MOTOCIUDADES, ¿QUÉ HACER?
MOTOCIUDADES, ¿QUÉ HACER?
Rodrigo Díaz*
Agencia Reforma
Ciudad de México 26 noviembre
2024.- 2022 marcó un parteaguas en la historia del transporte motorizado
mexicano, ya que por primera vez en la historia se comercializaron más motos
que automóviles en el País. De acuerdo con información de la Asociación
Mexicana de Fabricantes e Importadores de Motocicletas (AMFIM), en 2022 se
vendieron 1.25 millones de motos, mientras la cifra de autos ascendió a 1.09
millones. De acuerdo con datos del INEGI, las motos registradas en México (no
todas las motos en circulación se registran) aumentaron en 330 por ciento entre
2012 y 2022. El fenómeno está lejos de detenerse: según señalan las
proyecciones de la AMFIM, en 2024 se venderán 1.4 millones de unidades, la
mayoría de baja cilindrada. De éstas, 600 mil se habrán producido en México.
Son varias las razones que
explican el auge de la motocicleta. En primer lugar, su bajo costo de
adquisición, sumado a las facilidades de pago que ofrecen las distribuidoras,
ha permitido que miles de nuevos usuarios de recursos bajos y medios accedan a
un modo motorizado particular, algo muy difícil de alcanzar para generaciones
anteriores, cuya única opción de movilidad era utilizar servicios de transporte
público lentos, incómodos e inseguros. En las congestionadas calles de la
Ciudad de México, Guadalajara o Monterrey, la moto resulta el más veloz de los
modos existentes; en términos de velocidad, se ha convertido en un gran
igualador social, permitiendo que la persona que vive en zonas periféricas de
bajos recursos como Ecatepec, El Bethel o Apodaca pueda circular en la ciudad
tanto o más rápido que quien vive en una zona central y conectada como Polanco,
Zapopan o San Pedro. El impacto también es económico: en la práctica, la
disminución en tiempos de traslado se ha traducido en un mayor acceso a fuentes
de empleo. De esta manera, y de acuerdo con estimaciones de la AMFIM, 7 de cada
10 motocicletas vendidas en México en 2023 se ocupan como vehículos de trabajo,
particularmente en servicios de reparto a domicilio, actividad que experimentó
un crecimiento explosivo en la época de pandemia.
Sin embargo, el auge de la
moto en México ha venido aparejado con externalidades negativas que impactan en
la salud pública, tanto por la siniestralidad vial como por la emisión de
contaminantes criterio y gases de efecto invernadero. Las altas velocidades,
sumadas a la débil observancia de la ley en nuestras calles, a la
infraestructura inadecuada o en deficiente estado, a la falta de instrucción y
exámenes para obtener licencias para conducir vehículos de motor particulares,
y a la proliferación de actividades mercantiles en motos que en la práctica
ofrecen condiciones e incentivos para la conducción insegura, se han traducido
en un aumento significativo de las víctimas de hechos de tránsito que
circulaban a bordo de una motocicleta.
Las cifras hablan por sí
solas: de acuerdo con datos de la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la
Salud, entre 2011 y 2022 la tasa de mortalidad en hechos de tránsito disminuyó
entre todos los usuarios de la vía, salvo en el caso de motociclistas, cuyo
número de personas fallecidas aumentó en un 136 por ciento en el periodo. Así,
hoy el 33 por ciento de las víctimas fatales en hechos de tránsito con vehículo
identificado son motociclistas. En las grandes ciudades las cifras son todavía
peores: de acuerdo con el Informe Trimestral de Hechos de Tránsito elaborado
por la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México, el 47 por ciento de las
personas fallecidas en incidentes viales en la capital en el segundo trimestre
de 2024 fueron conductores o pasajeros de motocicletas, porcentaje muy superior
a su participación en el reparto modal de la ciudad. De estas víctimas, el 49
por ciento falleció en incidentes calificados como derrapes, es decir, no
involucraron la colisión con otro vehículo. De manera acelerada, las ciudades
mexicanas se acercan a la realidad de países como Colombia, Paraguay o
República Dominicana, donde el porcentaje de motociclistas fallecidos ya
sobrepasa la mitad de las víctimas fatales.
El uso de motocicletas también
contribuye de manera significativa a las emisiones de gases contaminantes y de
efecto invernadero, que afectan la salud de las personas y al medio ambiente.
De acuerdo con el Inventario Nacional de Emisiones 2018, las motos fueron
responsables del 18 por ciento de las emisiones de monóxido de carbono (CO),
del 15 por ciento de compuestos orgánicos volátiles (COV) y del 12% del
amoníaco (NH3) emitido por el sector transporte. A su vez, las motocicletas
contribuyen con un 8 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) de
fuentes móviles a nivel País. En las grandes metrópolis las cifras son más
altas. Así, por ejemplo, de acuerdo con el Inventario de Emisiones de la Zona
Metropolitana del Valle de México de 2020, las motocicletas son responsables
del 17 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y del 9 por
ciento del metano (CH4) correspondientes a fuentes móviles. De no cambiar la
tendencia, estos números seguirán aumentando, dada el alza sostenida de estos
vehículos circulando. Sin embargo, y a pesar de estas cifras, las motos no son
objeto de ninguna regulación de carácter nacional en materia de emisiones,
siendo México el único país de la OCDE que carece de una norma técnica de este
tipo. Lo mismo sucede con los componentes de seguridad del vehículo (frenos,
luces, neumáticos), que tampoco cuentan con regulación para las unidades que se
fabrican y venden en el mercado nacional.
Lo que a nivel individual ha
aparecido como una solución económica que ofrece menores tiempos de traslado y
ampliación de oportunidades laborales, educativas y recreacionales, necesita
urgentemente de políticas públicas a nivel nacional y local orientadas a
mejorar la convivencia de los y las motociclistas con las otras personas
usuarias de la vía, a disminuir la cifra de muertes y lesiones graves producto
de hechos de tránsito en que se ve involucrada una moto, y a reducir los gases
contaminantes y de efecto invernadero que emiten estos vehículos.
Dada la complejidad del tema,
se requieren soluciones que van desde la infraestructura hasta las
características técnicas de los vehículos, pasando por el otorgamiento de
licencias y la regulación de servicios mercantiles que se realizan en estos
vehículos. Algunas de estas políticas son propias del ámbito local (aplicación
de reglamentos de tránsito, regulación de circulación en determinadas
vialidades, obligatoriedad de uso de cascos certificados, aplicación de
exámenes para el otorgamiento de licencias, mejora de la infraestructura vial,
etc.), pero hay otras que son atribución del Gobierno Federal, como la
regulación de características técnicas referidas a elementos de seguridad,
emisiones de gases contaminantes y de efecto invernadero, niveles de ruido, o
el establecimiento de incentivos económicos o mandatos de venta que orienten a
la industria hacia la producción de modelos más limpios y seguros.
Todavía es tiempo para actuar.
El costo de la inacción es demasiado grande como para ignorarlo.
*Director de Movilidad de
WRI México. El artículo se publicó originalmente en es.wri.org. y es el
primero sobre el tema elaborado con el apoyo de Global Road Safety Partnership
(GRSP).