Legislar sobre causas justas
Legislar sobre causas justas
Por Mónica Mendoza
Madrigal
A la memoria de
Norma
Riego
“Castigar el
aborto es una acción que atenta en contra de la salud de las personas y contra
las clases de escasos recursos”. Esto lo dijo Ofelia Domínguez Navarro en 1936
al presentar la ponencia titulada “Aborto por causas sociales y económicas”
como parte de la Convención de Unificación del Código Penal.
Esta referencia da cuenta de
que la búsqueda por reivindicar el derecho de las mujeres a decidir sobre su
cuerpo cumple un siglo, luego de que desde 1871 el aborto es considerado un
delito, siendo que el artículo 571 del Código Penal de ese año penalizaba el
aborto consumado, exceptuando de sanción desde entonces al aborto por
violación.
Esta
es una práctica milenaria que ha sido poco documentada. Si acaso hay datos que
revelan que durante la Colonia existía un Departamento de partos ocultos al
cual eran canalizadas las mujeres españolas que concebían hijos fuera del
matrimonio y que entregaban a sus hijos a la Iglesia, lo que evidencia que
desde siempre el aborto ha sido un privilegio de clase, pues para las mujeres
indígenas y pobres las costumbres ancestrales dan cuenta de todo tipo de
procedimientos destinados a interrumpir los embarazos no deseados que van desde
la toma de infusiones hasta la introducción de dispositivos por el útero que
desprendían el feto, desgarrando a las mujeres por dentro hasta provocarles la
muerte, prácticas que siguen siendo realizadas en algunos contextos.
Fue
hasta la “Revolución Sexual” y gracias al empuje de la tercera ola feminista en
México que estos afanes reivindicativos cobraron de nuevo fuerza. En los años
70 la discusión se colocó al centro de la mesa gracias al ejercicio de la
sexualidad libre de las juventudes de entonces, que hicieron realidad el
concepto de “maternidad voluntaria”, proceso al que se sumaron las políticas
públicas de salud y población que buscaban disminuir la tasa de natalidad
asociada a la explosión demográfica, por lo que impulsaron una estrategia que
vino acompañada de aquella campaña cuyo eslogan era “la familia pequeña vive
mejor”.
Momentos
de excepcional relevancia en ese largo camino fueron la Primera Jornada
Nacional sobre Aborto de 1976, el Proyecto de Ley de Maternidad Voluntaria de
1979, la fundación del Frente Nacional por la Maternidad Voluntaria y la
Despenalización del Aborto de 1991, y la campaña de Acceso a la Justicia para
las Mujeres de 1998.
Lo cierto es que el cuerpo de
las mujeres ha sido desde tiempos inmemoriales territorio de la dominación
patriarcal. Lo ha sido así desde la visión judeo-cristiana que cuenta que fue
una mujer la que tentó a Adán vinculando al pecado con la carne. Pero lo ha
sido también a través del recurso de borrarnos de la historia como
no-protagonistas de los aconteceres, condenándonos al desempeño de un rol
ornamental que durante siglos ha sido reforzado. Luego vino la visión del
liberalismo que nos confinó a la vida privada, ocupadas en forma exclusiva de
lo doméstico y del cuidado familiar. Todo éste ha sido un largo camino en el
que fuimos desposeídas de todos los derechos, por los que hemos tenido que ir
luchando para conquistarlos uno a uno.
Hoy
que ya podemos estudiar lo que queremos, que ya podemos tener propiedades a
nuestro nombre, que ya podemos votar y ser votadas, que ya podemos ir a la
luna…aún se nos niega nuestro legítimo derecho a decidir sobre nuestro cuerpo.
El hecho que cambió la
discusión pública sobre el aborto fue el caso de Paulina, una niña de 13 años
víctima de abuso sexual en el año 2000 y que solicitó –junto con su madre–
autorización para interrumpir su embarazo. Paulina fue obligada a llevarlo a
término y acabó siendo, en contra de su voluntad, una madre-niña obligada a
vivir una vida que no era la suya.
El caso de Paulina derivó en la
“Ley Robles”, que permitía el aborto en el entonces Distrito Federal ante tres
causales, antecedente que permitió que en 2007 la Asamblea Legislativa
despenalizara el aborto para las primeras 12 semanas de gestación.
Desde
entonces, para las mujeres que quieren practicarse un aborto con condiciones
sanitarias óptimas y que pueden pagarlo, viajar a la Ciudad de México es la
ruta más segura. Tan solo en 2020 el portal de Datos Abiertos del gobierno de
la ciudad registró que se efectuaron ocho mil 784 procedimientos, mismos que
son 42.37 por ciento menos de los que tuvieron lugar en 2019, presuntamente por
la covid-19.
