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Legado de José Iturriaga a Veracruz: 16 mil libros

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Martha López Castro

 

La calle Nicolás Bravo, en Coatepec, Ver., también es mi barrio. Así que la he recorrido de cabo a rabo cientos de veces, y entre todas sus peculiaridades, está la casona marcada con el número 86: una fortificación  de muros altos y ciegos, custodiados por las ramas espinosas de las buganvilias que cuelgan sobre la acera y que llenan de color las paredes grises. Los enormes tragaluces completan la idea de casa-para-adentro. Hace algunos años se organizaban rumbosas fiestas, con invitados que llegaban en helicópteros y equipos de seguridad de altos vuelos. La suma de todo eso incrementó la curiosidad de los vecinos, no solo sobre lo que podría resguardar tan protegido caserón, también sobre los personajes que la habitaban. Y el rumor se regó por el barrio: el viejito de los libros era un ilustre personaje, reconocido nacional e internacionalmente. Era Don José Ezequiel Iturriaga Sauco, quien decidió, en el último párrafo de su larga y fecunda narrativa de vida, guardarse en este pueblo, alejado de la irrespirable ciudad de México, buscando el sosiego para un corazón que trepidaba, aquejado por ese dolor de patria, que él llamaba patrialgia, y que oprimía un corazón que vivió todos los avatares: los estruendos de una mina en Coahuila, la temeraria llegada a una ciudad monstruo que no logró devorarlo como a muchos provincianos y se le rindió sin condiciones, los múltiples reconocimientos que no cabían en los sueños del niño minero, la estrecha cercanía con el gran poder y sus claroscuros, la impotencia de mirar desde la lejanía al propio país que se desangraba, se convulsionaba y se reinventaba justo al borde del precipicio, el cariño y la amistad que le profesaron por doquier, las enormes deudas de las promesas incumplidas y por supuesto el amor, porque no hay nada más seductor que la palabra y en eso, como en muchas cosas, él fue un maestro.

Era don José E. Iturriaga Sauco, historiador, periodista, diplomático, filósofo, escritor, urbanista, sociólogo, pieza central en la vida de México, forjador de ideas, políticos, empresarios y nuevos talentos. Hombre tocado con los prodigios de la memoria, la lengua precisa y la conversación interminable. El último erudito del siglo XX mexicano.

Por fin, después de algunos contactos y un breve y comprensible interrogatorio, la señora Reina Olvera, viuda de Iturriaga, acepta recibirnos en su casa. Por fin podremos franquear la fortaleza. Nos recibe un jardín rebosante de verdes. La lluvia revolotea los olores de este frondoso rincón y entonces otro torrente de olores nos asalta: es el inequívoco olor que emana de los libros, envueltos en el aroma de la madera de cedro. Es la biblioteca que don José Iturriaga inició desde sus 14 años y que su celo y paciencia le llevan a sumar 16 060 volúmenes, con más de 1 000 libros firmados por sus autores, entre los que se cuentan varios Premios Nobel, así como una hemeroteca de  249 tomos  que contienen ejemplares de La Jornada, El Universal, Excélsior, El Día, El Independiente y las revistas Proceso, Siempre!, Tiempo y algunas joyas del periodismo nacional y sus 20 000 artículos periodísticos publicados. Es la biblioteca que don José Iturriaga donó al pueblo de Coatepec, con el inobjetable argumento que “la reciprocidad es sagrada”. Todo ello bajo una enorme nave, impecable, luminosa, construida ex profeso, siguiendo la línea arquitectónica del resto de la casa. Don Pepe lo llamaba su santuario, y en  efecto, es como entrar a un espacio sagrado, donde resuenan las voces de las conversaciones, aletea el pensamiento de los grandes intelectuales del siglo XX y el escritorio sigue dispuesto con los anteojos, las plumas, el saco dejado como al descuido, la agenda con los pendientes petrificados, bajo la mirada de las fotografías de  políticos, empresarios, artistas y escritores que de una o muchas maneras fueron los artífices del México de hoy, para bien o para mal.Durante la larga conversación con la viuda de Iturriaga, nos ofrece un auténtico café coatepecano con sus anécdotas, vivencias, sentires y la enorme incertidumbre por el futuro de la biblioteca. Hace dos años que don José Iturriaga partió y su deseo aún no se ha  cumplido,  a pesar que fue expresado públicamente  el  3 de diciembre del 2010 ante el propio Congreso del Estado. El tesoro que alberga la casa de Bravo número 86 aún está en litigio, en el centro de razones y sinrazones, en el estira y afloja de intereses y poderes. Y surgen  las inevitables preguntas: ¿A quienes les toca luchar por ese legado y defenderlo? ¿Por qué un bien nacional aún no se puede convertir en un bien común? José Iturriaga Sauco  fue un tenaz defensor de la memoria, de la resignificación de la historia para situarnos en el contexto del presente y hacer frente al futuro. Proclamaba la constante lucha contra el olvido, la necesidad de recordar nuestros orígenes y esencia. Así que no podemos olvidar sus deseos de que los jóvenes lean, discutan y confronten sus ideas. El santuario Iturriaga sigue esperando otras voces, ideas frescas y la imposibilidad del olvido.

Fuente:

Cicloliteratio

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