Llévate mis amores
Rafael Rojas Colorado
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El dos de marzo de 2015 el parque Miguel Hidalgo fue el escenario para la proyección del documental “LLévate mis amores”, dirigido por el joven director Arturo González Villaseñor, en colaboración con Mac artur fundación. La cinta reconoce la desinteresada labor que desde 1995 un grupo de mujeres se aventuró a preparar alimentos para lanzarlos a los emigrantes que viajan en el tren bautizado como “La Bestia”.
El documental exhibe en todo su esplendor a un sector social que en sí es el pueblo. Porque el pueblo es esa realidad de austeridad en la que débilmente sobrevive por la escasez de empleo y áreas de trabajo ofertando la mano de obra. A aquellos a quienes les acompaña un poco la suerte por tener un empleo son brutalmente explotados, limitando sus aspiraciones de superación en aras de un mejor nivel de vida.
La cinta acerca el clímax del dolor de ese grupo de emigrantes, a quienes la desesperación por la ausencia de lo más esencial para el hogar obliga a aventurarse en la peligrosa travesía por el país, para cruzar esa frontera que habrá de despertarlos crudamente de su sueño. La aventura lacera el alma: es la despedida del hogar, recomendaciones, bendiciones, lágrimas, abrazos, el mirar el rostro de los hijos, la familia se queda sumergida en la tristeza, acunando en el pecho las promesas que probablemente se esfumen en la distancia.
El emigrante, al momento de abandonar su hogar, destroza el corazón de la familia, que difícilmente experimentará la tranquilidad. El familiar que emprende la peligrosa odisea agobiado por la angustia y la incertidumbre, si no se muere en el camino, es probable que su futuro no se demasiado halagador en tierras extrañas en las que busca su destino. A un buen número de emigrantes, si los llega a cortejar la fortuna, esos frutos difícilmente los disfrutara su familia. Lo más posible es que formen otra, que les impedirá el regreso a sus orígenes. Si algunos vuelven, el amor ya se escapó del hogar. Son tristes historias que lastiman la sensibilidad humana y el evitarlas es responsabilidad de todos los que conformamos la sociedad.
Por otro lado, la lente capta y penetra en ese grupo social en el que las mujeres de una zona rural, con fuertes limitaciones económicas, no obstante, afloran sus sentimientos y, como ángeles terrenos, se acercan al pie de la vía, esperando pacientemente la llegada del tren, que transporta un enorme equipaje humano de sueños, planes e ilusiones en busca de mejor calidad de vida. Pero también viajan con el estomago vacío. En esos fugaces instantes, como un resplandor se presenta la bondad de las patronas, para proveerlos de alimento y bendiciones. Aunque es un lonche sencillo, representa un exquisito manjar para el necesitado viajero que le gruñen las tripas.
Las patronas diariamente atienden su hogar y se dan tiempo para trabajar en la preparación de alimentos para saciar el hambre de los emigrantes que dejaron atrás el dulce hogar. El buen corazón de las patronas converge el dolor y el silencioso sufrimiento de esas almas que fugazmente ayudan en un instante valioso, a pesar de que son personas a las que jamás volverán a ver en la vida. Estas acciones desde cualquier perspectiva que se visualice, enriquece espiritualmente a estas personas que aprendieron que lo más hermoso de la vida se descubre en el placer de dar lo mejor de sí mismo al necesitado, como si vieran en él la imagen de Cristo Jesús durante su pasión.
Es real la escenografía del documental y excelente fotografía, pero lo más interesante es que el joven director, para lograr proyectar la sensibilidad humana de estas señoras a través de imágenes, las emuló repartiendo víveres a esos viajeros y ser parte de esa cruda realidad. Así logró penetrar en ese espinoso dolor que en la actualidad parece común y al que todos ya nos acostumbramos a presenciar.
El emigrante es como una estrella portadora de una esperanza que en la distancia tiene probabilidad de apagarse.