LOS ELOTES TIERNOS
Un sol pasajero ilumina la mañana, hacia el lado del Cofre de Perote las nubes empiezan a exhibirse en el azul del cielo. En la calle principal, la fachada de la hermosa casa de altos que fue de Joaquín García, contrasta las sombras producidas por los relieves de los leones alados del friso, así como también se dibuja la proyección de la cornisa, del balcón y barandal de hierro forjado, y el pasamano de fina madera, se ve fulgurante.
Por el mismo lado soleado de la calle, una señora con chanclas de plástico, pantalón remangado debajo del vestido y pulcro mandil, pelo entrecano y holgado suéter, ofrece a los viandantes ELOTES TIERNOS que carga en una cubeta de lámina galvanizada. Al advertirnos, muy decidida, atraviesa Jiménez del Campillo y sin ninguna timidez exhibe las lozanas mazorcas, envueltas en frescas hojas verdes, rematadas por los salientes pelos güeros que asoman en el extremo.
Conchita García Cortés, desinhibida, dice que desde hace ocho años que enviudó, vive en Puente Seco y que a diario lucha “siquiera p’a que no falte la tortilla, porque la barriga pide”. Cuenta que es de Ayahualulco y llegó con su prometido para casarse un 19 de mayo en la iglesia de San Miguel de Coatepec. Con su esposo, Roberto Tlaxcalteco, vivió 18 años; regresó a su tierra natal donde su hermana Zoila le dio cobijo, ya que, por el alcoholismo, Roberto cayó gravemente enfermo teniéndolo que atender con la ayuda de su familia. Precisa que el desenlace llegó el 22 de abril de hace 8 años y hubo de juntar “algunos quintos” para pagar la caja y los cirios; caras le salieron las derramadas lágrimas. Por sus recuerdos, la tristeza invade sus vivarachos ojos, dice que ya ni llorar es bueno, que se siente “re feo” quedarse sola, pero que obedece la voluntad de “Diosito”
Hace una interrupción y convida una receta de chilatole con elotes, porque insiste en que se le compren. Todos los 8 de diciembre que es el día de su cumpleaños, junta “unos centavos” para poder festejar. En este año que llega a los 62, espera que Dios le permita y esté sana para cocinar un “pollito en caldo”, dice que los elotes y demás verduras es lo de menos y paladea las tortillas esponjadas recién salidas del comal —levanta los labios que, debido al extremo problema bucal que presenta, unirlos le es imposible, alza las cejas, frunce la nariz y emite una exclamación de buen sabor—
Concepción, en una bolsa de plástico que trae dentro de la cubeta, coloca con cuidado su mercancía y una vez que recibe su dinero, pregunta el nombre de los presentes, respondiendo a cada uno —¡mucho gusto! Con una sonrisa da las gracias y muy efusiva se despide argumentando que se va porque le va a ganar al agua; sale del local y en un santiamén se pierde rumbo a Campo Viejo.
Los que se quedan, hacen comentarios y curiosean si Conchita sabrá que hay un día internacional de la mujer, si sabrá que María Enriqueta tiene amigas, si al deambular por las calles de este pueblo mágico, alguien la felicita por su cumpleaños o le den un abrazo sin motivo, o alguien le dirija unas palabras de aliento, o simplemente los que la ven y notan sus realzados dientes incrustados en prominentes encías, la crucen con total indiferencia. Por lo pronto, y antes del aguacero, los elotes llegan a la cocina, para ver si la señora de la casa tiene a bien sazonar el antojado chilatole, porque ya la barriga pide.
Amigos, decía la abuela Josefina que “Mejor que juntar las manos para rezar, es abrirlas para dar” y dar una sonrisa es lo más asequible que existe.
¡Ánimo ingao…!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz
Escuche la versión de audio con la voz inconfundible del Jarochito: