Larimex
JUIO LARIOS MARTÍNEZ, HOMBRE ORQUESTA DE LA SELECCIÒN AMATEUR
Larimex
“Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros
que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos
años, y son muy buenos.
Pero
los hay que luchan toda la vida: esos son los
imprescindibles.”
Beltrot Bretch
Por Héctor Larios Proa & Héctor A. Larios M.
Con
su nobleza recorrió el barrio, la ciudad, el país y las canchas del mundo cómo
soñó de niño. Julio, heredero de la pasión de su padre Francisco “chico”
Larios, desde pequeño conoció el ambiente del futbol, sus estadios y secretos.
Muy
joven conoció las carreteras del país, su arrojo le permitió transitar por
senderos de la vida sorteando peligros con habilidad, carácter y determinación.
Vivió tanto, como pocos.
Persiguió
sus sueños de gloria deportiva en las infantiles del Club Guadalajara en la
ciudad de México hasta la reserva, seleccionado del Distrito Federal en sus
años mozos. Truncó sus estudios de ingeniero automotriz, pero nunca renunció al
futbol. Dirigió equipos amateurs con éxito. Realizó su primer curso de
entrenador en el año 1968, sus maestros Diego Mercado, Alejandro Scopelli y José
Moncebáez, fue su primera de tres titulaciones como Director Técnico.
Con
su entusiasmo y dedicación logró el campeonato de la Copa Asociación ganado a
los representativos de las ligas más poderosas de su tiempo. Audaz en el manejo
del tiempo y espacio, categorías filosóficas de la vida y el futbol. Sus
estrategias brillaron en los momentos críticos, retaba a la adversidad con
serenidad y temple de torero.
En
1970, convocaron a jóvenes a formar la selección juvenil de México para un
torneo de Concacaf, los entrenadores estaban designados, él quería estar,
además era el campeón del DF, tenía su título. Dijo, vamos.
Llegó
a la Cd. Deportiva, saludó a los entrenadores y espero paciente. Al ver que el
tiempo apremiaba y no había logística alguna, preguntó: ¿Qué tienen planeado? Los entrenadores cruzaron miradas enmudecidos.
Fue
de nuevo al ataque: “son muchos chavos, afirmó. ¿Tienen balones?, ¿casacas? No respondieron. Movió la cabeza, y pregunto: ¿Les puedo ayudar?”. Volteó
a verme y me guiñó el ojo, diciendo todo sin decir nada. Ese es Julio Larios.
De
la cajuela sacó un costal de balones, casacas de colores, se vistió de pants
azul marino, en ese tiempo era un lujo, se armó con una tabla, libreta, pluma,
su inseparable gorra y su silbato colgado en el pecho, como símbolo de super
héroe.
Dio instrucciones a los entrenadores, se adentró a
su cancha para no volver a salir de una selección nacional en los siguientes
veinte años.
En
su primera participación internacional ganaron el campeonato Juvenil de
CONCACAF, lo consiguieron en tres ocasiones consecutivas, el primero fue en
Cuba, después en México y Canadá.
Fiel
creyente del talento mexicano, Larios se sumó a un directivo visionario,
Joaquín Badillo, proyecto comandado por Diego Mercado, ellos eligieron los
mejores futbolistas amateurs con hambre de gloria portaron la camiseta nacional.
Participó en dos Juegos Centroamericanos, 3 Panamericanos, olímpico de Munich
72 y Montreal 76, 7 torneos de Cannes, 3 de Toulon, eliminatorias y otros
compromisos que sumaron 330 partidos internacionales. De 1970 a 1980.
Los
olímpicos del 72 abren las puertas a las siguientes generaciones, al competir
con orgullo, decisión y buen futbol. Surten a los clubes profesionales de
jugadores de alto nivel.
El
ciclo olímpico rumbo a Montreal 76 tiene mayores apoyos, sus triunfos suenan
aquí y allá, logran que la prensa los voltee a ver, llenan páginas enteras en
los diarios del país con sus épicos triunfos en campeonatos juveniles del área,
saltan a Europa en 74 para conquistar con disciplina, dinámica y buen toque a
la afición francesa. Su consagración es con el título del Torneo de Cannes y el
oro Panamericano al año siguiente. La selección juvenil de Rangel, Hugo Sánchez
y Tapia, delanteros letales, y sus compañeros
representaron la ilusión de miles de aficionados que veían en ellos la realización
de sus sueños. Inspiraron a las generaciones que les precedieron, llenaron
estadios, fueron portadas de periódicos, no solo los deportivos. Les llamaron
la esperanza verde. Era un sueño hecho realidad.
