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Mi Examen de Admisión a la UV, un aspirante más

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Por Edson Javier Tiburcio Tellez

Despierto, son 7:30 de la mañana, el día comienza y solo faltan 2 horas y media para presentar el examen de admisión a la Universidad Veracruzana. Parecía que nunca iba a llegar es día, pensé que tenía mucho tiempo para estudiar, no lo hice. Sí, debo admitir que me confié demasiado. No tengo otra opción, hay que hacer el examen, me dije. Mientras me levantaba de la cama para darme un baño, aún con sueño, pues apenas pude dormir.

Fue hasta el viernes a las 10 de la noche cuando me di cuenta lo poco que había estudiado para un examen tan importante, según muchos, bastante complicado. Empecé a sentir presión, miedo, estrés. Estudiar a esta hora sería un esfuerzo en vano por mas duró que lo hiciera, así que sólo quedaba confiar en mis conocimientos y habilidades.

Para algunos esta fue su segunda oportunidad, para mí la primera vez, sentí una terrible sensación antes de llegar a la facultad asignada. Mis piernas estaban tensas, tenía un extraño pesar en el pecho, era el miedo que surgió, mis temores me hacían dudar, ¿hago el examen? Surgieron dudas y pensamientos negativos que parecían paralizarme. Pero, no iba a gastar 845 pesos a lo tonto, me dije, a mí mismo.

Al llegar a la facultad de medicina había una larga fila de aspirantes, padres de familia, tutores, vendedores y aves de mal agüero, personas repartiendo folletos que promocionaban universidades privadas, otros más anunciaban el fracaso, ofrecían instituciones para preparase para una segunda opción. También, entre aquella multitud un bendito niño que vendía calculadoras ‘de a 30’, la compré. Respiré profundo, tomé aire y valor, la determinación y esa bocanada de energía, tal vez, hicieron superar el insomnio, los nervios y la larga fila para ingresar.

Estoy dentro, cerré el puño, ahora solo faltaba dar con el salón X 240. Tercer piso a mano izquierda fueron las indicaciones. Entré al salón y con una mirada panorámica pude observar a todos los que ahí estaban, distinguí a un señor, de no haber sido por él yo hubiera sido el aspirante de mayor edad.

Esperamos alrededor de 25 minutos hasta que el aplicador comenzó a repartir las hojas de respuestas. ¡Había que rellenar rectángulos! No se imaginan lo difícil que es y más estando bajo presión. Luego de responder la primera columna, el aplicador me sugirió que remarcará los rectángulos, al hacerlo sentí como mi mano temblaba, creía que el tiempo estaba por acabar, pero no. Justo cuando llegué al reactivo 85, de una prueba de 112, se escuchó «chicos, les quedan 30 minutos«. De inmediato comencé a responder a mil por hora, lo primero que pensé fue en contestar con el clásico de tin Marín, o santa María dame puntería, pero preferí leer rápidamente y responder lo mejor posible, así lo hice, hasta que dieron la orden que la hoja de reactivos fuese puesta dentro de los cuadernillos, me faltaban 4 respuestas.

Revisé que los rectángulos estuvieran bien rellenados, coloqué arriba la hoja de respuestas en lugar de dentro, tal vez por eso recogieron mi examen primero.

Salí del edificio, ella estaba esperándome en la puerta, tal como había prometido, era mi tía. Me preguntó: ¿Cómo estuvo el examen?

Mis desconocidos dotes de actor aparecieron con rostro de seguridad. Fácil, dije, mientras trataba de ignorar la realidad. Pero ya veremos que tanta suerte tengo el 21 de junio cuando se den a conocer la lista de personas aceptadas.

Quizá mi historia no es cómo la de muchos que estudiaron y se prepararon duro para el examen, pero no es diferente a la mayoría que sufrió la presión antes y durante el examen.

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