La Otra Versión

  Los hermanos Solís Sánchez, toda una leyenda

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                                                                                                                René Sánchez García

Hasta hace unos dos meses tuve un gran amigo de muchos años. Era un poco rara nuestra amistad, pues coincidíamos cada tres meses al año, pero con tan sólo una charla de aproximadamente sesenta minutos, reafirmábamos cabalmente esa amistad que nos unió por muchísimo tiempo. Se llama Juan Solís Sánchez (porque aunque partió él sigue presente y lo seguirá) y lo conocí en los años sesenta del siglo pasado, exactamente en un comercio que se encontraba contra esquina de Banamex, cuando la famosa paletería “Yola” del señor Lomelí era la sensación de los sabores que rodaban en carritos.

En esa esquina existió por muchísimos años una vieja peluquería, llamaba la atención porque allí siempre estaba un hermoso perro de la raza lassie en color blanco y café, que acompaña a los clientes de todas las edades. Recuerdo que cursaba la secundaria y debía tener 13 años de edad y fue por esas fechas que se inició nuestra amistad que duró por años. Debí estar súper enano, pues en su sillón de trabajo me ponía un bulto de periódicos y revistas amarrados por un lazo para poderme cortar el pelo con mayor facilidad y a la altura adecuada.

Mi amigo Juan por años estuvo acompañado siempre por su hermano Paulino. Los ubico perfectamente cuando se instalaron en la calle de Jiménez del Campillo de esta ciudad, en los comercios de la familia de la siempre bien recordada Inesita Durán y el estudio fotográfico “Flores”. Eso debió haber sido por los años setenta si es que la mente no me falla por los años. Pues bien, volví de nuevo como cliente del corte de cabello, pero ahora ya sin el cojín de periódicos. En todos esos años, la plática era el medio de comunicación que nos convertía en amigos. Si algo me llamó la atención de los hermanos Solís, no fueron sus bigotes exagerados, ni la calva de sus cabezas, sino el hecho de que nunca hablaban de sus clientes.

Nuestras pláticas giraron siempre acerca de la política local, de la situación económica de Coatepec, de sus llamadas ferias del café, del sufrimiento de la gente de campo, y del Coatepec maravilloso del ayer. Paulino sólo escuchaba, no era muy dado a intervenir, pero sus pláticas giraban en torno al beisbol y la música de tríos. Era siempre más constante Juan, pues Paulino se daba sus vacaciones; tan constante que Juan atendía de las 10 de la mañana a las 9 de la noche de lunes a domingo. Recuerdo los sábados y domingos que había que tomar turno, pues los niños acaparan los lugares junto con sus madres.

La partida de Paulino le pegó demasiado a Juan. Noté que los años se le vinieron de golpe, pese a que se mantenía activo, primero trotando por los famosos “Carriles”, o en su hogar  con la caminadora, tal y como me lo comentaba. Sabía que se cuidaba, que iba al médico y que se sabía alimentar. Pero muchas veces lo noté ya sumamente cansado e incluso varias veces llegué a su comercio y lo encontré dormido. Nuestra última plática giró en torno al costo de renta del local que era bastante caro y que sus clientes podían ser atendidos en su hogar de la calle de Nicolás Bravo. Lo confieso y me arrepiento, no acudí a su casa y no volví a saber de él, desde hace como un año.

Leyendo el ejemplar del periódico El Regional de fecha 10 de febrero pasado, me enteré de su partida. El profesor Monzón Polanco escribió: “Lamentable la pérdida de Juan Solís Sánchez mi peluquero de Coatepec, falleció el pasado miércoles en su domicilio, él junto con su hermano Paulino atendieron por más de cuarenta años a varias generaciones en su local de Jiménez del Campillo. Reciban sus familiares mi más sincero pésame” y la nota viene acompañada de una fotografía. Así es esto, jamás pensé que esto ocurriría, pero al igual debe estar por allá feliz como lo fue aquí durante toda su existencia ochentera y más tarde que temprano nos volveremos a ver estimado amigo y continuar con la leyenda.

sagare32@outlook.com

 

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