Maximiliana, ejemplo digno de imitar (Parte I)
Maximiliana, ejemplo digno de imitar (Parte I)
Por René Sánchez García.
Esto no es un
cuento para ser contado. Es una historia de vida para ser imitada. Este suceso
no me lo comentaron, tampoco lo estoy inventado. En una de las andanzas por el
celular me lo encontré, me llamó tanto la atención que se los voy a narrar tal
y como fue publicado y trasmitido por las redes. Se trata de una chica llamada
Maximiliana, de origen cien por ciento indígena, residente de la ranchería de
Báchen, perteneciente al municipio de Chamula, Chiapas. Espero en
verdad sea leído, pero sobretodo sea de su especial agrado.
“Aun siendo niña y sin hablar español,
buscó por todos los medios estudiar la secundaria, para romper así la dinámica
social de su comunidad que le exigía dedicarse al campo y al hogar a lado de
“unsu marido”. Al terminar la primaria enfrenté el primer reto, tuve una
discusión con mi padre por la ropa de graduación que mis compañeras eligieron.
A él le parecía inadecuada.”
“Producto de este disgusto me negaron
la posibilidad de estudiar la secundaria en una escuela cercana al paraje.
Supliqué a mi padre, quien nunca dobló su decisión. Yo tendría que hacerme
cargo de las labores del hogar y del campo, dijo, pero resistí. Inicié mi
propio camino abandonando el hogar y viajando a San Cristóbal de las Casas
donde planeaba trabajar y estudiar, pero se presentó un segundo reto: no sabía
hablar el español.”
“Mis compañeros se reían, me pegaban y
se burlaban. Yo apenas entendía lo que decía, pero si recuerdo la palabra india
utilizada como puñal de odio. Yo resistía, estudiaba y aprendía en español. Las
noches que pasaba pegada a los libros y los cuadernos en mi mente se formaban
ideas. En todas yo triunfaba, demostrando a mi familia y a esos estudiantes
acomodados que una mujer, india como ellos me llamaban, llegaría lejos. En el
trabajo me decían que buscara marido, que dejara de sufrir. Pero yo no sufría,
me llenaba de rabia, una rabia que me impulsaba a caminar más fuerte que los
demonios que corrían tras de mí”.
“Apenas terminada la secundaria pensé
en futuro y decidí viajar a Tuxtla Gutiérrez a estudiar el bachillerato.
Estudié en la Preparatoria de 7 de la mañana a 2 de la tarde, mientras
trabajaba en lo que podía, alternando oficios como servidumbre y mesera,
trabajando siempre de en un horario de las 4 de la tarde a 1 de la madrugada.
Fue duro, pero logré terminar y mis padres accedieron a venir a mi graduación.
No se notaba, pero estaban orgullosos y yo más. En ese entonces un amigo,
Carlos Albores que estudiaba la carrera de Bibliotecología en la Universidad
Autónoma de Chiapas, me dijo: “esto aún no termina, sigue la Universidad”. El
me llevó a conocerla”.
“Ahí parada frente a la máxima casa de
estudios de Chiapas pensé en mi padre. Recordé su trabajo como peón de albañil
y supe cuál era mi siguiente paso: la arquitectura. Desde el inicio la carrera
de Arquitectura fue difícil, pues algunos compañeros e incluso docentes
utilizaban un adjetivo para tratar de frustrarme. Me llamaban loca, igual que
antes los niños acomodados en San Cristóbal me decían india. Mi respuesta fue
la misma que antes. Decisión, rabia y trabajo. Me decían que era una carrera
cara, que me haría falta cabeza, dinero y tiempo. Pero no conocían mi viejo
método: estudiar y trabajar mucho, para comer y dormir poco”. (Continuará)