Morimos todos
DANIEL BADILLO
Ojeo el periódico. Un feminicidio más. Esta vez en Córdoba. Volteo la hoja y otro muerto y otro. Diariamente al leer la prensa morimos todos. Veo los rostros de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos hace meses. Imposible imaginar el dolor y la angustia del ser querido que no regresa a casa. Morimos lentamente. Se necesita, en verdad, ser indolente para no conmoverse ante las muertes, las desapariciones, las violaciones y más. Morimos todos. Yo menos que nadie tengo derecho a prejuzgar si una persona no localizada tenía o no vínculos con actividades ilícitas. Se trata de un ser humano y eso es suficiente para la solidaridad con las familias, con los hijos, con los amigos. Aquí dejé constancia del terror que causan hechos como la joven brutalmente asesinada para robarle a su bebé de las entrañas. O la joven xalapeña secuestrada, ultrajada y abandonada inerte en la maleza. No debemos ni podemos acostumbrarnos a esto, pero lamentablemente es pan de cada día. Por ello, entiendo la molestia de los colectivos de búsqueda de personas desaparecidas quienes recriminaron la ligereza con que se expresó hace unos días el candidato de Morena a la gubernatura, Cuitláhuac García Jiménez, al señalar que el 60 por ciento de las personas encontradas en fosas clandestinas eran jóvenes delincuentes.
Nunca explicó de dónde provenía el dato ni cuál era su fuente para hacer la afirmación. Al criminalizar a los jóvenes, intensificó el dolor de cientos de familias que no saben nada de sus hijos, de sus sobrinos, nietos y hermanos. Hizo bien en disculparse por su expresión, pero el daño estaba hecho. Hoy Veracruz llora a sus mujeres y hombres ausentes. Llora a los huérfanos por la violencia. Llora en silencio en sus hogares frente a una veladora encendida. Lo que menos necesitan es la indolencia. Nadie sabe cuándo terminará este martirio. El dolor en el rostro de esas madres y esas familias nos obliga a cuestionarnos qué estamos haciendo como sociedad. Cuándo perdimos el rumbo. Por qué abandonamos los valores. Si pudiera, le daría un abrazo a cada una de esas familias, pero ante la imposibilidad de hacerlo sirvan estas líneas para expresarles mi solidaridad, mi reconocimiento por su valentía para no desfallecer y por mantener a salvo la esperanza de que el hijo o la hija regresen sanos a casa; que es lo que deseamos todos.
Nunca imaginé llorar después de leer un periódico, pero lo he hecho varias veces. La más reciente al leer lo ocurrido en Jalisco donde unos delincuentes incendiaron un autobús de pasajeros y falleció un bebé. A qué grado de descomposición social hemos llegado. Sólo nos queda encomendarnos a Dios para que provea de fortaleza a cada familia que sufre en sus hogares por la violencia, por la desaparición de un ser querido, por la falta de empleo, por la pobreza extrema; por la falta de salud y bienestar. Dios bendiga a Veracruz y traiga pronto la paz y la unidad que necesitamos. Somos ante todo hermanos en la fe, que compartimos un mismo territorio y un mismo anhelo: vivir con dignidad, en un lugar donde nuestros hijos puedan crecer y ser felices. De nada sirve repartir culpas. Asumamos cada quien la responsabilidad que nos corresponda para contribuir en el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestra familia, de nuestros vecinos, de nuestros amigos. Las autoridades han sido rebasadas por la violencia. En esta hora crucial, unamos voces y corazón hacia Dios rogando su misericordia para que derrame su infinito amor en nosotros. Dios bendiga a Veracruz.
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