Ars ScribendiPLUMAS DE COATEPEC

NINA

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NINA

Despierto mi mente y con suma nitidez veo aquel lejano callejón de barro y, a la vez, arenoso, en realidad se trataba de la sexta calle de Zamora, pero todavía con trazos muy provincianos. En la curva, frente a la casita de la señora Luz y la de don Genaro Neyra, se erguía una casa de tabla ancha, amplia en sus espacios y con una vista hacia una pequeña cañada. Bonita panorámica desde ese punto de la casa, hacia la exuberante vegetación de aquel ayer. La casa en mención pertenecía a la señora Julia Texon Robles, alta de estatura y espigada, tez morena, cabello lacio rebasándole los hombros para descansar en la espalda, compartía la vivienda con sus hijos, Luis, Eligio, Miguel y Trinidad Cecilia Villa Texón. Faustino y Seti, tenían familia aparte. Don Enrique Villa, padre de estos adolescentes, casi nunca se encontraba en casa, prefería permanecer en la Colonia Cuauhtémoc, de donde fue originario. En ese barrio vivían dos hermanos de la tía julia, José y Pedro Texon Robles.

 

            Estos pasajes sucedían a mediados de los años sesenta. Casi a diario visitaba esa vivienda, pues conocía muy bien a la familia. Siempre fui bien recibido, me ofrecían y compartían alimentos y café, pero mucho más el afecto que me brindaban, la amistad y el aprecio estaba presente. Con Trinidad, a quien familiares, amigos y vecinos llamaban NINA, nos identificaba el gusto por las novelas en boga de ese época, “Lágrimas Risas y Amor”, historias de la doctora Corazón, y entre muchas más, una revistas muy pequeña que escribía, José C. Cruz, sino mal recuerdo y en la que leía historias del legendario luchador, Él Santo, y el cómo se inició en este deporte Cavernario Galindo, en fin, estas historias que se asemejaban con la vida real las compartíamos con Nina, y, además, platicábamos muchas cosas que nunca escapan entre los amigos. Nina tenía una niña de nombre, Rosa. Fueron momentos muy bonitos y tristes, me duele recordar los tristes, a su hermano Miguel, le robaron la vida, la tía Julia y toda la familia y amigos lloramos esa irreparable pérdida humana, fue un día gris y de mucha aflicción en el callejón de Zamora, hasta el viento soplaba frío, parecía desconsolado.

 

            Fueron muchos años los que conviví con ella, en esa casa vagan recuerdos que no los borrará el tiempo mientras se tenga un halo de vida. Hace pocos años esa vivienda cambió de dueño y fue remodelada, sin embargo, cuando camino en la banqueta y cruzo frente al inmueble, con mi mano rozo la pared o alguna ventana, el corazón se me acelera. Como si llamara a la puerta aparecen los rostros de la familia, veo a Nina saludándome con su sonrisa y voz fuerte. Aprecio su rostro blanco y de mejillas sonrosadas, cabello corto y lacio, ligeramente pasadita de peso, pero siempre amable, franca, sincera. En esa casa siguen habitando el espíritu de la tía Julia, Luisl, Eligio, Miguel y Nina, muy a pesar de que ella, un día, se marchó del barrio para buscar otros horizontes al lado de su inseparable esposo, Mario Velásquez, –El chueco–.  En otro rincón del pueblo acrecentó su familia, nació Lidia y Fausto, bueno, el verdadero hogar es donde se habita con la familia, no importa en donde ni en qué condiciones, el amor, comprensión y la armonía familiar es la fuerza espiritual de un verdadero hogar. Los recuerdos que conservo de Nina me producen emociones, sentimientos, vivencias que ya solo las vivo en la mansión del recuerdo, son tantas cosas compartidas que al evocarlas contemplo un paisaje de aquella quietud de un pueblo de provincia, el modernismo nadie lo sospechaba, pero la vida marca sus propias reglas y son inevitables.

 

            El 25 de septiembre de este año 2024 se apagó la luz de la existencia de Nina, una madre ejemplar, buena esposa e hija de la tía Julia con la que estuvo hasta el final de sus días. Nina se despidió de sus hijos (as), amigos y vecinos, 87 años que le concedió la vida, más que suficientes para escribir una historia de trabajo cotidiano, amor y amistad, esa fue su misión terrena; no vivió en vano, les permitió a otros seres la oportunidad de conocer la luz de la vida, esa es la descendencia que deja y la que la recordará por siempre. Vamos Nina, vuela alto, mucho más allá del éter y de las mismas estrellas, la mano de Dios te conduce al lado de tus seres queridos que hace muchos años te están esperando con paciencia, llegó el momento de ese anhelado encuentro que ya nadie evitará, pues ya todo es un remanso de paz y sosiego, en la tierra estás viva en el corazón de la gente que te seguirá amando por siempre. En lo personal te agradezco los inolvidables momentos compartidos, cuando apenas era un niño que soñaba con la adolescencia.

 

Hasta siempre: NINA, DESCANSA EN PAZ.

 

rafaelrojascolorado@yaho.com.mx