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La procesión del silencio

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Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

 

La semana santa finalizó. El centro de las celebraciones litúrgicas y evocaciones acerca de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo tuvo significativa respuesta de parte de la comunidad religiosa, la cual, a través de la esperanza, mantienen un fuerte vínculo con Dios.

Uno de los pasajes más evocadores y pleno de sentimiento después de la muerte de Cristo lo es la procesión del silencio, la cual representa el respeto al luto de María, quien adolorida en su corazón por la pérdida de su amado hijo, injustamente señalado por su propio pueblo y condenado a morir por las leyes romanas, acababa de expirar en los maderos de la cruz. Acompañar este acto luctuoso tiene como finalidad que el feligrés reflexione inmerso en el silencio acerca del mejor sentido al que debe dirigir su vida, solidarizarse con el dolor que embriaga a esa madre que vive la pena de haber perdido al hijo de sus entrañas.

La procesión del silencio, cuya convocatoria supera cada año al anterior, fue organizada por El Decanto de Coatepec, Ver., conformado por los presbíteros: Roberto Ortiz Martínez, párroco de San José; Quintín López Cessa, párroco de San Jerónimo; Eric Aguilar García, párroco de El Calvario; José Salud Andrade, párroco de Ntra. Señora de los Dolores; Sotero Domínguez Gómez, rector del Santuario de Guadalupe; Roberto Reyes Anaya, rector del Sagrado Corazón; Félix Herrera de Felipe,  rector de Ntra. Señora de Fátima; Jacobo Ávila de la Cruz,  rector de San Martín de Porres; Manuel Jiménez García, rector del Espíritu Santo; Germán Martínez Mávil, vicario parroquial de San Jerónimo. Apoyados por el comité organizador del santuario de Guadalupe, conformado por: Alejandro Alarcón Limón, Ernesto Cuevas Fernández, Elí Antonio Peredo Carmona, Ma. Angélica Silva Caraza, Karina Andrade Gutiérrez y Liliana Romero, entre otras personas altruistas.

El punto de reunión fue en la calle Javier Mina. Con absoluta solemnidad los sacerdotes Roberto Ortiz Martínez, Quintín López Cessa, Eric Aguilar García, José Salud Andrade, Sotero Domínguez Gómez, Roberto Reyes Anaya, Germán Martínez Mávil y Luis Escobar, vestidos con alba y estola roja que significa martirio, encabezaron la procesión del silencio, seguidos del busto de la virgen dolorosa, llevada a hombros por algunas personas que se iban intercambiando este honor. Dos hileras de voluntarios vestidos con túnicas, vestimenta típica del pueblo judío de la época, portando en sus manos antorchas para iluminar el oscuro camino. Seguidos por sesenta mujeres vestidas de negro, mostrando sentimiento y solidaridad al luto de María. Más atrás se agrupaban más de seis mil personas, quienes con respeto y en silencio, caminaban pausadamente y reflexionaban al respecto; llevaban una veladora en la mano. Recorrieron las calles: Quintana Roo, Arteaga, Justo Sierra, Enríquez, Terán, Zamora, Jiménez del Campillo, Hidalgo, Aldama, llegando a la Parroquia de San Jerónimo. Cientos de personas desde sus hogares y en las banquetas presenciaron el silencioso ritual.

A lo largo del recorrido la luna se fue asomando entre los nubarrones que sofocaban el intenso calor, hasta brillar intensamente en el firmamento, matizando esa atmósfera en la que la luz crepuscular de las veladoras extendidas a lo largo de las banquetas parecían mantener viva la esperanza de la resurrección de Cristo Jesús.

En el atrio de la Parroquia de San Jerónimo El padre Sotero Domínguez Gómez dio el pésame a María y ofreció una cálida reflexión en torno a la virgen, a su actitud de obediencia al plan de Dios, puesto que fue elegida desde el primer día de su nacimiento para ser la madre de Cristo Jesús. Las palabras del padre Sotero fueron persuasivas para  cada feligrés, invitándolos a retomar el camino de la buena conducta. A los presentes les fue imposible evitar un escalofrío en el cuerpo por la emoción que les acercaba el transcendental hecho venido desde hace más de dos mil años, el cual se mantiene vivo en el corazón de los creyentes, fortalecidos por la fe y la esperanza.

La semana santa terminó dejando en la comunidad católica huellas que regocijarán en el manto de la nostalgia.

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