LOS PESCADORES
Arturo Graff afirmó: «Si no disfrutas de la libertad interior, ¿De qué otra libertad quieres gozar?»
Eso lo saben unos personajes sabios de mi tierra: Los pescadores, hombres que al navegar encuentran su libertad y su camino, trabajan duro, jamás se quejan, siguen adelante, son muy alegres… más felices, porque conocen que la felicidad les abre paso en la vida, al sincronizar su alma con el universo.
«Carpe Diem», decían los antiguos «aprovecha el momento», eso lo aplican en su existencia los pescadores, será porque sabios por derecho propio, saben que la vida es un momento… ¡Y lo aprovechan! De ellos escuché:
«No importan los lentes,
no importa las canas,
importa la vida… ¡y vivirla con ganas!
No importa ser lenta,
con piel arrugada,
importa la vida… ¡y la lucha ganada!
No importa tampoco la espalda doblada,
importa la vida… ¡y la mies cosechada!
No importa el tiempo que pasa y se va,
importa la vida a cualquier edad.»
A los pescadores, les importa la vida… ¡por eso la disfrutan! El afamado conductor del programa «Con Caña y Carrete» mi amigo Pedro Sors, me contó las siguientes anécdotas de pescadores:
El sol languidecía sobre las aguas de la presa «Marte R. Gómez.» Ante ese paisaje inigualable, enmarcado por los primeros colores de la primavera, llegó un «volchito» de modelo más viejo que Matusalén, venía jalando una lancha contemporánea más que vieja, con motor de 35 caballos –de esos que parecen de lavadora. Traía un remolque agarrado de una «bola» soldada a la defensa del «volchito» y adentro de la lancha, estaban acomodadas cuatro sillas de plástico.
Del vehículo bajó un tipo con toda su familia: la señora, dos niños, la suegra y hasta el infaltable perro –toda una estampa de «La familia Burrón» en versión noreste. El chofer, panza abultada, camiseta arriba del ombligo, muy ufano, echó hacia atrás el carro, puso la lancha en el agua y subió a toda la familia. Después de veinte o más intentos de jalar el motor, éste por fin encendió, en medio de una espesa nube de humo.
El tipo se sentó a un lado de su mujer. El ruido del motor era estrepitoso; el hombre creyó que nadie más lo escuchaba –porque cuando uno está arriba de la lancha no se oye lo que hablas y entonces gritas– pero el que está en la orilla puede oír todo.
Pues bien, el tipo aquel le dio un codazo a su mujer y con un rostro lleno de satisfacción, le dijo sonriente:
–– Ya ves vieja, y luego dicen… ¡QUE LOS RICOS SOMOS ‘ENDEJOS!
Me cuenta Pedro Sors lo que le aconteció a él y a su compadre Manolo, una ocasión en que fueron a la Presa «San Lorenzo»: «¡Nombre! la Presa estaba de poquísima madre y ahí vamos aquél y yo –como siempre que nos agarra la fiebre de pescar– Pusimos una carpa de esas amarillas, techo verde, cuatro palitos, que te metes allí y listo. Pero eso sí, la teníamos muy coquetona: dos catrecitos, una mesita al centro, una lamparita… con todos los detalles, ya sabes: toldito afuera, mesita y sillitas para el «pedo».
Dos, tres días pescando a toda madre, la última noche hacía un calor de esos que estás adentro de la carpa y te estás ahogando y luego… ¡los moscos! ¡Ah su madre! sude y sude. De repente nomás se oyó un trueno muy fuerte: ¡Pues no se viene un diluvio! Afuera y adentro de la chingada carpa, llueve y llueve y el agua entrando; yo, desesperado, no podía ni dormir, ni estar despierto; aquello era un desmadre, todo bien mojado. Entre los ruidos vi que llegaba un vehículo… alcancé a ver las luces.
Total, se acabó el aguacero, adiós al tormentón y los rayos; adentro el escurridero parejo, estábamos todos mojados hasta el tuétano… pero al mismo tiempo, todo eso nos adormeció, quedándome «privado» dentro de la carpa. Entresueños oía un ‘inche ruido, de esos que no paran, que pareciera que te están escarbando la cabeza…
Al día siguiente, verano, 5 de la mañana y un solazo espantoso… ¡ni modo carajo, pa’rriba güey! todo mojado me paré y abrí la carpa. Escurriendo salí para aventarme la religiosa «miada» de la mañana…. ¿Pues no voy viendo un ‘inche móvil home? De esos mamalones, mínimo 24 pies… ¡uta madre, enorme!
Y entonces empecé a atar cabos y sí, resultó que el ruido que había escuchado y que taladraba mi cerebro, era el generador de energía eléctrica que el pela’o tenía prendido pa’ que funcionara el ‘ingado clima. Nomás veía cómo le escurría el «agüita» al camionzón. Pues ahí estaba viéndolo impresionado y empapado, cuando en eso: ¡Zaz!, tremendo portazo. Entonces salió un ‘inche gringo con suetercito y una humeante taza de café en la mano, mirando para todos lados: ––Parrece que llovióuuuu, ¿verrrdad? –me dijo.
Yo, todo mojado, embarrado de lodo y el ‘inche gringo abrigadito y descansadito ¡Ah su madre!, sólo le conteste:
–– No llovió… ¡¡ME PUSE A REGAR CON LA ‘INCHE MANGUERA!!