CUARTO ACTO

MIMETIZÁNDOSE CON EL PRESIDENTE

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MIMETIZÁNDOSE CON EL PRESIDENTE

Por: Alejandro García Rueda

 

Una de los pilares de la imagen pública es que trabajar en tu imagen no va de aparentar lo que no eres. Al parecer y no ser, lo único que estás logrando es caer en el engaño y tarde o temprano la gente se percatará de ello, ¿qué sucederá después? te encontrarás de frente con su rechazo.

 

Pasa, sobre todo en democracias frágiles y cuestionadas, que a un político le cuesta mucho entender lo que viven los ciudadanos en cada metro cuadrado. Muchos de ellos no se dan cuenta de lo grave que resulta ignorar las emociones, los sentimientos y las percepciones del electorado y se les hace fácil proponer más de lo mismo para sobrevivir.

 

Seguramente te estarás preguntando qué tipo de relación guardan estas ideas que —a primera vista— parecen inconexas y, por supuesto, te lo explico a continuación con mucho gusto.

 

Vamos por partes. Las multitudes por sí mismas se encuentran desorientadas, necesitan de un líder al que puedan imitar o al que puedan seguir y así como los católicos tienen a Jesús o los científicos tienen a Darwin, en el México de hoy se pueden encontrar diversos perfiles con madera de líder, pero el problema viene cuando —en los espacios de participación política— algunos actores tratan de mimetizarse con una identidad y una apariencia que no les corresponden.

 

Tal es el caso de quienes probablemente revisaron hasta la náusea las cualidades del presidente de la república; de quienes revisaron quizá los estímulos que envía el mandatario; de quienes pusieron especial atención tanto al fraseo como a los silencios del inquilino de Palacio Nacional; de quienes cada que pueden dan un vistazo a las referencias históricas que hace en sus conferencias matinales o incluso de quienes se fijan en la forma en que viste y calza.

 

Es probable que, siguiendo el consejo de sus asesores, vean en ello la oportunidad de replicar la fórmula para llegar más fácil a sus grupos de interés; sin embargo, en términos de imagen pública y comunicación política, lo anterior presupone un cúmulo de incoherencias que impiden una buena percepción.

 

No es cosa de ir al salón de belleza, a la barbería o comprar ropa de diseñador, sino de realizar un trabajo minucioso para que el fondo (identidad) y la forma (apariencia) comuniquen lo mismo.

 

Es una realidad que la política no se hereda, que está en constante cambio y toca entender el papel que juega cada quien dentro de ese ecosistema.

 

Lejos de pretender mimetizarse con el presidente de la república, lo más importante es construir una imagen que genere valor para posicionarse positivamente en la mente de las personas a las que se desea impactar.

 

Y es que nuestro tiempo es claramente limitado, pero cuando un liderazgo es bien conducido podemos darnos cuenta de que, aun no estando presente, la huella de un líder se mantiene y crea una especie de legado.

 

Vivimos en un México que es llamado con devoción parroquial a asistir a la hora de las definiciones y a estos actores políticos les toca cuestionarse si forman parte del grupo que emplea tácticas de una política en extinción o se suman a quienes entienden que brillar con luz propia es fundamental y que no es suficiente ser bueno, diferente o el mejor porque lo importante es que la gente te perciba como tal.

 

Al final del día la imagen es percepción y percepción es realidad.