En Veracruz, el camino hacia la
despenalización ha estado también lleno de escollos. La aprobación de la
despenalización en la Ciudad de México abrió el debate para una reforma en las
entidades federativas, lo que provocó que el “lobby” antiderechos comenzara a
ejercer presión al más alto nivel, desde el púlpito de las Iglesias y a través
del poderío económico y político de sus miembros, para evitar a toda costa que
esta discusión ocupara espacio en la agenda legislativa de nuestra entidad.
Es
justo reconocer la iniciativa para despenalizar que presentara en la LIX
Legislatura la perredista Yazmín Copete. O la defensa pública y en tribuna
realizada en torno al tema por parte de la finada perredista Margarita
Guillaumín y de la priista Dalia Pérez, ambas diputadas integrantes de la LXI
Legislatura. Y la Iniciativa presentada por la legisladora morenista Tanya
Carola Viveros, antecesoras en el impulso de este derecho y pertenecientes
todas a Congresos en su mayoría masculinos, en donde las suyas eran voces
minoritarias que no contaron con el respaldo ni de sus bancadas ni del resto de
quienes integraban el Poder Legislativo.
La historia progresista de
Veracruz tiene un antes y un después a 2016, año en el que el entonces
gobernador Javier Duarte impulsó la reforma al artículo 4º de la Constitución
veracruzana, en la cual se promueve la “defensa de la vida desde la
concepción”, aprobación corporativa que provocó el rechazo público y en tribuna
de las entonces diputadas Mónica Robles y Ana María Condado, pero además el
señalamiento de ser regresiva y revictimizante por parte de organismos no
gubernamentales y de la propia ONU.
La
acción de inconstitucionalidad interpuesta por ello ante la Suprema Corte de
Justicia, más otros recursos jurídicos que desde entonces fueron presentados
para evidenciar lo regresivo de esa medida, dan cuenta de la larga lucha que se
ha emprendido por parte de organizaciones de la sociedad civil, que a raíz de
ello solicitaron ante la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la
Violencia contra las Mujeres (CONAVIM) la declaratoria de una Alerta de
Violencia de Género por Agravio Comparado por la restricción al derecho a la
salud y la limitación a los derechos sexuales y reproductivos por parte del
Estado veracruzano a las mujeres de esta entidad.
Esta
batalla ha estado acompañada en cada momento por el Grupo de Información en
Reproducción Elegida (GIRE), la Fundación Mexicana para la Planificación
Familiar (MEXFAM), el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio,
Católicas por el Derecho a Decidir, Justicia Derechos Humanos y Género y las
organizaciones feministas estatales y activistas que estamos integradas en el
Frente Veracruzano por la Vida y los Derechos de las Mujeres, sin los cuales
hubiera sido imposible obtener un resultado favorable.
La reciente aprobación de la
reforma al Código Penal que despenaliza el aborto en las primeras 12 semanas de
embarazo y que introduce la causal salud y que considera una sanción para el
aborto inducido, hace que Veracruz se convierta en el cuarto estado del país en
legislar en la materia y con ello permite que la LXV Legislatura no incurra en
la omisión en la que sí incurrió su antecesora, en la que la doble agenda moral
de quienes eran mayoría, bloqueó el cumplimiento del mandato legal de realizar
esta reforma.
El que la diputada Mónica Robles
haya presentado la Iniciativa de reforma la semana pasada, supongo que fue
un riesgo difícil de asumir luego de la persecución, amenazas y agresiones a
que se expuso cuando el año pasado impulsó la reforma al Código Civil que
incluía, entre otros temas, el matrimonio igualitario, lo que devino en ataques
cometidos por los grupos anti derechos que operan con total belicosidad y
agresividad. Pero colocado en la balanza, pesa más la justicia social, la
auténtica defensa de los derechos de las mujeres y la responsabilidad por
atender un problema público que ya no admite dilaciones.
Celebro el valor, el coraje y
la congruencia de quienes finalmente decidieron apoyar una iniciativa que no
corresponde con la agenda política de ningún partido, pues se trata de un acto
de justicia social. Partidizar la postura de cada legislador o legisladora en
temas de derechos es un absoluto error de cálculo político y es una
incongruencia social.
Lo sabemos las activistas que
hemos acompañado este largo andar pese a también haber sido violentadas,
incluso institucionalmente, por asumirnos defensoras del derecho a
decidir. Lo saben las mujeres veracruzanas que han callado sus abortos por
miedo al rechazo. Lo saben las y los médicos que han visto en sus quirófanos a
niñas ser madres. Y lo sabe Diana Patricia, que mientras hay quienes banalizan
la discusión planteando la pregunta de ¿estás a favor o en contra?, ella está
encarcelada, dado que por la brutal golpiza que su marido le propinó, tuvo un
aborto espontáneo a los seis meses de gestación y hoy él está libre y ella
permanece privada de su libertad.
No puede ser pro vida nadie que
desde sus condiciones de privilegio, pretende acotar los derechos de otra
persona. Son antiderechos. Llamémosles por su nombre.
@MonicaMendozaM