La política no es para improvisados soberbios, FGB
La política no es para improvisados soberbios, FGB
Por Edgar Hernández*
Solo
fueron 23 años a su lado.
Y no
más porque un mal día -después de su fiesta de cumpleaños- se sintió mal, no de
gravedad, por lo que fue llevado al hospital y extraña y sospechosamente muere.
Tenía
sus amigos del Colegio Militar, Luis de la Barreda y el mayor Félix. Sus
cercanos al trabajo y afecto, Manlio y el traidor Dante, y los de alta
confianza García Mercado, Fernando Córdoba Lobo, Raúl Ojeda y Ponce Coronado.
-¿Usted
es mexicano?-, me preguntó un buen día a mi regreso a México en un avión
militar luego de asilarme en la embajada de México en Nicaragua por estar
amenazado de muerte por las guardias blancas de Somoza.
-Si
señor-, le respondí.
-Entonces
¿qué carambas hace usted en la guerrilla?-, me preguntó de manera severa
acompañada por el peso de una mirada insostenible.
Don
Fernando Gutiérrez Barrios, al final del mandato presidencial de José López
Portillo, saldría a dirigir Caminos y Puentes Federales, un exilio dorado en
Cuernavaca.
Todos
pensaban que era el fin de su carrera política.
Desde
ahí, sin embargo, pavimentó el camino a Xalapa a donde llegó un primero de
diciembre de 1986 para gobernar los siguientes dos años y de ahí brincar a la
antesala de la Presidencia, la Secretaría de Gobernación.
Sin
embargo, la mediocridad, el recelo, acaso envidia y coraje de los cercanos al
presidente Carlos Salinas, impidieron que llegara al máximo cargo de elección
popular.
Lo
que siguió fue el despido, un secuestro y su intempestiva muerte.
Para
el recuerdo quedaría, sin embargo su legado. Sus enseñanzas. El respeto a la
disidencia y su afán visionario que lo haría prever la alternancia y el fin de
la era del poder vertical con el advenimiento del nuevo siglo.
Y
para Veracruz ese enorme legado.
Recuerdo
su oficina en Palacio de Gobierno. Grande, sobria, con muebles de cuero y
acompañada de los tres símbolos de la república: bandera, escudo y presidente.
Una
estatua de cuerpo entero de bronce de no menos de medio metro de don Benito
Juárez lo acompañaba del lado derecho –visto de frente- a un lado de su
escritorio.
Siempre
de traje y corbata “a la institución hay que servirle y respetarla” y siempre
tan puntual “hay que ser respetuoso del tiempo de los demás en la misma
proporción al tuyo”, y hombre de palabra, nunca medio escrito en el
cumplimiento de sus compromisos.
No
era diestro para el baile, ni cantaba, pero gustaba de silbar y escuchar la
música jarocha, en particular “Veracruz”, de Lara. Y para la comida, lo mataban
las manitas de cangrejo y el zacahuil.
Gustaba
leer a Maquiavelo y “Las enseñanzas de Don Juan” y para los ratos libres a
Boudelaire y su dogma de fe era el juramento Yaqui, que no era otra cosa que el
compromiso de sangre que debería asumir todo gobernante.
“Para
ti no habrá sol, para ti no habrá muerte, para ti no habrá calor, ni sed, ni
hambre, ni lluvia, ni enfermedad, ni familia. En el puesto que has sido
asignado te quedarás en la defensa de tu nación, de tu gente, de tus costumbres
y de tu religión”.
En
realidad con Don Fernando, trabajaban
muchas horas sobre todo al arranque por tanta inseguridad pública. A veces nos
amanecíamos, pero satisfechos. A todos nos hacía participar. De todos recogía
con respeto nuestros puntos de vista.
Siempre
fue un caballero y nunca dejó de recibir a nadie. Gobernaba con mano firme y
guante de terciopelo. Recorrió de punta a punta Veracruz atendiendo demandas y
observando que se cumplieran los compromisos públicos.
Con
los presidentes municipales siempre llevó una muy buena relación, algunos
incluso fueron amigos de vida como el caso de Ramón Ferrari, Gerardo Po y Sammy
Hayeck, pero cuando había que apretar enviaba a Dante o a Ojeda y si había que
apretar más –por temas de corrupción- a Luis de la Barreda.
Nunca
le tembló la mano –ni las corvas- para imponer su autoridad.
Siempre
respetuoso de la división de los poderes, siempre atento a los temas de la
salud y seguridad, respeto a la prensa y no permitir la corrupción, menos el
nepotismo.
-Nunca
meta la mano al cajón y menos guarde para sí el dinero de los periodistas-, me
dijo un día.
-Si
necesita algo, venga conmigo y lo resolvemos juntos-, me insistió un par de
veces.
Y
sí. Un día en la alborada de su gobierno decidí avecindarme en Xalapa y
comprarme una casa.
-Le
recomiendo mejor –me dijo socarronamente- sea en el Distrito Federal porque tal
vez no nos quedemos todo el sexenio-.
Y
así fue.
Al
paso de los años en su casa de San Jerónimo, un día me dijo que en su fuero
interno siempre deseo quedarse en la gubernatura los seis años: “ahí tienes
todo: alegría, riquezas naturales, cultura, variedad gastronómica, eres dueño
de tu tiempo y como dice la canción Veracruz sabe reír y cantar”.
Gutiérrez
Barrios nunca dejó solo a Veracruz.
Amigo
del presidente Miguel de la Madrid sacó autorización y dinero para traerlo y
traducirlo en obras. Aliado del Secretario de Programación y Presupuesto,
Carlos Salinas, a quien lo vio a futuro como Presidente, lo comprometió con las
20 obras más importantes que realizó en los dos años de su gobierno.
Ese
fue don Fernando, un hombre querido y respetado por su pueblo.
Un
político que cada vez que iba al puerto acudía a saludar a la que vendía chicles
y caramelos atrás de Palacio, o estrechaba la mano fuerte del “Juanote” cuando
salía a caminar por las calles de Xalapa o a saludar a la gente, mucha,
muchísima gente cuando se cruzaba de Palacio a tomar a “La Parroquia” donde
degustaba un lechero, canillas y nata.
Un
político de carne y hueso que tenía muy claro que la política no era para improvisados,
menos para improvisados soberbios.
En
solo dos años, don Fernando transitó de gobernador a hombre leyenda.
Tiempo
al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo