La vacuna del 24
La vacuna del 24
Los Políticos
Por Salvador Muñoz
El 24 de diciembre me vacunaron. Justo cuando la aguja
se anidaba en mi brazo, recordaba la pregunta de un amigo que me cuestionaba
cuánto estaría dispuesto a pagar por una vacuna contra el Covid…
-No me vacuno… ni de Influenza ni de tétanos… ¡menos
Covid!
La pregunta fue el 22 de diciembre y justo el 24, dos
días después, ahí estaba frente a Fany, la enfermera, aplicándome una vacuna,
que no era del Covid, tampoco de la Influenza, menos la del Tétanos… era
antirrábica.
¿Qué pasó el 23? Cerca de las seis de la tarde, salgo
a dar la vuelta con Nina y Lucky al parque. Al adentrarnos a ese pedazo de
bosque, un inusitado movimiento de aves y un chillido ajeno a mis oídos, me
hace voltear y aguzar mi vista entre las copas de árboles: Tres emplumadas
brincan entre las ramas persiguiendo a otra… algo entre las patas, color
oscuro, alcanzo a distinguir… imaginé un pedazo de tela, o quizás hasta una
ardilla o una rata… continué mi camino con Nina y Lucky pero el movimiento de
aves entre las copas de los árboles además de ese raro chillido, me obligaba a
seguir su ajetreo…
Dimos la vuelta y faltando una cuadra para cruzar a la
casa, el chillido encima de mi cabeza obliga a detener mi andar. Me clavo al
pie del tronco de un árbol y veo al ave, de plumaje salpicado en blanco y café.
Más grande que una chachalaca, silenciosa, con las alas extendidas y en su pata
o patas, no distingo bien, ese “algo” oscuro… lanza uno-dos picotazos y oigo el
chillido… ¿es picotazo o quizás alimenta a una cría? Observo su comportamiento
durante minutos mientras la poca luz que se desvanece en la tarde me lo
permita…
Un chillido más y entonces, el ave levanta el vuelo…
no se oye el agitar de sus alas a pesar de su envergadura… lleva entre sus
patas ese “algo” que suelta a los 5 o 7 metros de haber alcanzado el vuelo y en esa caída, entonces, veo qué es lo que
tuvo siempre entre sus patas: ¡un murciélago!
Son comunes en este parque… inofensivos… me ha
tocado verlos en una danza bella para copular o hasta levantar alguno herido y
depositarlo en algún hoyo del tronco de algún árbol.
Corro para ver sus condiciones. Lo encuentro en un
área verde… de puro milagro no azotó en el pavimento. Es de buen tamaño. Me
quito el suéter para tomarlo pero recuerdo lo complicado que es la sujeción.
Mejor tomo dos bolsas con las que recojo las heces de mis canes y me las pongo
en forma de guantes. Me acerco con cuidado. Lo oigo agitado. Respira agitado.
Alcanzo a ver en un costado una herida. Dos alas perforadas. Lo sujeto por el
cuerpo. Inmovilizo su cuerpo y cuando voltea, me doy cuenta que no es un
murciélago común… ¡es un vampiro! La nariz chata, con una punta hacia arriba y
los colmillos frontales como los de Nosferatus, esa versión vieja del chupa-sangre,
me lo confirman.
Emprendo camino al tronco, refugio que he hecho de
esos murciélagos, y cuando llego, alzo los brazos para depositarlo, ponerlo a
salvo de gatos, perros y humanos… me paro de puntitas, y en mi intento de
alcanzar lo más pronto el hueco del árbol, extiendo mi dedo índice y a la vez
que oigo ese chillido peculiar… siento dolor en mi dedo: ¡el vampiro se
prende de la yema de mi dedo! ¡No me suelta! Recargo los brazos en el tronco
del árbol y le murmuro: “¡Suéltame, por favor!” Pero creo que su miedo es más
fuerte y tengo la sensación que me muerde una, dos, tres veces y de repente,
libera mi dedo.
Una de mis manos lo sujeta mientras que intento ver la
herida… no veo nada… la bolsa de plástico que uso como guante, me lo impide.
Pasa un señor y le pido una rama. Me la acerca y con
ella, hago que el murciélago la coja con sus patas traseras… en un momento, se
adapta tanto, que queda colgado bocabajo… lo llevo al hueco y lo deposito… le
doy la bendición y me quito la bolsa de plástico mientras exprimo mi dedo para
que fluya la sangre… llamo a la cuñada doctora y no me cree que me haya mordido
un vampiro, “¡no existen!” Por lo que cambio la palabra: un murciélago. Me pide
que lave a conciencia la herida y que tengo que acudir a un Centro de Salud. Me
hace la pregunta más grave: “¿Ya sabe Brenda?”; un débil “No” sale de mí…
Cuando llego a casa y le platico a la Mujer, marca a
un amigo doctor y al doctor de los perrhijos y gathijos. Ambos resuelven,
además del lavado a conciencia, acudir al Centro de Salud por un tema: ¡rabia!
Hablo a una amiga del Sector Salud y le pregunto si el
Gastón Melo trabaja el 24. Me dice que sí y pregunta si necesito algo. Le
explico. Colgamos. A los pocos minutos recibo una llamada de una doctora. Mi
amiga le platicó y la puso al tanto. Me dice que es necesario que acuda al
Centro de Alta Especialidad Rafael Lucio. Me tienen que hacer limpieza de la
herida y un diagnóstico. El lavado de la herida ya estaba hecho y dejé el
asunto para el 24.
¿Qué pasó el 24? Estoy en el Rafael Lucio. Me pasan
con un Urgenciólogo. “Usted es el de la mordida del vampiro?” Me cuentan que
soy el primer caso en Xalapa porque no hay esta clase de mamíferos en la
ciudad. Estoy de acuerdo pero le platico el supuesto: el ave rapaz que lo tenía
entre sus patas pudo atraparlo en un poblado cercano, ganadero, y traerlo hasta
el parque. Lo describo y Yafet Jacobo, un doctor de letra bonita (¡se los juro!
¡Existe!) coincide como lo hizo el doctor de Nina y Lucky.
Me pasan a otro lado… me tienen que poner la
antirrábica. ¿Ombligo? ¿Espalda? Mis temores son infundados. Ya no se ponen
allí, sino en el brazo. “Respira, Dor, respira… será un piquetito”, me digo.
¡Qué pinche miedo a las agujas! En el área correspondiente, oigo a una doctora
que le dice a su colega que además de la vacuna hay que infiltrar.
“¿Infiltrar?” Y agrega la doctora: “Le va a doler mucho”. Me tienen que poner
tres inyecciones en el área de la mordida. Fany me pone la antirrábica y Eva se
encarga de ponerme inmunoglobulina antirrábica en mi dedo: ¡tres piquetes!
Sinceramente, me dolió más la mordida.
Curioso… el día en que vacunaban a tres mil personas
contra Covid, a mí, contra la rabia… este domingo 27, la enfermera Elia me
aplica la segunda dosis de cuatro que me tienen que poner. Me dice la Mujer que
no debo intervenir en la naturaleza. Le insisto que no, que no lo hago, pero
sólo quise evitar que un gato, perro o humano, fueran a dañar aún más a ese
vampirito que encontró su última morada en el hueco de un tronco… no sobrevivió
al ataque del ave rapaz.
PD Gracias al Sector Salud y al equipo del Centro de
Alta Especialidad Rafael Lucio, no sólo por su atención, sino por el
profesionalismo y entrega para todos los veracruzanos en estos momentos
críticos…
smcainito@gmail.com