Meade: Sin alma, pero con dinero
Pedro Peñaloza
- El candidato de los poderosos. José Antonio Meade tuvo que aceptar ser el candidato tricolor. Los intereses financieros y sus personeros escanearon entre los posibles, descubrieron que el tecnócrata tenía pocos pecados que lo lastimaran en la carrera presidencial. Los demás posibles estaban manchados por algunos cadáveres en el armario. La coyuntura no permitía exponer a la continuidad priista. Los amigos de Peña son bisoños y torpes, casi como él; los otros, Osorio, Narro, no eran del círculo íntimo del inquilino de Los Pinos; Ivonne Ortega era una broma de temporada. Meade es un magnífico candidato de los dueños del dinero, su formación y trayectoria garantizan que nada cambie, que es exactamente lo que les interesa a los centros financieros internacionales.
- Entre el corporativismo y la tecnocracia. El exsecretario de Hacienda y de otros pupitres del sector público no tiene destreza para moverse entre públicos gritones y zalameros. Su profesión es obedecer señales y cumplir dictados bursátiles. No más. Su peregrinar por los sectores priistas entre matracas, burócratas acomodaticios y líderes sindicales corruptos y dinosáuricos, fue una tortura, su rostro era inexpresivo y las risas forzadas eran evidentes. Los abrazos tradicionales de la bufalada no le eran muy gratificantes. El lenguaje corporal lo delataba. El ritual fue el costo que le impuso la dinámica de un partido que huele a naftalina, pero que es imprescindible para facilitar el andamiaje del neoliberalismo. Curiosa y dramática combinación: corporativismo y clientelismo anquilosados y defensa a ultranza de la dictadura del mercado.
- La maquinaria sin candidato. Meade no cautiva, su voz es monocorde, sus movimientos físicos son dilatados y forzados. Es incapaz de agitar y de provocar sentimientos de euforia entre el público. Adormila con su estilo, no sabe vincularse a los estados de ánimo de una población decepcionada y de una militancia priista a la defensiva. Sus reflejos políticos son lentos y no convincentes. No puede ofrecer nada más que ilusiones y sus frases ni siquiera son efectistas. Habla de un México “moderno” en medio de la más brutal desigualdad social y de la más obscena concentración del ingreso. Sus actos son repetitivos y circulares. Animadores de palenque y porristas del pasado son los que le dan contexto a sus giras por el país. La ironía, la terrible ironía, es que ni siquiera entusiasma a las “fuerzas vivas” del tricolor.
Ante esto, los recursos económicos del aparato oficial tendrán que duplicar sus esfuerzos de comprar voluntades y esparcir el convencimiento ideológico mediante sus dos brazos favoritos, a saber: por un lado, el duopolio televisivo y el gasto en tabloides, estaciones radiales y gacetilleros de todos tamaños; y, por otro lado, los millonarios recursos destinados a la compra de satisfactores momentáneos para miles de mexicanos, con conciencia, pero carentes de lo indispensable. No habrá otra manera de intentar posicionar a Meade.
Epílogo. Meade es acompañado por los poderosos recursos del gobierno, pero transita solo, con discursos vacíos y vacuos. Defensor de la guerra militar contra el narcotráfico, espadachín del sometimiento financiero, escudero de la corrupción, la inequidad y la desigualdad; y, por si fuera poco, anonadado, sin saber qué decir en mítines y actos masivos. En efecto, la mercadotecnia ha inventado candidatos y hasta presidentes, ahora parece complejo hacerlo con quien no está capacitado para darle alma a sus palabras.
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