MÁS ALLÁ DE LAS TRINCHERAS
Entre Columnas
Por
Martín Quitano Martínez
twitter: @mquim1962
Un fanático es alguien que no puede
cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.
Winston
Churchil
Las medias jornadas sirven
para descansar, pero también para hacer un alto en favor de la reflexión, de la
perspectiva y el ajuste de ruta. Esa no es una opción de la actual
administración, porque además de inútil, deben considerarla sospechosa.
Su idea del trabajo
administrativo y político que tienen encomendado es la de cualquier autocracia
que se precie, o sea, mantener las velas del barco sin cambios, aunque se hayan
anunciado tormentas o riesgos de naufragio. Nada. Todo sigue igual. Aquí no hay
más que estar de acuerdo y aplaudir o convertirse en un enemigo. Esta nación
solo enfrenta la disyuntiva de dos caminos, el mío y el de los traidores a la
patria; una ruta definida que no tiene más destino que los desencuentros, una
confronta que no dialoga, que teniendo el poder, impone.
Este penoso reduccionismo es
palpable y afecta al conjunto social, pero es la estrategia calculada, pues provoca
la generación de un reflejo inverso, definiendo extremos que al final se tocan,
viviendo la cosa pública, la discusión política, bajo una dinámica de
exclusiones, acumulando pertrechos que guardan en sus respectivas bolsas de
intolerancia.
El cálculo de la animadversión
es preciso porque destierra las dudas, las vacilaciones, atribuyendo al que
cuestiona la suciedad del enemigo, sacándolo de la bolsa de los incondicionales.
La única verdad posible es la que ellos poseen, sea cual sea el extremo, fuera
de ella solo están los otros, los que no se definen en alguna trinchera, en un
espacio que no se entiende y que también, igual que los otros de enfrente,
merece la aniquilación.
Los extremos juegan el
peligroso juego de carcomer la diversidad social, perdiendo los nuevos ropajes
de la tolerancia y de los valores democráticos que fueron confeccionados con la
lucha, el esfuerzo y tesón de millones, apenas hace unas décadas y que hasta
hace poco celebrábamos. Gracias a los cuales, por cierto, tuvieron los que
ahora gobiernan la oportunidad de hacerse del poder.
No obstante, la peligrosa simplificación
repite y repite el machacón argumento de que todo lo hecho en el pasado
inmediato es basura o inexistente, según los estándares de la nueva y única
moralidad. Se aspira a que perdamos la memoria y a reiniciar nuestras mentes
sobre la base de un principio que atropella incluso aquello que cimentó su
misma construcción. Es ofensiva la apuesta de arrasar sobre la base de que el
principio soy yo y que nada ha sucedido antes de su arribo. Ofende por su maniqueísmo
y su insustancialidad, cuyo propósito es identificar a su enemigo. Del otro
lado, en el otro extremo, crece un pueblo ahora ofendido y engañado que se
asume también con su verdad indiscutible, acuden a alimentar lo que tanto
señalan y critican en los de enfrente: dos murallas definidas.
En medio de la mezcla de denuestos,
nos encontramos muchos que observamos el deterioro de nuestra vida política, pública,
legal, social y de vida toda. Ahí estamos muchos, espero, que nos negamos de
ser presas de la esquizofrenia pública dividida en reductos y trincheras, en
las que se plantea que fuera de sus alambradas solo pueden estar todos a los
que hay que disparar.
Creo que más allá estamos
otros que apreciamos el país en su riqueza pluriétnica y multicultural, en su
diversidad y pluralidad, en sus debilidades pero mucho más en sus fortalezas,
esas que sin duda están bajo el asedio de los bandos blancos o negros, de esos que
no reconocen la necesidad de modificar la consigna fácil y elevar el debate y generar las condiciones
que superen las circunstancias dolorosas
que vivimos.
La estrechez que hoy domina
impide mirar la urgente necesidad de construir mediante el diálogo, pisos
mínimos de coincidencias que apuesten por procesos de reconciliación y respetos básicos para
andar los caminos minados en que nos encontramos y enfrentar nuestros problemas.
Los soliloquios de quienes ven solo en bicolores obstaculizan y cancelan la
esperanza de encontrar una ruta común de salvación.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
18 de
las 50 ciudades más violentas del mundo están en México, de las 10 primeras 8
son mexicanas.