Especial

MARÍA, virgen de las angustias

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Jesús el Nazareno, junto con sus discípulos, plácidamente descansaban en la casa de Martha y María. Lázaro, el hermano menor, recobraba su vida, gracias a un milagro más del redentor. Esto ocurría en Betania, antes de que el mesías partiera hacia Jerusalén montado en un burro, para hacer triunfal entrada, suscitando la aclamación del pueblo, aquel domingo de ramos. En este acto, la gran muchedumbre se contagió y formó una gran procesión que, con los ramos de palma en la mano aclamaba a su rey al adentrarse apoteósico a la gran ciudad, días antes de la fiesta de Pascua. Justamente se cumplía lo que el profeta menor Zacarías había vaticinado cinco siglos antes.

De esta manera es, cómo la iglesia católica, da inicio a las celebraciones de la Semana Mayor y del Santo Triduo Pascual, reverenciando el simbolismo de la entrada de Cristo, rememorar su Pasión y Muerte y concluir con la Resurrección. En estas fechas, es común reflexionar profundamente para acicalar las buenas actitudes y disminuir las malas, en nuestras luchas intestinas, y así seguir en este afán que llamamos vida. En mis introspecciones, hago mi propia procesión del silencio y comparto el sufrimiento de MARIA LA DOLOROSA, evocada a mi perteneciente vida.

EL SILENCIO DE MARÍA, obra del franciscano IGNACIO LARRAÑAGA, alude el sufrimiento de una madre abnegada, como son casi todas las madres que, entrega sin límite, todo el amor a su descendiente. El primer sufrimiento de María es, cuando presenta a su niño en el templo y el viejo Simeón le profetiza que “una espada traspasará tu alma, porque tu hijo será la resurrección de todo un pueblo”. Una segunda angustia la siente al tener que huir a Egipto, para salvar a su vástago del iracundo Herodes que, había ordenado degollar a todos los infantes del reino. La tercera pena la vive al abandonar el templo y durante tres días, el menor niño anduvo perdido. Un sufrimiento más intenso y sorpresivo es encontrar a su unigénito en la calle de la amargura con pesado fardo a cuestas, ensangrentado, coronado con espinas rumbo al calvario. Por quinta vez, la dolencia es al ver la silueta del hijo clavado en la cruz, rodeado de soldados que lo seguían torturando. Sexta pena se presenta, al escuchar el estentóreo grito de dolor cuando Jesús expira crucificado. Finalmente, el séptimo sufrimiento de María, lo vive al recibir el cuerpo mancillado del hijo amado para amortajarlo y darle la santa sepultura. La profecía, no pudo estar equivocada y se cumplió al pie de la letra.

Amigos creyentes: la iglesia católica presenta la imagen de MARÍA, para dar consuelo a los que llevamos en hombros nuestra propia cruz, y de esta suerte, encontrar aliento, confort, presencia liberadora y que, con un ligero soplido, no dejemos extinguir la pequeña braza que da calor a nuestro corazón para no perder la fe en todo lo que emprendamos. Este domingo y todos los días, agitemos las palmas y sonemos las matracas, para cumplir aquello que dice: “Mi fe es mi barca y mi voluntad mis remos, a nosotros nos toca únicamente poner el rumbo y que se cumpla nuestro destino. Felices pascuas.

¡Ánimo Ingao..!

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz

 

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