dados a conocer por la empresa Deloitte Consulting, el periodo de restricciones y aislamiento se extendería por lo menos durante los meses de abril y mayo, mientras que la recuperación podría comenzar a experimentarse hasta fin de año. Algo que para una pequeña o mediana empresa es completamente imposible de soportar. Menos aún, si no recibe estímulos de ninguna clase y, en cambio, es obligada a pagar sueldos sin tener ingreso alguno.
Porque los “apoyos” anunciados hasta el momento por los gobiernos federal y estatal son absolutamente ridículos. Los microcréditos por contingencia de diez mil pesos que se anunciaron en Veracruz no sirven ni para pagar un mes de renta. Mucho menos para mantener a flote un negocio que, por si fuera poco, debe cumplir rigurosamente con todas sus obligaciones fiscales, como si los tiempos que se viven fueran ya no de jauja, sino por lo menos de alguna mínima estabilidad.
El gobierno justifica su negativa a conceder condonaciones fiscales a que si no cobra impuestos, no tendría recursos financieros para adquirir equipo médico y medicinas para hacer frente a la emergencia sanitaria, lo cual es parcialmente cierto.
Pero al mismo tiempo, el gobierno lopezobradorista sostiene su obcecación por continuar tirando el dinero en “elefantes blancos” como ese muerto viviente llamado Petróleos Mexicanos –que el año pasado, sin coronavirus de por medio, sufrió pérdidas por 346 mil millones de pesos-, la anacrónica refinería de Dos Bocas, el ecocida Tren Maya y la “central avionera” de Santa Lucía. Todos, proyectos sin viabilidad pero que sangran obscenamente al erario.
Los propios cálculos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público anuncian lo inevitable: una caída del Producto Interno Bruto del país de -3.9 por ciento, aunque algunas calificadoras han estimado que la debacle podría llegar hasta a menos siete puntos porcentuales. Cifras que han sido desestimadas públicamente por el titular del Ejecutivo federal. Las de Hacienda incluidas.
El panorama es sombrío. Y los negocios que logren sobrevivir a la peste económica quedarán inevitablemente diezmados, con pérdidas irrecuperables que los colocarán en una situación de alta fragilidad y vulnerabilidad.
¿A eso se referirá el presidente cuando dice que esta crisis le vino “como anillo al dedo”?
Asueto
Para ordenar ideas, relajar la mente y sortear la tormenta, la Rúbrica y su autor se tomarán unos días de descanso, regresando a su publicación el próximo 14 de abril. A sus lectores y editores, gracias y ánimo. Saldremos de ésta.
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