Morir para vivir
Coatepecana de corazon
Norma Carretero Rojano
Es increíble cómo puede pasar el tiempo. Cuando uno echa la vista atrás es entonces cuando nos preguntamos ¿por qué no lo hice antes?.
Cuando era mucho más joven que en épocas actuales, a los dieciocho años justamente me fui a vivir a la ciudad de Salamanca, Guanajuato –parte del bajío que además me encanta-, ahí, ingresé a la preparatoria del tecnológico de Monterrey campus Irapuato, estadía que duró bien poco, pues la exigencia era mucha y los convencionalismos también. En mis ratos libres que eran bien pocos me dedicaba a hacer figuras en fieltro, entre otras, móviles para recamaras de niños y/o niñas, juegos de escritorio, como lapiceras, etcétera. Piezas que elaboraba en semanas para vender en épocas navideñas o en fechas festivas en general, asimismo, cuidaba niños (babysitter) hijos de las amistades de mis primos, a cambio de una paga bastante buena. Aunque para ganármela implicara llegar a clases al otro día medio desvelada, pero la paga bien lo valía.
Una de éstas pequeñas que cuidaba lo es Kathya Pamela Beltrán, una chiquita que a la edad de siete años me admiraba mucho, quería ser como yo cuando grande; le encantaba mi pelo largo y era su más grande ilusión cuando creciera. Los años pasaron, ahora Kathya es una mujer hecha y derecha de treinta y tantos años, y yo una mujer de cincuenta, ¡su niñera de la infancia!; hija de dos grandes amigos míos, Gerardo y Kathy, -Kathy también fue mi maestra de hawaiiano-, Gerardo, mi “Cuatachón” del alma murió hace apenas dos meses, y es ahora que después de veinte años Kathya y yo nos reencontramos en la ciudad de México hace apenas unos días, ha sido un día lleno de emociones, una espera muy larga, pues lamentablemente por razones ineludibles de trabajo no la pude acompañar en las exequias de su padre, y tuvo que haber no estado mi gran amigo para que esta chiquita y yo nos reencontramos; siempre Gerardo fue el enlace entre nosotras, pero nunca se nos había ocurrido coincidir nuevamente los tres. Ahora tenemos la hermosa tarea de renacer esa amistad que si bien la distancia nos separó, el cariño ha sido siempre, de casi toda mi vida. Nos queda ahora la ilusión y el afán de que Gerardo nos mire desde donde quiera que esté.
“Cuando muere alguien a quien amamos, muere parte de nosotros al interior de nuestros corazones». Anónimo.