LOS PELIGROS DE LA TRIVIALIZACIÓN
LOS PELIGROS DE LA TRIVIALIZACIÓN
Mónica
Mendoza Madrigal
El
proceso electoral del 2021 fue el primero al que fuimos con el nuevo blindaje
electoral denominado violencia política contra las mujeres en razón de género.
Sí, su nombre es largo, pero es necesario mencionarlo completo para entender
justamente de qué se trata.
Es la tipificación de una serie de conductas –22 para mayor exactitud– tan
viejas como anquilosadas dentro de las formas de hacer política en este país.
Prácticas todas ellas comunes entre todos los partidos para dificultar el
acceso de las mujeres a las candidaturas y ya con ellas, hacerles difíciles las
contiendas para evitar a toda costa su triunfo electoral. Expulsar a las
mujeres del espacio público y contribuir a nuestra despolitización, para
decirlo simple y llano.
Tuvieron que pasar varios años sorteando obstáculos del más alto nivel de la
curia política de este país, para que gracias a un extraordinario esfuerzo de
negociación política empujado por organizaciones feministas, académicas,
funcionarias, mujeres políticas y legisladoras, con la alianza de algunos
hombres y la presión de los organismos internacionales que no cejaron en el
empeño por empujar estas modificaciones de ley necesarias, se lograra hacer
realidad la reforma a ocho ordenamientos legales que hicieron realidad al fin
la incorporación de esta nueva modalidad de violencia cometida en contra de las
mujeres políticas –candidatas y funcionarias– por el hecho de ser mujeres.
Las colectivas nos multiplicamos por mil para hacer acompañamiento jurídico a
las compañeras contendientes que no sabían cómo hacer valer este nuevo recurso,
y las instituciones electorales se metieron de lleno a buscar sociabilizar de
la mejor forma posible un procedimiento que –hay que decirlo– sigue sin estar
fácil de acceder para las mujeres víctimas. Lo sé bien, porque fui parte de ese
enorme esfuerzo multiplicador por doble vía: como funcionaria y como activista.
Acompañar víctimas es complejo. Y de violencia política lo es más, porque
además no todos los y las abogadas le entendían a un tema que tiene toda una
serie de procedimientos específicos que deben realizarse con vencimiento de
término para poder estar en posibilidad de hacer valer los derechos políticos y
electorales en riesgo.
Con todo y eso, el proceso de 2021 fue demoledor. Hubo 239 incidentes de
violencia política que dejaron 179 víctimas mortales, de quienes 36 ejercían
una candidatura (Integralia, 2021), 21 de las cuales eran mujeres las víctimas.
De entonces a la fecha han pasado tres años y hemos logrado avanzar en la
claridad que tienen las mujeres de que hay un instrumento legal que las protege
para defenderse y en la incorporación de algunos instrumentos legales
adicionales que brindan una protección más amplia en esta materia específica,
como lo es el registro nacional de personas sancionadas en materia de VPGM.
A este respecto, ya en una columna anterior analizamos aquí detalladamente
cuáles son los casos de Veracruz con mayor incidencia, entre los que están
contenidos en ese registro, que son quienes se ha acreditado por parte de la
autoridad electoral que han incurrido en este delito específico y son los que
ejercen superiores jerárquicos en el ámbito municipal, que limitan a las
mujeres en aportarles la información necesaria para el desempeño de su función.
Y eso, solo por cuanto hace a las denuncias presentadas por las mujeres que son
ediles y que presentan sus recursos en el ejercicio de un cargo público que
representan.
Un ámbito de gran recurrencia de esta forma específica de violencia es el que
tiene lugar al interior de los partidos políticos, que poco llega al registro
nacional de personas sancionadas porque el procedimiento establece que la
primera instancia a la que las víctimas deben acudir es la intrapartidaria, lo
que hace que la mayoría no denuncie, pues saben que hacerlo podría significar
el fin de sus aspiraciones políticas para las que la pertenencia a un partido
es fundamental.
Entonces
optan por la disciplina que silencia las inconformidades ante tales
injusticias.
Cierto es decir que el registro no es en sí mismo una sanción, pues no es
requisito de elegibilidad no estar inscrito en éste, salvo en los casos en los
que exista sentencia firme, lo que claramente quiere decir que no solo debe
ocuparnos el denunciar las violencias de las que somos víctimas, sino que las
autoridades deben emitir sentencia firme para que ese delito impida que quien
ejerza violencia política pueda tener una candidatura e incluso, ser electo.
Nos falta justicia con perspectiva de género y nos falta voluntad política de
legisladores y legisladoras para aprobar lo pendiente –por ejemplo, en Veracruz
ni siquiera se ha armonizado la violencia política– y tristemente, nos sobran
mujeres violentadas. En esta fracción de la patria en que vivimos, lo sabemos.
Dos
mujeres que siendo alcaldesas en funciones fueron brutalmente asesinadas son
solo una parte de la realidad que vivimos. El nuestro es el segundo estado en
personas inscritas en el registro nacional de personas sancionadas, cruel
retrato de la violencia que padecemos y que nos tiene permanentemente en los
primeros estados en feminicidios, en violencia de género y en secuestros, todo
ello ante un gobierno omiso, cuya inacción lo vuelve cómplice.
Se dice que la del 2024 será la campaña más violenta de todas cuantas hemos
tenido y lo sabemos. Hasta ahora hay ocho actores políticos asesinados en
Veracruz y la propia autoridad electoral reconoce que hasta el momento se han
presentado 16 denuncias por violencia política que se investigan ya y a esas
víctimas se atiende. A la red de activistas a la que pertenezco nos llegó ya la
primer solicitud de acompañamiento para una candidata veracruzana que se siente
en riesgo y los medios han dado cuenta de las declaraciones de conductas de
riesgo observadas por otra candidata más, ésta al Senado de la República.
Y en medio de todo eso, ¿a la candidata a la gubernatura de Veracruz de la
coalición por Morena-PT-PVEM le parece buena idea convocar a una manifestación
de apoyo a ella misma, para asumirse víctima de violencia política por los
señalamientos de presunto enriquecimiento inexplicable que se han hecho en su
contra? Es tan absurdo, que resulta ofensivo. Sobre todo porque a quien se
convoca, según ha trascendido, es a mujeres trabajadoras del ámbito
gubernamental. Sí, ellas con las que llenan mítines, pero a las que han dejado
solas ante los severos casos de acoso y hostigamiento sexual y laboral con que,
a ellas sí, se las violenta una y otra vez en sus entornos de trabajo.
Esta
trivialización es irresponsable porque acude a un recurso legal diseñado para
proteger a las víctimas, ésas a las que, por cierto, los partidos dejan solas y
buscan el apoyo sororo de activistas, que con precariedad y todo, acompañamos
para hacer valer lo que por derecho les corresponde.
Ojalá y se convoque a más manifestaciones, pero para acompañar a las mujeres a
las que la política estatal ha abandonado. Ahí sí, marchamos todas.