(primera de cinco partes)
Año de 1862. Tres rapaces potencias estaban ansiosas de invadir nuestra nación: España quería, pero no podía; Inglaterra, podía, pero no quería; Francia, quería y podía. Los mexicanos —en su estado natural—, siempre divididos: Benito Juárez en un bando, Félix María Zuloaga por el otro.
Don Manuel Doblado, no se dobla y en la Soledad Veracruz, a finales del mes de febrero, se apersona para convenir con los gabachos y éstos con DOBLE MORAL, aceptan la propuesta.
El niño “Almonte” cuyo nombre era Juan Nepomuceno, hace berrinche y brinca en contra de los tratados de la Soledad, declarándose aliado del Conde de Lorencez. Éste, con sus tropas en el Puerto de Veracruz, aguardaba la hora señalada desde el 5 de marzo y decide avanzar hacia Orizaba y Tehuacán con el pretexto de que: “—hace mucho calor y hay el chingo de chaquiste”.
Don Benito le parlotea a don Napoleón III que NO MANCHE, que por favor regrese sus tropas y éste le arguye con una burlona carcajada.
Al ejército francés lo avalaban las campañas de Magenta, Solferino y Sebastopol, por lo que se decían invencibles (traían puro cuarto bat y buen staf de pitcheo), pero no contaban con la sagacidad de nuestro eminente Presidente, que mandó al generalísimo y estratega Don Ignacio Zaragoza, a detener al indomable.
El cinco de mayo, en los fuertes de LORETO Y GUADALUPE, al toque del clarín, tatatááá, tatatááá, tatatááá, y al ondeado del lábaro patrio, el sonoro rugir del cañón retumbó y el ejército de Oriente a sus armas nacionales, las cubrieron de gloria.
Al “cierre de la novena entrada” el “trabuco” quedó tendido en el terreno. El gigante por lo pronto cayó. ¿Qué pasó después?, ¿será campeón de liga?… pronto lo platicaremos.
(continuará)
Amigos: recuerden a Sun Tsu. “Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla”.
Ánimo ingao….!!!!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz.
