Especial

NEGRA CONSENTIDA…

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La antroponimia no hace una cita exacta sobre el origen del apellido Pardavé. Algunos dicen que la procedencia es árabe, españolizado hacia el siglo XIV. Otros lo relacionan con el pueblo de Pardavé de la provincia de León, comunidad autónoma de Castilla y León, ubicado a orillas del río Tiero, afluente del Duero, el mismo que sirve de límite entre España y Portugal y que desemboca en el Atlántico Norte bañando a su paso la subregión de Oporto.

Un dato certero es, que los hermanos Joaquín y Carlos Pardavé Bernal, oriundos de la Ciudad de México se dedicaban a montar obras de teatro y zarzuelas. Instalados en la gran ciudad y relacionados con la sociedad porfirista, don Joaquín enamorado, con 18 años encima, pronto encontró a su tiple, una atractiva joven bailarina de 20 años oriunda de Cuernavaca, para que le cantara y le danzara en privado un ratito. De ese fervoroso amor, y en gira artística por el Estado de Guanajuato, en Pénjamo, donde ya brillan allá sus cúpulas, Joaquín el hijo, ve la luz primera el 30 de septiembre de 1900 (decía mi abuela Josefina: “va con el siglo”).

Joaquín Pardavé Arce, a pesar de lo ocupado de sus padres, de ellos aprendió las primeras letras al igual que el gusto por el teatro y la canturreaba. A los siete años quedó huérfano de madre, Delfina Arce Contreras se fue para nunca jamás volver. En el encuentro de la adolescencia, su señor padre contrae nuevas nupcias y estando la familia de acuerdo, levantan maletas y cachivaches, abordan el tren y se van en busca de nuevos horizontes en la industrial Monterrey, ahí el bisoño Joaquín, le entra a eso de la telegrafiada, con alma virtuosa y trovador de veras.

Pasado el tiempo, con la pena por la muerte de su padre, salta de lleno a las carpas donde hace huateque con el Panzón Soto y de ahí, con un harto esfuerzo y talento, escala una rápida carrera  a la fama, convirtiéndose en un actor sumamente cotizado y con mucho quehacer.

La flecha de cupido lo toca, y le suelta los perros a la señorita Soledad García Rebollo, otra atractiva tiple, numen incitadora para concebir la muy afamada Varita de Nardo, la apasionada Plegaria, y la inmemorial Negra Consentida, suficientes inspiraciones para que la musa se rinda a sus pies y obtenga el título de señora Pardavé.

El acervo cinematográfico que Joaquín Pardavé aportó, no caduca. Divertidos melodramas marcaron la época de oro del Cine Nacional. Recuerdo la actuación que realizó junto con la diva Elsa Aguirre en la película titulada Ojos de Juventud, un verdadero dramón que medía la sensibilidad de los espectadores; el estremecedor final, obligaba a desdoblar el pañuelo, y disimular el secado de lágrimas antes de que la luz invadiera la sala. Eso fue verífico.

Amigos, el tiempo pasa y no se puede olvidar. Las querencias marcan las épocas, por eso recordemos que  “siempre en el amor hay un poco de locura pero en la locura hay un poco de razón”.

¡Ánimo ingao..!

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz.

 

 

 

 

 

 

 

 

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