LA PURÍSIMA
ARS SCRIBENDI
LA
PURÍSIMA
Entre mis libros encontré un
interesante cuadernillo escrito por Justino Matus Alarcón. El pequeño texto me
lo obsequió mi apreciado e inolvidable amigo, Rodolfo Zamora Hernández.
Contiene importante información de cómo se formó la fábrica de Hilados y Tejidos
“La Purísima”, que empezó su historia en 1982 produciendo harina de yuca.
Explica que el nombre Las Puentes se inspira en siete puentes, que existían en
ese pintoresco lugar bendecido por la vasta vegetación y aguas cristalinas: los
dos puentes más importantes cruzan el río Huehueyapan, uno da paso a la
carretera y el otro lo daba al ferrocarril, el tercer puente se localiza
cruzando el río CALPIXCA, los demás son pequeños, uno de ellos conducía al
antiguo molino de nixtamal, otro da paso a la carretera y uno más daba paso
también al ferrocarril. Estos tres cruzan el arroyo tecoxolco y el último se
localiza donde se conocía como la casa de los Guzmán.
Hablar de la Purísima es un tema sumamente largo para
describir el funcionamiento de su maquinaria: Batientes, Cardado, Estiradores,
Veloz, Coneras, Urdidor –equipo suizo de 1982–, Canda, Engomado, Telares,
Bramante, Taller, Conilleras, Enrrolladora, Caldera, Cuencuera entre otras más.
Me emocionó mucho el encontrar entre los antiguos obreros
el nombre de Salvador González Cabrera, él estuvo casado con una tía mía, lo
conocí desde niño y me nació reproducir lo poco que de él encontré en estas
valiosas páginas, que narran parte de nuestra historia regional.
En las anécdotas dos Salvadores afirman, fuimos obreros,
artistas, músicos, y buenos deportistas de esta región. El primero, nativo de
Las Puentes, Salvador Aduna Villar, contrajo nupcias con la señora Guadalupe
Aduna, originaria de Naolínco de Victoria y llegó a ser servidor público en la
administración del doctor Sebastián Flores Villalobos.
El segundo, Salvador González Cabrera, comulgaba con las
ideas de Ricardo Flores Magón, se casó con Irene Colorado, mujer aficionada a
la declamación poética, gustaba recitar los poemas de María Enriqueta Camarillo
y Roa entre otras más, pues su voz fuerte y acentuada se lo permitía.
Procrearon cinco hijos: Salvador, Gilberto, Guadalupe, Arturo y Manuel, todos
llegaron a ser profesionistas gracias al noble trabajo de un obrero. Don
Salvador entró a trabajar a la edad de 12 años. En esos años recuerda que un
compañero de la misma edad al que apodaban “Conchofeo” decía cuando apenas
tenían una semana de ingreso, aquí parece Kinder, todos somos mocosos, no
sabemos leer ni escribir, pero ya estamos adentro. Fueron aprendices sin
sueldo, solo cuando alguna alma caritativa se compadecía les regalaban una
moneda que las llamaban “llavecitas de plata”.
En poco tiempo don Salvador González Cabrera, se
especializó como obrero calificado en los Trociles, en esa máquina se enfermó y
estuvo a punto de perder una pierna, a causa del casi nulo movimiento del
diario trabajo, pues se pasaba la jornada laboral de pie sin descanso alguno,
quedó afectado de la vista y los oídos. Llegó a ser secretario General en los
años de 1970-80 y fue virtuoso en la artesanía, la música y el deporte.
Don Eulalio Matus Marín, al parecer fue padre de Justino
Matus Alarcón, quien realizó estas investigaciones, fue integrante de la Banda
de Guerra, de las más vistosas de ese tiempo que enaltecían el sindicalismo
como orgullo de la fuerza de trabajo.
Muy emotiva y nostálgica la reseña de cuando se formó la
Colonia Obrera, en el terreno llamado “El Pinillo, propiedad de la señora
Antonia Pastora. Pronto se comenzó a lotificar el predio, unas señoras a las
que llamaban las “gorritas” edificaron una humilde vivienda con techo de
lámina, siguió Salvador Alarcón, Más tarde Alfonso González, Andrés Cuevas,
Carlos Olmos, Ambrosio García, Gregorio Álvarez, Luis H. Guapillo, Pascual
Sarmiento, Erasmo Anell, Antonio Martínez, Porfirio Siliceo y Abraham Díaz
entre otros.
En los obreros que ahondaron sus huellas en La purísima,
se esconden muchas historias que desean ser contadas, ese espíritu de lucha en
medio de las viejas paredes y el bullicio de las máquinas, parecen una dulce
sinfonía en la que cada obrero va despertando sus más cálidos recuerdos, cada
uno muestra un rostro que refleja infinidad de emociones que acuna el pasado.
Es mucho más lo que falta por escribir, muy poco fue lo
que cambié de lo que se dice en esta columna, para no afectar el legado
literario que nos heredó Justino Matus Alarcón.