“México tiene talento, a la
juventud solo les falta apoyo, buenos entrenadores. Los
mexicanos podemos, faltan canchas, mejores ligas, buenos entrenadores y
competencias. Con disciplina constancia y determinación podemos ganar un
Mundial.
Su
pasión lo llevó a prepararse con los mejores entrenadores nacionales y extranjeros.
Meticuloso en la planeación deportiva, era de la vieja guardia, con el tiempo
fue de los primeros en romper el paradigma tradicional a una metodología de
bloques, se adelantó a su época. Sus apuntes circularon por el mundo en otros
idiomas, eran sus ejercicios cuando daba cursos en la ODEPA, no le importaba, “el
maestro debe enseñar, no guardarse nada. Servir al jugador, ser útil al equipo,
sea de utilero, masajista, preparador físico, entrenador”, esa era la
filosofía de Julio Larios.
Para
la tercera generación de amateurs, los recursos fueron menores disminuyeron las
giras y competencias pero siempre estuvieron bien representados, lidió con la
burocracia deportiva peleando por apoyos para los jóvenes.
Tuvieron que pasar décadas años para
confirmar sus tesis.
“¡Te lo dije!”, exclamó
lleno de felicidad en la catedral del futbol mexicano, el estadio Azteca, en el
2011 cuando la sub-17 levantó el título de campeón del Mundo. Era el más feliz
de los 100 mil aficionados en la tribuna, me abrazó. Levante su brazo de campeòn.
Saltó
al futbol profesional con el Guadalajara de la mano de su mentor, Diego
Mercado. Llegó a León como preparador físico recomendado por jugadores,
coincidió con el legedario Arpad Fekete, quién después de verlo dirigir una
práctica le preguntó sorprendido: ¿Dónde
has estado Julio? Después fueron al Toluca y otros equipos, vuelve a León
para ser DT en un torneo y no salir más de Guanajuato.
Julio
Larios, también fue empresario visionario, nunca dejó las canchas, capaz de
descubrir figuras en ciernes. Un día le pregunte en una visoría de jugadores:
¿qué evalúas? “observo sus cualidades e
instintos, lo evalúo no por lo que es,
sino por lo que puede llegar a ser”, respondió cuando vio a Ramón Ramírez a
sus dieciséis años.
Viajar,
leer y entrenar fue su vida. Sus libros, cuadernos e historias son recuerdos de
una vida llena de emociones. “Perder es
una lección”, llegó a decir al ver algunos equipos, “este año aprenderemos mucho”, sonreía. “Lo importante es nunca salir derrotados”, remataba.
El
tiempo y la distancia permiten ver cosas que la cercanía esconde. Pedro Peñaloza, Ernesto de la Rosa y Leonardo Cuéllar, coincidieron.
Sus charlas en aquellas largas concentraciones nos unieron. Fueron años inolvidables, Julio fue el bastión que nos mantuvo, el hombre de la convivencia de 24 horas, que nos entrenaba, vigilaba, nos regañaba, motivaba, nunca nos dejó solos, nos apapachó cuando lo necesitamos, también fue cómplice, fue clave, recuerdan.
“Lo conocí en mi primera concentración, llegue a su cuarto, el # 1 del CDOM, iba nervioso, Julio Larios, me recibió con estas palabras: ‘que bueno que estás aquí, te vi jugar, lo haces bien, puedes ganarte un lugar, pero hay que entrenar muy fuerte todos los días.
Esto es competencia, antes que llegaras tú, había otros, pero se fueron por no ser disciplinados, pensaron que tener técnica era todo. Es tu oportunidad, no la dejes´. Sus palabras me dieron la confianza que necesitaba, me quede en la selección olímpica”, recuerda Ernesto de la Rosa.
¡Cinco minutos!
“Todas los días, antes de las 6:00 de la mañana golpeaba la puerta de metal de los cuartos, con el grito de: ¡Cinco Minutos!, era el aviso para iniciar el primer entrenamiento del día, más de una ocasión quisimos hacer huelga y no salir a correr. Mala idea, era más duro el entrenamiento. La preparación del equipo nos permitió enfrentar a los mejores del mundo y ganar.
Una vez, el brasileño Claudio Coutinho, preparador de Brasil del 70, nos hizo la prueba de Cooper, se sorprendió. Rompimos sus records, ¿quién los entrena?, preguntó, para después felicitar a Larios, tenemos que conversar, le dijo el campeón del mundo», sonríe, De la Rosa.
Julio Larios, tiene muchas historias reales que contar, esas que dejaron huella en cientos de jóvenes mexicanos que tocaron el cielo con la mano pisando un balón.
Hasta siempre Larimex.