Morena: el pecado debate ni ideas
Morena: el pecado debate ni ideas
Por
Pedro Peñaloza
“En un tiempo de engaño universal,
decir la verdad es un acto revolucionario”.
George Orwell
El espectáculo que se vive en
Morena es natural. No puede ser de otra manera una relación entre
compañeros que no tienen ningún cemento programático y, mucho menos,
ideológico. Morena es un agrupamiento que carece de estructura. La
coartada difundida es que son un partido-movimiento. Pamplinas, no son
ninguna de las dos cosas.
El colectivo fue hecho a imagen y
semejanza de su líder. Simplemente fungió como el instrumento que necesita
López Obrador para promover su reiterada candidatura. Lo único que
importaba era llevar a AMLO a Palacio Nacional. Esa era la táctica y la
estrategia. No More.
El tabasqueño, primero dirigió el
partido y, después, se proclamó candidato único a la
presidencia. Enseguida, delegó la conducción formal a una incondicional,
inexperta y de escasa formación política e intelectual, Yeidckol
Polevnsky. El mensaje era evidente: me voy, pero sigo mandando.
Para elegir a los demás
candidatos, Morena recurrió, para mostrar que hacían las cosas diferentes a los
partidos tradicionales, a un método mixto: “tómbolas de la suerte” para una
parte de los candidatos, encuestas a modo y dedazos. Desde el principio
estuvo claro que no habría perfiles ni propuestas para definir
candidaturas. Lo sustancial lo decidió el candidato presidencial.
Así, Morena nacía huérfano de
vida partidaria y formativa. Se convirtió en una agencia de colocaciones
al servicio de una pequeña minoría que protegía su parcela de poder y
competencia por la lealtad incondicional al tlatoani. Esta tara
organizativa y política estalló cuando hubo incapacidad para renovar su
dirección nacional. La pequeñez política de sus subgrupos lo impidió. El
Tribunal Electoral se convirtió en la dirección ausente y se profundizó la
crisis.
AMLO, por su parte, lanzó la
línea de que fuera una encuesta la que definiera a la dirigencia de
Morena. El Tribunal acató el mensaje e impuso dicho método. A partir
de ahí el enredo creció y polarizó a los suspirantes. Ahora, en esta
novela autóctona tenemos un sempiterno Muñoz Ledo, apoyado por la nomenklatura
morenista formada por antiguos izquierdistas con diversas historias; y, en
la otra esquina, Delgado, impulsado, presuntamente, por Marcelo Ebrard y
Ricardo Monreal, junto con algunos miembros del aparato gubernamental y fieles
lopezobradoristas. Otra vez, Morena define a sus dirigentes, sin debates
ni discusiones programáticas, simplemente por popularidad. Es evidente,
que, aunque el redentor declare que “no se mete al conflicto interno”, no
permitirá que esta rebelión en su granja le afecte a su hegemonía,
especialmente, en la Cámara de Diputados. Su mano, de seguro, se
sentirá.