LOS CAÑONES DE NAVARONE
El viaje de las Puentes a Jalapa, siempre resultaba ser una excursión. En esa fecha, la propuesta era asistir al cine a la función de las tres de la tarde, pues se exhibía —decía mi hermano—, “una de guerra”. La usanza era llegar a la terminal “del Excelsior”, ubicada sobre la calle J.J. Herrera, frente a las escalinatas que envolvían al Acuario y correr por la avenida Ávila Camacho para formarse en la fila de la taquilla, que invariablemente para esos momentos era enorme. Más de una hora para ingresar a la función, el esfuerzo estaba coronado al ocupar cómodamente la butaca, comiendo palomitas y esperar que paulatinamente la sala se fuera oscureciendo. De esa ocasión, recuerdo muy bien a los protagonistas Gregory Peck y David Niven, pero, sobre todo, al chihuahuense Anthony Quinn Oaxaca, fallecido el 3 de junio de hace 17 años cuando contaba con 86 años de edad.
LOS CAÑONES DE NAVARONE, título de esta película, resultó ser inolvidable. Años después tuve mucho interés en documentarme sobre ese hecho histórico y encontré que el autor fue un novelista, nacido en Glasgow, en la segunda década del siglo XX, de nombre Alistair Stuart McLean, y que casi toda su obra se caracterizó por producir ficciones referentes a epopeyas o hazañas que ocurrieron en la Segunda Guerra Mundial.
Las operaciones en esta cinta filmada en 1962, ocurren en el mar Egeo. Un grupo de personajes disímbolos, tiene que destruir una base alemana, donde, en un acantilado, se disponen dos vertiginosos cañones que se encargaban de destruir todos los barcos y submarinos de las fuerzas aliadas, que por ahí cruzaban. Este grupo, inicia sus maniobras, navegando en una deplorable embarcación disfrazados de pescadores, y todo hubiera sido muy fácil, solo que no contaban con el encuentro de una tormenta, que los hace naufragar y tienen que llegar nadando a la orilla del abrupto terreno.
Anthony Quinn, encarnó al coronel Andrea Stavrou, un soldado del derrotado ejército griego, que los conduce por todos los caminos hasta llegar a exterminar los cañones, que ese era el propósito.
La isla de Navarone, no existe; tampoco el tamaño de los cañones era real; mucho menos que estuvieran en una cueva y nunca un comando británico los destruyó. El escocés Alistair McLean, se inspiró en la batalla de la isla de Keros y el nombre de Navarone lo extrajo de Navarino, el lugar donde los turcos se trenzaron a bayoneta calada con los griegos, en la segunda década del siglo XIX. Debo confesar que esta ficción, mucho nos divirtió; con la acción y suspenso de todo el filme, quedamos impresionados y la interpretación de Anthony Quinn nos duró todo el mes, hasta que en fechas posteriores regresamos al cine a ver “Zorba el Griego”, pero eso será otro cuento.
Amigos, recuerden al Viejo que decía: “Si las cosas que valen la pena, se hicieran fácilmente, cualquiera las haría”, consigna que cala en situaciones impías.
¡Ánimo ingao..!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz
jcondíaz@yahoo.com.mx
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