MIMETIZÁNDOSE CON EL PRESIDENTE
Por: Alejandro García Rueda
Una de los pilares de la imagen pública es que
trabajar en tu imagen no va de aparentar lo que no eres. Al parecer y no ser,
lo único que estás logrando es caer en el engaño y tarde o temprano la gente se
percatará de ello, ¿qué sucederá después? te encontrarás de frente con su
rechazo.
Pasa, sobre todo en democracias frágiles y
cuestionadas, que a un político le cuesta mucho entender lo que viven los
ciudadanos en cada metro cuadrado. Muchos de ellos no se dan cuenta de lo grave
que resulta ignorar las emociones, los sentimientos y las percepciones del
electorado y se les hace fácil proponer más de lo mismo para sobrevivir.
Seguramente te estarás preguntando qué tipo de
relación guardan estas ideas que —a primera vista— parecen inconexas y, por
supuesto, te lo explico a continuación con mucho gusto.
Vamos por partes. Las multitudes por sí mismas
se encuentran desorientadas, necesitan de un líder al que puedan imitar o al
que puedan seguir y así como los católicos tienen a Jesús o los científicos
tienen a Darwin, en el México de hoy se pueden encontrar diversos perfiles con
madera de líder, pero el problema viene cuando —en los espacios de
participación política— algunos actores tratan de mimetizarse con una identidad
y una apariencia que no les corresponden.
Tal es el caso de quienes probablemente
revisaron hasta la náusea las cualidades del presidente de la república; de
quienes revisaron quizá los estímulos que envía el mandatario; de quienes
pusieron especial atención tanto al fraseo como a los silencios del inquilino
de Palacio Nacional; de quienes cada que pueden dan un vistazo a las
referencias históricas que hace en sus conferencias matinales o incluso de
quienes se fijan en la forma en que viste y calza.
Es probable que, siguiendo el consejo de sus
asesores, vean en ello la oportunidad de replicar la fórmula para llegar más
fácil a sus grupos de interés; sin embargo, en términos de imagen pública y
comunicación política, lo anterior presupone un cúmulo de incoherencias que
impiden una buena percepción.
No es cosa de ir al salón de belleza, a la
barbería o comprar ropa de diseñador, sino de realizar un trabajo minucioso
para que el fondo (identidad) y la forma (apariencia) comuniquen lo mismo.
Es una realidad que la política no se hereda,
que está en constante cambio y toca entender el papel que juega cada quien
dentro de ese ecosistema.
Lejos de pretender mimetizarse con el
presidente de la república, lo más importante es construir una imagen que
genere valor para posicionarse positivamente en la mente de las personas a las
que se desea impactar.
Y es que nuestro tiempo es claramente limitado,
pero cuando un liderazgo es bien conducido podemos darnos cuenta de que, aun no
estando presente, la huella de un líder se mantiene y crea una especie de
legado.
Vivimos en un México que es llamado con
devoción parroquial a asistir a la hora de las definiciones y a estos actores
políticos les toca cuestionarse si forman parte del grupo que emplea tácticas
de una política en extinción o se suman a quienes entienden que brillar con luz
propia es fundamental y que no es suficiente ser bueno, diferente o el mejor
porque lo importante es que la gente te perciba como tal.
Al final del día la imagen es percepción y
percepción es realidad.